Quería volver a casa por Nochebuena para pasarla con su hijo, de una forma "normal y corriente", y lo logró, aunque el collarín y las revisiones la acompañarán durante un tiempo. Elena Moreno llegaba hace dos días, triunfante, a su domicilio de Madrid tras recibir el alta hospitalaria. Casi 150 días ingresada en La Rosaleda, en Santiago, le han otorgado a esta santanderina -que fue diputada en el Congreso con UCD por Pontevedra desde la primera legislatura hasta 1982- un dudoso honor del que no le importaría prescindir: ser la última superviviente del siniestro de Angrois que recibe el alta médica.

Con todo, se congratula de poder contarlo -su tono es siempre optimista- e insiste en que primero de nada se deje constancia de sus agradecimientos a la policía, los vecinos de Angrois, la gente de la prensa y al personal del centro sanitario, que se portó "como si fuera de la familia" y la ayudó a reír y a superar el duro trago de no poder hacer "nada" por ella misma. Durante estos cinco meses ni siquiera podía ver la televisión. Perdió las gafas en el siniestro y dado su estado, era imposible graduarle la vista. Solo hizo un esfuerzo cuando emitieron el especial sobre Adolfo Suárez, con el que coincidió en su etapa parlamentaria. Tampoco podía leer el periódico si no era hoja por hoja, destrozado, ni aguantar el Kindle demasiado tiempo con una sola mano hábil. Eso sí, le quedó la radio, a la que considera su "compañera", su familia y sus amigos.

Elena Moreno ya estaba en las puertas de salida del tren, con las maletas, cuando llegó el impacto. "No me acuerdo de nada. No me enteré de cómo fue el golpe", sostiene. No obstante, sí recuerda que se identificó al llegar al hospital, con ambas piernas quemadas, lesiones muy graves en dos vértebras y un brazo y contusiones por todo el cuerpo. Aunque ahora puede andar, "con cuidado", es incapaz de agacharse si algo se le cae, todavía necesita ayuda para algunas actividades y, además, reconoce que las piernas le quedaron deshechas y tendrá que llevar pantalones o medias oscuras "siempre". No obstante, reconoce que da "gracias a Dios constantemente". "¡Hay tanta gente que no lo puede contar!", exclama.

De una tragedia tan negra como la que vivió y sus consecuencias, Elena Moreno se empeña en sacar lo positivo: "Te hace ser consciente de que hay gente buenísima por el mundo".

Entre ellos, dice, el policía que la sacó del tren y que al visitarla contribuyó a hacer más llevaderas sus horas de hospital. Ha decidido reintegrarse en la normalidad sin aspavientos, "poquito a poquito". "Ahora que empieza mi vida diaria quiero ir con mucha paciencia. De momento me conformaré con dar paseos, pero mantendré un espíritu positivo y daré gracias a Dios de que salí sana y salva, de que estoy viva", señala.

Su "deseo es volver a la vida normal" y, para ello, "cuanto antes se solucione la investigación judicial sobre el siniestro, mejor": "Lo que quiero es que no se alargue, que no tengan que pasar años para que se resuelva porque, a nivel psicológico, quiero borrar esto de mi vida y se acabó".

Aunque admite que prefiere no seguir el tema del accidente de cerca, Elena tiene una opinión clara sobre algunas cuestiones. Por ejemplo, considera "absurdo" pedir una comisión de investigación porque implica "alargar" más el proceso. "Es un accidente que pudo haber pasado. No se le puede echar la culpa ni a uno ni a otro. No fue a propósito, sino una mala suerte", sostiene, y reclama: "Tendrá que haber justicia. Hay que valorar las cosas con certeza, con sensatez".

"Me fastidia que no me dejen retomar las prácticas de la universidad"

El accidente del Alvia devolvió a Iago Sánchez a una etapa previa de su vida. Este joven de 24 años de Betanzos llevaba años fuera de casa, primero en Pontevedra, donde estudió Comunicación Audiovisual, y luego en Madrid, donde hizo un máster de Gestión y Liderazgo de Proyectos Culturales de la Universidad Rey Juan Carlos, que supuso "una considerable inversión" para su familia.

Cuando ocurrió el siniestro acababa de empezar en Segovia las prácticas del máster en la Concejalía de Cultura, una oportunidad que le costó lograr y a donde quiere volver si le dejan. Ha llegado hasta el Defensor del Pueblo y el Ministerio de Educación para que la universidad le permita reanudar esas prácticas "truncadas por causas de fuerza mayor", una catástrofe de la que sigue recuperándose. Lleva peleando tres meses con "indignación" frente a una institución que "no se preocupa para nada de los problemas de sus alumnos" y no admite lo "extraordinario" de su caso al desestimar su solicitud porque ya no está matriculado. "Lo que más me fastidia es que no me dejen retomar las prácticas por la universidad", señala, pero aun así sigue luchando para retornar al punto de partida.

En lo tocante a su salud, va camino de lograrlo. Aunque le han operado la pierna y cojea y a pesar de que su piel debe esperar un año para ver el sol por las quemaduras, ha empezado a salir. Pero aún no está para muchas celebraciones y en su santo siempre recordará aquella noche, pese a que fue uno de los primeros en salir, con la ayuda de los vecinos de Angrois, a los que está "superagradecido". Iago evita las noticias sobre el siniestro, pero comparte con otras víctimas un deseo: "Justicia".

"Soy un estrellado con estrella, pongo mi mejor cara por mis hijos"

"De cien a cero. Hay que empezar otra vez". Es complicado con ocho costillas, cuatro vértebras y la cadera, que aguanta a base de tornillos, fracturada. Sin embargo, Ángel Torres ejerce de entero, aguantando el dolor físico, sueños y pensamientos que le gustaría evitar y el miedo a cualquier desplazamiento.

"Si no fuera por mi familia, por los hijos no me costaría nada quedarme en la cama llorando", admite. Así que pone su mejor cara y se empeña en ser "responsable" y cuidarse para curarse del todo y poder reiniciar los negocios que preparaba en Madrid antes del siniestro.

Aunque Ángel se esfuerza por no cojear, los semáforos no están por la labor -se le ponen rojos cuando va por la mitad- y no puede dar patadas a ningún balón sin sentir que se rompe. Tan solo sentarse es "complejo" y, aunque ha podido aparcar las maletas, hay cosas que se "han cerrado" para él.

"Me dicen que soy un estrellado con estrella, pero todos los que íbamos en ese tren tuvimos mala suerte, aunque unos la tuvimos mejor. Pagaría por haberme bajado en Ourense", enfatiza este coruñés que reparte suerte desde una administración de loterías y que acaba de participar aunque sin éxito en un concurso de TVE para emprendedores, en el que proponía colocar publicidad en las ruedas de las bicicletas.

"Sigo siendo un culo inquieto y tengo ganas de comerme el mundo", asegura. Si algo le ha enseñado el siniestro, afirma Ángel, es a "vivir intensamente", "a disfrutar más de las cosas" y a sentir "una ilusión, que estamos cogiendo todos, de que esto no nos puede parar". "La nueva cuenta no la empezaré el 1 de enero -asegura- la empecé el 25 de julio".