Nunca he sabido discernir si la aceptación del famoso juego de la ruleta rusa es un suicidio o un crimen.

Para su práctica son necesarias cuando menos dos personas que se desafían y aceptan previamente lo que, sin duda, será el final de una de las dos: la muerte causada por un disparo en la sien.

Y esto es lo que están haciendo, ahora mismo, la Consellería do Mar y la Unión Europea.

Mientras nuestra inefable Consellería apuesta por la renovación de la flota pesquera mediante la innovación en la construcción de buques pesqueros, con una inversión en los últimos años de más de diez millones de euros destinados a la realización de 1.800 proyectos de modernización de buques, la UE incrementa un 6% las importaciones anuales de pesca y marisco hasta alcanzar un valor de 22.300 millones de euros. Este hecho, confirmado por un informe de la Comisión Europea, concreta el balance más negativo hasta la fecha (año 2015) del déficit comercial de productos pesqueros: 17.800 millones de euros, un 7% más que el año anterior y un 30% superior al registrado en 2005.

Esta circunstancia es todavía más llamativa si se tiene en cuenta que las importaciones de pescado y marisco de Marruecos y Estados Unidos aumentaron un 15% respectivamente, hasta superar los 1.000 millones de euros en ambos casos, siendo las especies de fondo, cefalópodos, crustáceos y salmónidos (las adquisiciones de pescado en Noruega crecieron un 9%) los productos más importados.

El panorama es desolador: la Xunta invierte 10 millones de euros en la modernización de la flota pesquera gallega en un momento en el que nada hay que pescar por falta de cuotas derivadas de la que se considera escasez de pescado: A la vez, destina nuevas cantidades de dinero -con la participación del Estado y de la CE- al achatarramiento de barcos, muchos de ellos de nueva generación o que han sido reformados en años recientes. Y, para más inri, la Unión Europea opta por incrementar la importación de especies marisqueras y pesqueras de terceros países ante la evidencia de que la producción propia no es suficiente.

Es el juego de la ruleta rusa: Alguien en él resultará muerto. Y al paso que vamos, es fácil deducir que el muerto se llama sector pesquero gallego.

Este posee, todavía, barcos eficientes, modernos, a los que se ha mejorado la habitabilidad, con medidas de seguridad a bordo de las que se carecía hace 20 o 30 años; se ha mejorado la higiene, la calidad de los productos e incluso el rendimiento energético al haberse fomentado la sustitución de los motores. Todo esto ha significado una fuerte inversión para los armadores y estos han recurrido a los fondos comunitarios y estatales destinados a esa mejora.

Pero no hay cupos de pesca. Los barcos se amarran al paralizar su actividad. Los tripulantes se van al paro o buscan -no siempre con resultado positivo- un nuevo empleo. El armador comprueba en el día a día cómo baja su cuenta de resultados. Pero la Xunta sigue terne aportando dinero para innovación y modernización, al tiempo que para el desguace de estos u otros barcos pertenecientes a los distintos segmentos de flota. Una flota que, obvio es, no por ser moderna y eficiente, pesca, porque la Unión Europea que importa miles de toneladas de pescado y marisco echa el cierre en los caladeros, no permite pescar en estos y sostiene una suicida -la ruleta rusa- política pesquera gracias a la cual Marruecos, Estados Unidos, Noruega y muchos otros países mantienen sus respectivas flotas para suministrar aquello que los europeos necesitamos.

Como si aquí no tuviésemos barcos de pesca. Como si aquí no hubiese pescado, que lo hay a pesar de los interesados informes negativos de lobbies que presionan en Bruselas muchas veces llevados de la mano de organizaciones no gubernamentales cuyos intereses no siempre están claros en relación con la pesca.

De los cinco proyectiles que ocupan los seis huecos de que dispone el tambor del revólver con el que se va a jugar a la ruleta rusa, uno, ausente, va a significar el adiós definitivo para alguien. Y las flotas de Marruecos, de EEUU o de Noruega, curiosamente. No van al desguace, es decir, no se van a morir.