La derrota frente al Celta del sábado dejó secuelas profundas en el Deportivo más allá de la clasificación, en la que los blanquiazules vuelven a ocupar uno de los puestos de descenso diez jornadas después, ya que la imagen que dejó el grupo que dirige Cristóbal Parralo dista cada vez más de lo que tiene que ser un equipo. Tuvieron los coruñeses mucha posesión, pero carecieron de profundidad y, sobre todo, de acierto en el remate. Ese desacierto también se extendió al trabajo defensivo, cuyos regalos despejaron el camino hacia el triunfo del eterno rival. La falta de intensidad declinó la balanza del lado del equipo adversario, como suele suceder en cada uno de los partidos de esta temporada, porque impide que el conjunto blanquiazul sea capaz de mantener la portería a cero dos partidos consecutivos, de hecho, solo tres veces consiguieron los deportivistas no encajar, tres veces en 17 partidos.

Mucha posesión, pero sin generar oportunidades. El Deportivo tuvo más balón que el Celta, una estadística engordada sobre todo en la primera parte, quizá por el gol inicial de los celestes, y ese control de la pelota permitió a los locales acercarse en numerosas ocasiones a la portería de Rubén Blanco, con muchos casi remates y escasamente dos opciones serias para marcar. Pudo haberlo hecho el Deportivo y llegar con el marcador equilibrado al descanso, pero no supo hacerlo. Demasiados envíos al área desde los costados, casi siempre a tierra de nadie y casi siempre con los laterales -Juanfran y Luisinho- como protagonistas.

Primero defender y después lo que necesite el equipo. Son precisamente las continuas subidas de los dos laterales lo que castiga en al equipo coruñés, porque parecen más centrados en mirar hacia adelante que hacia atrás, es decir, guardar su parcela. Así fue como nació el primer gol, con un envío de Sisto que se permitió controlar, preparar, mirar y centrar sin la necesaria oposición de Juanfran. También la derecha del ataque celeste se permitió llegar cuando lo consideraba necesario. La entrada de Luisinho, en lugar de Navarro, restó contundencia en esa parcela.

Problema colectivo. Defender no es solo cuestión de los cuatro zagueros, de hecho parece que los cuatro lucen más con el balón en los pies que cuando tienen que tratar de arrebatárselo al rival o impedir que este genere acciones de ataque, sino de todo el equipo. ¿Cómo puede defender bien un equipo que tiene a su delantero corriendo detrás de la pelota que se pasaba continuamente la defensa y el portero? ¿Dónde estaban los demás? Si la presión es de uno solo el resultado es nulo.

Un centro el campo inexistente. El Tucu Hernández se bastó para que la sala de máquinas del Deportivo no funcionase. Su mera presencia, con cortes de balón, faltitas y ayudas a sus compañeros, anuló una zona cuyos integrantes se limitaron a correr -muy poco- y nada más. Ni cerraron huecos, ni aportaron nada hacia arriba. La única solución ofensiva del Deportivo fue el pelotazo largo de Schär o las coladas de los laterales. Siempre igual; siempre previsibles.

Regreso al pozo. Finalizar el año en puestos de descenso, con los mismos puntos que el Alavés, puede hacer mucho daño al Deportivo, que tiene por delante dos partidos más que complicados frente al Villarreal y recibiendo al Valencia. Difícil pensar que puede llegar al ecuador de la competición con más puntos de los que figuran ahora en su casillero, solo 15. Solo hay dos equipos por debajo, hay otro con las mismas cifras, pero los de arriba tienen la posibilidad de escaparse con lo que dejaría la salvación cada vez más cara. La falta de todo levantó las alertas en su grado máximo tras la derrota del sábado. Fue perder el PARTIDO, ante un rival que hizo lo justo y lo que tenía que hacer, pero además supuso el regreso a los puestos que conducen a Segunda División. Con ello una pérdida absoluta de la confianza, si quedaba alguna, del deportivismo en un equipo plano y sin alma.