Más que responder, conversa. Habla con la sencillez de los grandes, sin pontificar, sin alzar la voz, pero con claridad de pensamiento. La que le da la experiencia acumulada en más de cuarenta años de profesión desarrollada sobre todo en Estados Unidos. Aunque ha tenido que afrontar crisis tan traumáticas como el 11-S, siendo responsable de la red de hospitales públicos de Nueva York, Rojas Marcos se ha convertido en un analista de la felicidad, un estado de ánimo deseado y, sin embargo, escasamente valorado, según el prestigioso doctor.

- ¿Existen recetas para mantener la esperanza en tiempos tan oscuros como los que nos está tocando vivir?

-Lo más importante a la hora de entender la capacidad del hombre para superar la adversidad es la propia naturaleza del ser humano. Sin ella, nuestra especie hubiera desaparecido y la realidad es que cada día somos más, casi seis mil millones de personas en el mundo, y la gente cada día vive más. Siempre podemos hacer algo para mejorar esa capacidad. Mantenernos en un estado físico saludable: si una persona siente dolor tendrá más dificultad a la hora de afrontar una adversidad. Yo creo que la mujer española es una de las que más vive del mundo porque habla mucho y el hablar disminuye la intensidad emocional de lo que te preocupa y disminuye también la hipertensión arterial, en eso está de acuerdo mi amigo el cardiólogo Valentín Fuster. Creo que los hombres deberíamos hablar más. Después, las personas que están afectivamente conectadas con otras, que forman un grupo, también superan mejor las dificultades. El sentido del humor, una cierta espiritualidad, que no tiene por qué identificarse necesariamente con una creencia religiosa concreta, la unión de valores como el amor, la libertad?Y diversificar la vida, no poner todas las fuentes de satisfacción en una sola cosa.

-¿Repartir los afectos?

-No debemos de utilizar sólo una fuente de satisfacción. Por poner un símil, sería como actuar igual que la gente que tiene dinero y no lo coloca todo en el mismo sitio cuando busca hacerlo rentable. Si lo único que a mí me hace feliz es mi mujer, por ejemplo, y mi mujer desaparece, lo pierdo todo. Pero si tengo a mi mujer, mi familia, amigos, actividades que me gusten o me satisface mi trabajo, puedo afrontar mejor la adversidad si algo de eso me falla.

-Usted habla de la importancia de la red social, aunque el mundo que se dibuja hoy tiende más al individualismo. Los niños juegan menos entre ellos y se quedan en casa ante el ordenador o la Play Station. ¿Tal vez la crisis nos haga recapacitar y haya un cambio en ese sentido?

-La premisa de que los jóvenes están aislados no creo que sea cierta. Los jóvenes forman un grupo solidario. Lo que tienen son medios distintos a los que yo tenía cuando crecí. Existe la comunicación a través de internet. En España la juventud es muy sana, tiene inquietudes, genera movimientos de solidaridad. Eso de que los jóvenes se aíslan son más pensamientos automáticos negativos, que abundan. Pero cuando se analizan los datos de la realidad no es así. Y en cuanto al segundo punto de la pregunta, no cabe duda de que, en las crisis, nos unimos. Y la unión ayuda a superar la crisis.

-Las redes sociales a través de internet como Facebook o Tuenti ¿pueden ser consideradas un entorno social consolidado o son más bien relaciones virtuales que se desvanecen igual que nacen?

- No me parece algo preocupante, aunque siempre hay patologías, claro. Pero si uno habla con uno de estos jóvenes se da cuenta de que no son individuos aislados, ellos salen, tienen amigos. Internet es sólo una afición más. Evidentemente, como había antes, habrá jóvenes que se aíslen y se queden en casa, pero esos no representan a la mayoría. En España hay un enfoque excesivo hacia la minoría negativa de la vida y no se aprecia el hecho de que la mayoría, a diario, salimos vivos de casa y volvemos vivos a casa.

-Tal vez tenemos demasiado presentes dichos como eso de que de lo malo se aprende más que de lo bueno.

-Esos son los pensamientos automáticos, que uno genera espontáneamente, pero que no se han procesado con la lógica. Siempre se dice eso de 'esto está fatal, no hay por donde cogerlo'. Le pondré un ejemplo: aquí se dice demasiado aquello de 'cualquier tiempo pasado fue mejor'. En realidad, si luego preguntas a cada persona, por separado, casi nadie habría elegido nacer cien años atrás. Luego algo debemos estar haciendo bien para que casi nadie prefiera haber nacido en otra época. Tanto en España como en Europa, el optimismo está mal visto. Si uno va a una reunión social y dice 'qué bien me siento, qué feliz soy', todo el mundo te mira como si fueras un ingenuo o un ignorante. Pero si preguntas, uno por uno, si en general está satisfecho con la vida, estableciendo un baremo de cero a diez, lo normal es que la gente se dé un seis, un siete o un ocho. Alguno habrá que, por situaciones determinadas se dé un cuatro o un tres. También le digo que si alguien se diera un diez, le daría inmediatamente hora para mi consulta. Lo que quiero decir es que, en general, la cultura, hace hincapié en lo negativo, pero no influye tanto en la felicidad individual. Es verdad también que ahora sabemos que los humanos tienen un límite para soportar la adversidad. Y que no se debe pensar nunca eso de 'mira, este hombre qué fuerte es, con todo lo

que ha pasado'. Mejor decir 'aquí está este hombre, a pesar de lo que ha pasado'. Porque lo cierto es que personas que han sufrido antes pueden tener después más dificultades para asumir nuevas adversidades.

-¿Pero no cree que también es recomendable tener asumida la vulnerabilidad del propio ser humano, que vivimos demasiado de espaldas a la enfermedad y a la muerte, que son propias también de la vida misma y que eso mismo nos incapacita para situaciones límite?

- Debemos ser conscientes de lo que significa la vida y mantenernos sanos, al igual que es importante entenderte a ti mismo, saber cómo eres, tus sentimientos, el impacto que tienes ante los demás. Eso es lo realmente positivo. El hecho de que la muerte forma parte de la vida está ahí, pero yo tampoco recomiendo que se piense en la muerte.

- No me refería tanto a pensarlo, sino que se nos educara para entender sin grandes traumas que la vida tiene un final.

-La mayoría de las personas, incluso los niños, sienten esa curiosidad sobre el significado de la muerte, aunque es un concepto que se asume con la edad. Con trece o catorce años queda demasiado lejos. Pero a medida que uno vive más tiempo, es inevitable pensar: un amigo que se muere, los padres?Tiendes a pensarlo cuando se acerca el momento. Pero creo que, en definitiva, lo llevamos bien.

-Estamos en la sociedad de la información, aunque muchos días son noticias negativas, ¿eso puede afectar a la salud mental colectiva?

-Sí, tanto usted como yo trabajamos en profesiones donde nos rodean las noticias negativas. Es difícil pensar que alguien venga a mi consulta porque es feliz y al periodista le pasa lo mismo, la noticia es la excepción. El bombardeo de noticias negativas es inevitable, porque la noticia negativa vende. Los humanos hemos sentido siempre fascinación por las atrocidades. Hace dos mil años, los más educados del mundo, en Roma, iban al Coliseo a ver actos de violencia increíble. Y no hace mucho las familias acudían a las plazas de Londres y París a ver cómo ejecutaban a los reos. Esa fascinación existe todavía. Por eso el suspense, la violencia, nos llama la atención y vende. Y eso tiene impacto, indudablemente.

-¿Somos violentos por naturaleza?

-No, no. Pero eso vende. La violencia nos pone en contacto con nuestras propias fantasías de poder sobre la vida y sobre la muerte.

-Usted estuvo directamente implicado en el mecanismo de emergencia que Estados Unidos activó tras el 11-S. A ese atentado le siguieron entre otros el 11-M. Vivimos en una sociedad global donde el miedo es también global. ¿Cómo afrontarlo?

-Ese miedo global es la incertidumbre, el sentimiento de vulnerabilidad por ataques terroristas o por epidemias como esta última de la gripe A. Incluso aunque, como ocurre, en este último caso, la mortalidad asociada a la pandemia no sea muy alta. No se puede comparar el número de muertos con los que producen otras enfermedades. Pero con su divulgación se alimentan las incertidumbres. Creo que el sentimiento de fragilidad forma parte hoy de quiénes somos. Antiguamente no se pensaba que íbamos a vivir tanto tiempo, pero hoy en día tenemos expectativas de que nuestra vida va a ser larga, que conoceremos a nuestros nietos. Y cuando eso se conmueve, cuando se resquebraja el sentido de futuro, nos provoca ansiedad.

-También ha vivido muy de cerca el fenómeno Obama. ¿Hasta qué punto responde a la necesidad de la tribu de buscar un líder que les dirija de forma firme?

-Cuando llegan las crisis todos buscamos líderes. En todas las situaciones, desde el fuego que se produce en una casa a un avión que sufre una avería, la gente se vuelve en busca de un líder que nos ayude a salir adelante. Y en crisis tan prolongadas como ésta también necesitamos líderes que nos expliquen los porques y qué podemos hacer para salir adelante. En las tormentas, los líderes son imprescindibles.

-El último libro que ha publicado, Corazón y mente, lo ha escrito con su amigo el cardiólogo Valentín Fuster. Presentan ustedes casos clínicos de supuestas dolencias físicas que responden, en realidad, a problemas emocionales. ¿Se ha puesto fin al divorcio entre la medicina del cuerpo y la del alma?

-Yo diría que sí, que cada vez se acepta más que el ser humano es un todo y que es en el cerebro donde se cuecen las fantasías y los miedos. A la hora de tratar a una persona que sufre, la labor es mucho más efectiva si se tiene en cuenta sus sentimientos, lo que va a sentir su entorno. No se trata de curarle sólo una hepatitis, por ejemplo, sino comprender qué significa para él su enfermedad, qué sentimientos tiene y cómo le afectan en sus quehaceres diarios.