Riazor se despidió ayer de Primera División cuatro temporadas después con un clima de resignación que por momentos mudó en descontento y reproches. Asumido el descenso y la realidad de que el año que viene lo que se verán en el estadio blanquiazul serán partidos de Segunda, buena parte de la afición prefirió no acudir a un campo que presentó la imagen más pobre de todo el curso. No lo hicieron ni siquiera para quejarse, porque ayer era la última oportunidad que se le presentaba a los seguidores del equipo para protestar por un año marcado por el descalabro deportivo. Apenas 13.000 aficionados estuvieron ayer contra el Villarreal en un partido en el que no tardaron en aflorar las críticas, más o menos lo que le llevó a los visitantes adelantarse en el marcador.

Fue marcar Samu Castillejo cuando apenas se había superado el primer minuto y empezar a brotar los reproches de la grada. El amago de reacción del equipo amortiguó las quejas por un tiempo, pero las protestas se intensificaron en el tramo final de la primera parte, especialmente por parte de los Riazor Blues.

Desde el fondo de Maratón Inferior se volvió a reclamar la dimisión de la directiva y resonaron los cánticos contra unos jugadores que abandonaron el césped al final de la primera parte con una pitada generalizada de todo el estadio.

Fue en el descanso cuando los Blues decidieron abandonar su ubicación habitual, aunque no se fueron del campo. El grupo de aficionados denunció que el club les había retirado la megafonía de la que disponían en su grada, aunque fue la Policía quien lo hizo, y se repartieron por las localidades cercanas. Volvieron a escucharse cánticos contra la directiva, pero el hartazgo quedó de manifiesto de manera más contundente al final del partido. Riazor fue de nuevo unánime para despedir un curso para el olvido con otra pitada colectiva.