Huele a humo. No mucho, pero el sentido del olfato aún trae a la memoria el incendio que arrasó hace un mes 750 hectáreas en la comarca del Eume. Es el segundo sentido que hace encoger el corazón. El primero, el de la vista, hace tiempo que lo ha encogido. Vaya donde vaya la mirada, las Fragas del Eume -el último bosque atlántico de Europa- parecen un paisaje lunar. Solo lo diferencia el suelo negro, quemado, herido; y los arboles, la mayoría eucaliptos, desnudos, pelados, sin hojas y medio chamuscados. Muchos ya están muertos. Los que tienen hojas no son verdes. Son marrones. Marrones por el fuego que las ha alcanzado y que ha acabado con ellas.

El silencio, roto solo por alguna furgoneta de los guardas del parque natural, ayuda a dibujar un panorama todavía más desolador. Casi lunar, casi desértico.

Es la zona cero del incendio, como la denomina uno de los técnicos del servicio de conservación de la naturaleza de la Xunta. En las últimas semanas se afanan para que el impacto del incendio sea menor. Difícil trabajo.

La zona cero se encuentra en el Concello de A Capela. Allí es donde el incendio actuó como más virulencia y allí es donde se desarrollan la mayor parte de las medidas preventivas para que no se erosione el suelo y para evitar que las lluvias arrastren las cenizas a los arroyos que desembocan en el río Eume.

En algunos lugares, antes de llegar al corazón del parque, la pista ha actuado de cortafuegos y ha evitado que las llamas saltasen al otro lado de la ladera y continuase colina abajo. En otros, no ha ocurrido así y la tierra quemada y los árboles ennegrecidos se pierden en la distancia. Hasta el río.

Ha pasado ya un mes, pero todavía huele a humo. Ha pasado ya un mes, y, pese a todo, ya hay brotes verdes. Así es la naturaleza. Antes un gamo alegre y huidizo había cruzado la carretera y se había perdido por una zona, milagrosamente, verde. La naturaleza no se para.

"Ha ayudado que durante las primeras semanas la lluvia no cayese con mucha intensidad y eso ha provocado que la ceniza se compacte con el suelo y no sea arrastrada", explica uno de los técnicos al pie de la ladera ennegrecida. "El bosque se está comportando muy bien. Las hojas que están cayendo también están ayudando a que no haya mucho arrastre de cenizas", asegura su compañero.

En ese momento están inspeccionando cómo unos operarios colocan barreras de contención en la ladera del monte. Miden entre tres y cuatro metros. Están elaboradas con paja y recubiertas con fibra de coco. Son biodegradables. "No hace falta recogerlas después", apunta uno de los técnicos. Su objetivo es detener el arrastre de las cenizas al río.

También están realizando trabajos para estabilizar el suelo en las zonas más afectadas y en otros lugares están esparciendo paja para evitar la erosión. Un poco más abajo otros operarios colocan filtros en las cunetas para que, de nuevo, las cenizas no lleguen al río. Están fabricados artesanalmente con una tela que deja escapar el agua y está clavada con puntas al asfalto.

Estas son las medidas a corto plazo. ¿Y a medio plazo? "Cortar y sacar los árboles que ya están muertos, comprobar cómo evoluciona todo y evitar la dispersión de las semillas de eucalipto", recuerda uno de los técnicos.