Seguramente a los seres humanos en muchos períodos históricos les ha resultado más fácil que les gobiernen que tomar decisiones y participar, en la medida de lo posible, en su futuro.

La verdad es que es más cómodo, siempre tienes a quien echarle la culpa y tú no eres responsable; es la vieja discusión sobre si el destino nos marca la existencia o nosotros tenemos voluntad y poder real para influir en nuestro futuro y enfrentarnos al fatalismo. Incluso los viejos anarquistas han tratado de compatibilizar cierto determinismo con la exaltación de la libertad, con poco éxito.

Siempre partimos del fatum, del destino que nos marca, del significado actual de la palabra "providencia", "el conocimiento del futuro" o la omnisciencia, que los cristianos creen que es un atributo divino, siempre enfrentado a la idea de libertad humana; pero no solo en el cristianismo, el fatalismo musulmán sostiene que el efecto tendrá lugar aunque se elimine la causa o del fatum estoico, que sostiene que el hombre debe aceptar el destino por ser imposible resistirse al curso de los acontecimientos (mera resignación, vamos).

Traigo estas reflexiones a debate porque creo que estamos asistiendo a un cierto determinismo social, incluso político, a una especie de inercia imparable, a una desesperación, a una suerte de hechos consumados con premeditación, que entran en contradicción con el pensamiento liberal nacido del positivismo, de la Ilustración y del pensamiento científico.

Lo que dicen las encuestas sobre supuestas fuerzas emergentes parece resultado de la fuerza del destino; que determinadas organizaciones vayan a desaparecer del mapa ya parece indiscutible y todo de la mano de las cocinas demoscópicas y de los poderes mediáticos cada vez más concentrados y dirigidos por el pensamiento único.

Claro que la guinda de este pastel la ponen los personajes más chuscos de nuestro mapa político, porque no me digan que me tengo que creer que las decisiones políticas de Ana Botella son fruto de la providencia y que los destinos para el futuro político del ministro Margallo o, sobre todo, de Esperanza Aguirre vengan marcados por la misma fuente sobrenatural; tal supuesto nos lleva a comulgar con unas ruedas de molino de un tonelaje muy respetable.

Menos mal que algún titular más nos regala la liberal política madrileña, famosa por sus aires de grandeza y desprecio al populacho, ha confesado que, ante el juez, ella dirá la verdad cuando la citen por sus hazañas automovilísticas. No sé yo si su verdad coincidirá mucho con la realidad o también tendrá alguna revelación sobrenatural que le sirva de atenuante, ya veremos; porque ella, como inculpada, tiene derecho a defenderse y, por lo tanto a mentir, no es un testigo. Puede hacer uso de su libertad como liberal que es.

Otra cosa es cuando habla de su futuro político, cuando se presupone como candidata a la alcaldía de Madrid, frente a contrincantes de su partido. Se encomienda a la providencia, como el resto de sus correligionarios y correligionarias, pero no pueden vendernos motos averiadas, se supone que la providencia ampara tanto a unos como a otras ¿cuál es el criterio para la elección? ¿El dedo de Rajoy, Aznar y los que les gobiernan han de tener algo que ver? Vamos, digo yo, que lo único que tengo claro es que la providencia está peleada con Floriano, el pobre no da una ni con inspiración sobrenatural.