Con la independencia de la metrópoli, Estados Unidos abolió los títulos nobiliarios procedentes de Inglaterra. Francia lo hizo en la Revolución. Ahora la Asociación Transatlántica de Libre Comercio e Inversión (TTIP) que negocia la Unión Europea (UE) con los vecinos del otro lado del Atlántico quiere instaurar la democracia alimentaria y se propone eliminar las denominaciones de origen, esos apellidos que distinguen a los alimentos selectos de la UE.

Se trata de una larga lista con montañas de productos españoles, de los que más de una treintena corresponden a Galicia, la tercera comunidad con más sellos de este tipo, solo por detrás de los 58 de Andalucía y los 33 de Cataluña y empatada con los 31 que también ostenta Castilla y León. Entre los productos gallegos con sello de calidad -bien sea a través de Denominaciones de Origen o Indicaciones Geográficas Protegidas- amenazados por el TTIP destacan las seis denominaciones de origen de vinos gallegos -Monterrei, Rías Baixas, Ribeira Sacra y Ribeiro, Valdeorras-; los catalogados como viños da terra -el de Betanzos y el de Barbanza e Iria-; además del aguardiente o el licor de hierbas, el orujo o el licor café de Galicia. En cuanto a los derivados lácteos son reconocidas con denominación de origen cuatro variedades de quesos -Arzúa-Ulloa, Cebreiro, Tetilla y San Simón da Costa-, mientras que en las carnes la calidad suprema la ostentan el Lacón Galega y la Ternera Gallega y de los frutos del mar, el Mejillón de Galicia.

De los alimentos de la huerta, además de todos los que cuenten con el sello del Consello Regulador da Agricultura Ecolóxica, se distinguen por su calidad los que llevan el distintivo Grelos de Galicia, Patata de Galicia o Faba de Lourenzá. A ellos hay que sumar cuatro variedades de pimientos según cuyo sello está relacionado con la zona de cultivo: pemento de Arnoia, de Herbón, de Mougán o de Oímbra. En la despensa gallega con productos con denominación de origen tampoco faltan las castañas con la etiqueta Castaña de Galicia, la miel cuyo envase destaca que es Mel de Galicia, el Pan de Cea o una Tarta de Santiago como postre a estas viandas y bebidas para acompañar.

Estados Unidos no respeta las indicaciones geográficas de la UE, especialmente las de alimentos. No es nada nuevo. Uno de los mejores ejemplos estriba en que en cualquier tienda de licores, por menos de ocho dólares, se venden llamativas botellas de champagne, etiquetadas como tales, con bebida elaborada en California. Algunos envases se parecen sospechosamente a otros de factura francesa.

El 75% de los blancos efervescentes consumidos en Estados Unidos son presentados como champagne. Los de Reims, los verdaderos, no sobrepasan el 10% del mercado. Algo parecido pasa con quesos como el manchego, francés o el feta griego.

Los productores estadounidenses están acostumbrados a utilizar en su beneficio marcas y nombres amparados por denominaciones de origen en Europa. Ese comercio es sumamente rentable. Si no está dispuesto a renunciar a él un presidente moderado como Barack Obama, menos lo hará un posible futuro inquilino de la Casa Blanca más radical y "nacionalista".

Así que, lejos de apaciguarse los ánimos, el temor de agricultores, ganaderos y productores artesanos aumenta a medida que avanzan las conversaciones para poner en marcha la mayor área libre de intercambio comercial del mundo. En España las críticas al TTIP arrecian desde las organizaciones agrarias y ecologistas. En 2015 el Gobierno trasladó a Bruselas su temor por la desprotección de las denominaciones en el futuro acuerdo. Aunque el Ejecutivo de Rajoy, desde diciembre en funciones, defiende el pacto con los americanos, también ha hecho constar su preocupación por el negro futuro que se presenta ante un sector agrario que ha encontrado en las marcas de calidad una red de protección contra la crisis. En cambio, el departamento de Comercio de los Estados Unidos considera las figuras de calidad de Europa simples marcas genéricas. De ahí que al champagne de Napa Valley le salgan aliados tan exóticos como el jerez de California y el oporto de Oregón.

En la vieja Europa las cosas son diferentes. La denominación de origen es como una joya de familia. Basta analizar el caso de productos gallegos como la Ternera Gallega y algunos de los vinos con denominación de origen, que han vivido una recuperación y posterior expansión al calor de ese título de nobleza gastronómica que, además de garantizar una alta calidad, va unido a precios más altos.

A los productores estadounidenses les interesa mantener invariable el statu quo actual. El llamado Consortium for Common Food Names (Consorcio por los Nombres Genéricos de los Alimentos), un lobby activo y poderoso, denuncia incluso los "ataques" de la UE contra sus alimentos. Para intentar evitar la debacle, la Comisión Europea ha introducido en la negociación 200 productos asociados a una tierra. La idea partió del secretario de Estado francés de Comercio Exterior, Mathias Fekl, defensor de la bautizada como "diplomacia de los terruños". Al lobby de los lácteos norteamericanos le ha faltado tiempo para oponerse a esa lista.

Sus argumentos dejan sin palabras a quienes defienden el nuevo mundo multicultural y diverso: "Somos una nación de inmigrantes, un melting-pot cultural. Ese saber tradicional es también nuestro, el de nuestros antepasados".