A Juan Ignacio Rodríguez le puede su pasión investigadora sobre la acuicultura marina. Su trabajo le ha llevado a estar envuelto en mil y una situaciones desde hace treinta años en los que ha recorrido un gran número de países costeros.

Rodríguez inició su larga carrera profesional creando con un socio un taller de reparaciones electromecánicas en A Coruña que trabajaba principalmente para Astilleros Valiña. La crisis en el sector pesquero de aquellos años dio al traste con el negocio. Un día le preguntan si puede reparar un minigenerador de un clasificador de peces de una piscifactoría de truchas. Más tarde le proponen que construya uno.

"Le dije que sí y me basé en los modelos nórdicos que eran los que se comercializaban en España y ahí nació mi afición y dedicación por la acuicultura", recuerda Rodríguez.

A partir de ese momento su nombre corre como la pólvora por el sector. Una empresa acuícola de San Fernando (Cádiz), propiedad de Abel Matutes, le solicita la construcción de un clasificador para alevines de dorada y lubina. "Era necesario separar esas crías porque se producía mucho canibalismo y los peces grandes, como ocurre casi siempre, se comen a los chicos. Así que había que separarlos por grupos de igual tamaño", recuerda el inventor gallego. La máquina que desarrolló era capaz de clasificar alevines de hasta 0,08 gramos, ejemplares más pequeños que una hormiga. Así hasta tres tamaños diferentes.

También fue pionero en la instalación en España, concretamente en la localidad coruñesa de Lorbé, de las primeras jaulas para la cría de peces en la mar. Sus servicios fueron demandados por la cofradía de Blanes (Girona) para construir granjas para la producción de dorada. Esta fue la primera del mundo que se instaló en mar abierto. En los países nórdicos existían estas instalaciones pero dentro de los fiordos.

Juan Ignacio Rodríguez se encargó de la instalación de jaulas en alta mar por toda la costa mediterránea española, lo que hizo que en poco tiempo se alcanzase una producción de 40.000 toneladas de doradas, lubinas, pargos, dentones y sargos al año, el doble del consumo nacional.

También trabajó en los años noventa en Croacia. "Mientras yo instalaba granjas marinas el país se desangraba en una guerra", lamenta.

Los japoneses se fijan en las jaulas marinas de Juan Ignacio Rodríguez y le llaman para que renueve las que tenían instaladas en el Mediterráneo para la cría de atún rojo. "Les fabriqué unas jaulas de polietileno, con una estructura muy similar a la que tiene la Bateamedusa. Los japoneses son muy exigentes porque para ellos el atún es muy apreciado y se cotizaba a 240 euros el kilo. Lo cultivan como un jabugo y sólo admiten aquellos con una grasa, color o textura determinada. Si un atún recibe un golpe su precio cae en picado. Son muy sibaritas con este pescado", asegura.

Las jaulas debían tener unas características especiales. Los japoneses aprovechaban la época de pesca para llenar las jaulas, que después eran remolcadas con los túnidos dentro hacia la costa. Esto permitía tener un stock suficiente para surtir al mercado nipón durante todo el año. Rodríguez se pregunta porque este sistema no se aplica en la pesquería del bonito, lo que permitía mantener el precio y suministrar esta especie fresca durante todo el año.

Instaló granjas por todo el mediterráneo, incluso para Muamar al Gadaffi y en Argelia de donde tuvo que ser rescatado por los Geos de una revuelta. También asesoró durante algún tiempo a Fidel Castro en temas de acuicultura. "Tenía buenos técnicos para hacer cosas, pero no tenía dinero", señala.