Seis millones de españoles sufren insomnio de manera crónica

Médicos, científicos y pacientes piden más concienciación social y que se mejore la respuesta a un trastorno que crece exponencialmente | España se haya convertido en un país líder en consumo de ansiolíticos e hipnóticos, de importante potencial adictivo

Una mujer trata de dormir tras tomar una pastilla de melatonina que ayuda a conciliar el sueño.

Una mujer trata de dormir tras tomar una pastilla de melatonina que ayuda a conciliar el sueño. / Richard Cugat

Patricia Martín

Dar vueltas en la cama sin conciliar el sueño. Despertarse a mitad de la noche y no poder ya pegar ojo. Tener pesadillas. Llevarse el trabajo o las obligaciones a la cama. Y así, días y días. Se calcula que más de seis millones de españoles, el 15%, sufren insomnio crónico, lo que supone dormir mal al menos tres días a la semana durante más de tres meses. Y hasta la mitad de la población ha experimentado alguna vez problemas para dormir, una epidemia silenciosa que va al alza y a la que políticos, médicos, investigadores y pacientes buscan poner freno.

Para ello, se ha creado la Alianza del Sueño, un grupo de trabajo que reúne a los principales actores y persigue la puesta en marcha de medidas urgentes frente al creciente problema de salud pública. En primer lugar, reclaman mejorar el cuidado y la salud del sueño a través de educación y campañas, donde también se conciencie sobre el uso inadecuado de tranquilizantes y somníferos con fuerte potencial adictivo. Y piden dotar al sistema sanitario de los medios y la formación suficientes para que mejore su respuesta.

Y es que cada vez está más extendida la necesidad de cuidar la alimentación y de hacer ejercicio físico, pero buscar “buenos hábitos de sueño es bastante desconocido”, según alerta la Coordinadora del Grupo de Estudio del Sueño de la Sociedad Española de Neurología, Ana Fernández Arcos. Para empezar, lo recomendable es dormir entre siete y nueve horas diarias, pero buena parte de la población no llega a esas horas, sobre todo en los días laborables, y a muchos les parece normal dormir menos. Además, está extendida la idea de que el sueño puede recuperarse durante el fin de semana, pero el organismo no lo almacena, es una necesidad diaria.

Los estudios han demostrado que dormir mal, además de afectar al estado de ánimo, tiene repercusiones en la salud. Por ejemplo, aumenta el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares como un infarto, está relacionado con problemas metabólicos como la diabetes o la obesidad y tiene un “efecto bidireccional” en la depresión, según explica la doctora Fernández Arcos, en referencia que dormir mal aumenta la posibilidad de padecer algunas enfermedades mentales y viceversa. Asimismo, está asociado a un aumento de la siniestralidad y a un bajo rendimiento escolar o laboral.

“Durante el sueño ocurre una limpieza de productos derivados del metabolismo celular cerebral, permite al cerebro reestablecer algunas funciones y favorece la consolidación de la memoria. La privación prolongada de sueño puede conducir a la muerte”, concluye Rybel Wix, del Grupo de Insomnio de la Sociedad Española de Sueño.

Estado de hiperlerta

El insomnio crónico suele estar precedido por un insomnio situacional provocado por acontecimientos estresantes, pero se caracteriza porque no consigue mejorar cuando desaparecen los factores causantes. Y uno y otro han ido al alza debido al estilo de vida actual y el “estado de hiperalerta”, según la doctora Fernández Arcos. “Cada vez tenemos horarios más amplios, queremos hacer más cosas pero tenemos poco tiempo para conciliarlo todo, por lo que nos llevamos el trabajo o las preocupaciones a la cama, a través del móvil o la tablet, y no desconectamos el tiempo suficiente para conciliar el sueño”, explica.

Y en la pandemia disparó el estado de preocupación hasta el punto de que el insomnio tuvo una prevalencia del 57%, según un estudio sobre la repercusión en la salud mental de la crisis sanitaria. Frente ello, la respuesta del sistema sanitario es insuficiente. De entrada, los médicos de atención primaria apenas tienen tiempo para hacer un diagnóstico adecuado y en muchas ocasiones recurren a la solución más fácil: recetar tranquilizantes o somníferos. Esta situación ha contribuido a que España sea líder en consumo de ansiolíticos e hipnóticos. La venta de estos fármacos aumenta de forma exponencial desde 2019, lo que supone un síntoma más de que los problemas para dormir (y los trastornos mentales) no paran de aumentar.

El inconveniente es que estos medicamentos tienen un fuerte potencial adictivo, por lo que no deberían usarse más allá de un mes. Sin embargo, “vemos personas, sobre todo mayores, que llevan décadas tomándolos y se les debería retirar poco a poco, pero faltan medios [el en sistema sanitario] para hacerlo”, lamenta la especialista de la Sociedad Española de Neurología.

Para tratar de paliar este problema, el Congreso ha aprobado recientemente una proposición no de ley en la que insta al Gobierno a actualizar la Guía práctica sobre trastornos de sueño que se maneja en atención primaria y a desarrollar los contenidos formativos necesarios para dar una mejor respuesta. Hasta ahora, el insomnio se estudia en las especialidades implicadas en sus causas y tratamiento, pero apenas tiene peso en la carrera de medicina.

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Lo ideal es que al paciente se le haga una entrevista clínica que permita hacer un cribaje y derivar a los que tienen problemas más severos a los especialistas. Y el último escalón, para los casos más graves, están las unidades de sueño, que deberían estar integradas por profesionales de todas las áreas que pueden estar implicadas en el trastorno como la neurología, la psicología, la neurofisiología, etcétera. Pero, “no hay personal suficiente cualificado en medicina de sueño y las unidades son insuficientes y no suelen estar dotadas con los recursos humanos necesarios”, denuncia Rybel Wix.

Pese a ello, los especialistas piden no desanimarse. Aconsejan acudir siempre al médico —menos de un tercio busca ayuda profesional— porque hay terapias que han demostrado ser efectivas, como el tratamiento cognitivo conductual, que requieren del «compromiso y la motivación del paciente», igual que sucede en las terapias contra la obesidad, pero “dan resultados”. “El insomnio tiene cura”, subraya la doctora Fernández Arcos.

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Dormir interrumpidamente, hacerlo menos horas de las necesarias —lo recomendado es entre siete y nueve—, carecer de un descanso profundo y hasta sufrir épocas de insomnio es una realidad cotidiana en los hogares españoles. El consumo de hipnóticos y sedantes (sin contar con los ansiolíticos) no deja de aumentar en España. De las 29 dosis diarias por mil habitantes que se consumían en 2012 hasta las 34 dosis diarias por mil habitantes del año 2021 (un 15% más), según la estadística de la Agencia Española de Medicamentos, organismo dependiente del Ministerio de Sanidad. En una década (2010-2021), el consumo de fármacos para conciliar y mantener el sueño ha aumentado un 21%.

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Fármacos, gominolas con melatonina , talleres donde imparten terapias relajantes (incluido el mindfulness), colchones que prometen un mejor descanso, aplicaciones de móvil para monitorizar el sueño (incluso los ronquidos y las horas de sueño profundo). La industria internacional del mal dormir alcanzará en 2023 una facturación anual de 101.900 millones de dólares, según pronostica la revista Time. “Esta pujanza muestra que muchas personas valoran su descanso lo suficiente como para invertir tiempo y dinero en su mejora”, explica David Jiménez Torres en su reciente ensayo El mal dormir. La consultora McKinsey calcula que el mercado de productos vinculados al mal dormir lleva años creciendo a un ritmo del 8%.

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Menos de un tercio de las personas con problemas de sueño buscan ayuda profesional, según expone la Sociedad Española de Neurología. Contar ovejas, imaginar un lienzo en blanco, practicar la atención plena, centrarse en la respiración... “En realidad —concluye el ensayista madrileño— el maldurmiente veterano ya da por hecho el fracaso de cualquier estrategia”. “Estamos delante de una epidemia silenciosa de pérdida de sueño, el reto de salud pública más importante del siglo XXI”, sentencia Matthew Walker, que es profesor de Neurociencia y también director del Centro para la Ciencia del Sueño Humano.

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