Parece que no, que no hay abandono por parte de la Consellería do Mar y el 1 de noviembre de 2017, con 33 millones de euros de por medio, los buques de todo tipo que naveguen más o menos próximos al litoral gallego podrán hacerlo con la seguridad de que dos helicópteros de la Xunta y uno -ay, el otro hace mutis por el foro- de Salvamento Marítimo, estarán velando por la seguridad de las personas y los barcos de los que son tripulantes.

Como ya ha publicado este periódico, el Servizo de Gardacostas de Galicia tramita la contratación de una sociedad "que opere y mantenga los dos helicópteros" ( Pesca 1 y Pesca 2) con base en Peinador (Vigo) y Celeiro respectivamente, incrementando la cuantía del contrato hasta los 33 millones de euros (un 27% más) y con una duración de cuatro años. Exige la Xunta para esta adjudicación que el Servizo de Gardacostas de Galicia disponga de 20 pilotos en lugar de los 18 con los que contaba hasta ahora.

Que comience la prestación del nuevo servicio el 1 de noviembre no va más allá de la pura anécdota o coincidencia: todos los Santos ayudan, y los del 1-N no van a ser menos.

La tardanza en bendecir oficialmente un servicio que se daba si no por perdido, sí por un tanto abandonado, parece que no ha tenido otro objetivo que la aplicación al adjudicatario de este servicio de aeronaves de una serie de exigencias que el anterior no tenía. Y es que con 20 pilotos se puede garantizar una atención adecuada a un servicio que, además, debe respetar los convenios internacionales en horas de vuelo de los tripulantes de los helicópteros.

Ha habido críticas para el que se calificó de desleixo de la Consellería do Mar para con un colectivo de profesionales o deportistas marítimos cuyas vidas dependen decisivamente de un servicio de búsqueda y rescate en la mar cuyas prestaciones a lo largo de más de 20 años de existencia tantos beneficios ha proporcionado al sector marítimo-pesquero. Ahora, hay que reconocer que los pasos dados van en la buena dirección. Y esto complace a cuantos han -hemos- mostrado una preocupación natural, consecuencia de la tardanza en resolver un problema que nunca debió existir.