De las 77.000 toneladas de fuel que transportaba el petrolero con bandera de Bahamas el 13 de noviembre del año 2002, aproximadamente 1.000 permanecen todavía en el interior del pecio hundido a 3.500 metros de profundidad, entre proa y popa. Siete años después de escupir en el litoral atlántico al menos 60.000 toneladas y tras las sucesivas extracciones de hidrocarburo realizadas por la empresa Repsol YPF, los restos del Prestige todavía esconden chapapote.

El último informe emitido por la propia empresa petrolífera advertía que el pecio vertía diariamente entre 20 y 50 litros de fuel, además de alertar del riesgo de corrosión y perforaciones en el casco fruto del desgaste.

No obstante, según expertos en oceanografía consultados por este periódico, el "poco fuel" que puede verter a estas alturas el petrolero hundido, así como la materia residual que guarda en su interior, "no supone una amenaza para el medio ambiente ni para el ecosistema marino, teniendo en cuenta que cualquier sentinazo emitido por un buque en alta mar provoca daños superiores", y atendiendo a "las cantidades mínimas de residuos de las que hablamos siete años después".

En tierra, el paso del vertido del petrolero Prestige todavía es vivible. Investigadores de las universidades gallegas han detectado, en los dos últimos ejercicios, fuel enterrado en la arena. Como si se tratase de un proceso de fosilización o de un nuevo sustrato, hay capas de chapapote enterradas hasta los cuatro metros de profundidad, un fenómeno que está relacionado con las mareas.

"A veces aparecen galletas a flote y tiene que ver con este proceso; el mar es capaz de devolver a la superficie, puntualmente, parte de esos residuos enterrados, que fueron cubiertos por capas de arena tras las primeras oleadas de vertidos", argumentan fuentes de un grupo de investigación de la Universidade de Vigo que analiza el comportamiento del chapapote que parece destinado a convertirse en sedimento.

En distintos puntos de la costa gallega, las rocas siguen siendo testigo de lo ocurrido. Allí donde no llega el mar, las piedras mantienen ese aspecto negruzco que caracterizó a la costa gallega a finales de los años 2002, 2003 e incluso del año 2004, con la tragedia reciente.

Esta situación es común en zonas de A Costa da Morte, como en los municipios de Muxía, Fisterra, Carnota o Camariñas y, en el sur de Galicia, e incluso en Sálvora y Ons. "Uno de los problemas de las mareas negras es que sólo se limpian las zonas accesibles, como ocurrió desde el mar, o desde tierra, con los numerosos grupos de voluntarios. Pero hay grupos de rocas que el mar no alcanza, que se sitúan en la zona supralitoral. Sólo reciben salpicaduras puntuales insuficientes para un efecto limpiador. Estudiamos técnicas para devolverles su color original", según manifiesta Ricardo Beiras, profesor de Contaminación Marina en la Universidade de Vigo.