. spaña es como aquel inquilino que vivía en el ático del número 13 de la Rue del Percebe, proféticamente ideado hace ya décadas por Francisco Ibáñez. El padre de Mortadelo y Filemón creó en ese edificio de papel un personaje que resistía heroicamente a sus acreedores, por mucho que estos insistieran semana tras semana en cobrar sus deudas al moroso.

El okupa de la buhardilla era -y sigue siendo- una muy atinada metáfora de este país en el que nadie paga a nadie. Resistente como buen español, el caradura del último piso urdía en cada viñeta un nuevo pretexto para obviar el pago de sus facturas pendientes; y lo cierto es que siempre acababa por librarse del acoso de los prestamistas.

Quizá se reconozcan en ese personaje los muchos empresarios que, por mera falta de liquidez, van rebotando unos a otros las facturas de los proveedores. Agotado el maná de la construcción y con los bancos tan secos de crédito como la mojama, el único recurso para seguir a flote -aunque sea zozobrando- consiste precisamente en diferir el pago de las deudas sin más que pasarle a otro la bola. Es así como la economía española en su conjunto se ha instalado en el 13 de la calle del Percebe, reino de los impagados.

Despistado en estos confusos asuntos de las finanzas, el pueblo tiende a atribuir todos los males de la crisis al despilfarro de las administraciones públicas que, efectivamente, ha sido cuantioso durante los últimos años.

Bastaría, por tanto, con suprimir las autonomías, eliminar el Senado y prescindir de unos cuantos miles de funcionarios -incluidos médicos, policías y bomberos- para que España saliese del hoyo.

Infelizmente, las cosas no son tan sencillas. Quienes atribuyen a los "reinos de taifas" la desgraciada situación de la economía española son a menudo los mismos que tienen como modelo de progreso a Alemania, ignorando tal vez que ese boyante país lo conforman dieciséis Estados, con sus dieciséis gobiernos y sus dieciséis parlamentos. Y no es el único caso. También los Estados Unidos de Norteamérica constituyen, como su nombre indica, una república federal en la que los gastos gubernamentales y parlamentarios se multiplican por cincuenta, sin que ello sea obstáculo para la buena marcha de las finanzas de esa nación. Ni la de Alemania, por supuesto.

Más que la modesta deuda pública, inferior a la media de Europa, lo que de verdad tiene agobiada a España son los créditos de sus particulares y empresas. La barra libre abierta por los bancos durante la época dorada del ladrillo facilitó que casi todo el mundo se hipotecase aquí hasta el punto de que la deuda privada suponga a día de hoy el 200% de lo que produce el país en un año. Comparada con esa descomunal cifra, la deuda pública del 70%, aunque creciente, es un porcentaje de lo más módico.

La deuda de las administraciones públicas equivale apenas a una cuarta parte del total de tres billones de euros que debe España: de lo que lógicamente se infiere que la mayoría del pufo corresponde a sus empresas y a sus ciudadanos. Son los numerosísimos inquilinos particulares del ático de la 13, Rue del Percebe, los que en realidad preocupan a los mercados y ponen de los nervios a la prima de riesgo. Y, vistas las costumbres del personaje de Ibáñez, no parece raro que los mercados desconfíen de tan mal pagador. Es lo que pasa con los países de tebeo.

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