Acualquier hora, cualquier día, al menos 300 contenedores del grupo de empresas Vima se encuentran navegando por los mares del mundo. Este lobby alimentario presente en 33 países —cuyo centro logístico se encuentra en lo alto de la coruñesa Torre de Cristal, en el barrio de Matogrande, y su sede en La Habana— tiene una especial presencia en el área del Caribe, donde presta atención a 22 millones de turistas en Cuba, República Dominicana y México. Su presidente, Víctor Moro Suárez, presidente de la Asociación de Empresarios Españoles en Cuba —la única patronal reconocida por el régimen de Castro—, fue uno de los primeros hombres de negocios europeos que se asentó hace un cuarto de siglo en la isla caribeña, al amparo de la apertura propiciada por el derrumbe de la Unión Soviética. Aprovechando una corta estancia de Moro estos días en A Coruña, hablamos de las consecuencias económicas de la gripe —"el turismo de Yucatán se ha desplazado a Cuba y, sobre todo a la República Dominicana; la mayor parte de este turismo es estadounidense y, de momento, no viaja a Cuba"— y del paradójico desconocimiento en nuestro país de la antigua joya del imperio. Por ejemplo, de la insospechada dimensión de los intereses comerciales españoles en la isla. "Cuba sigue siendo desconocida en España desde el 98 —se queja Víctor Moro—. Muchos se sorprenderán al saber que Cuba es el tercer cliente de España en América Latina, sólo por detrás de México y Brasil. Pero por encima de países como Argentina o Venezuela. Y tiene otra ventaja: aquí operan muchos pequeños y medianos empresarios, mientras que en Argentina, por ejemplo, actúan multinacionales".

La distensión llegada con Obama ha dado alas a las esperanzas de cambio en el régimen cubano, que ha convertido últimamente a la isla en un escenario propio de Le Carré o Graham Greene. Nadie ignora lo que supondría económicamente esa apertura, con la irrupción del turismo estadounidense en la isla y la posibilidad de operar en el mercado norteamericano desde Cuba. Sobre todo España, cuyos intereses comerciales gozan de una posición de privilegio en Cuba. Las intrigas se han desatado en la isla, donde han caído en desgracia prebostes del régimen como Carlos Lage y Pérez Roque tras una rocambolesca operación en la que estarían implicados —o habrían sido utilizados por el experimentado contraespionaje cubano, según qué versiones— agentes de inteligencia españoles. Los 24 años de experiencia de Moro en los meandros de la peculiar sociedad cubana seguramente le han enseñado que ningún comentario puede resultar inocuo. Aunque se pronuncie al otro lado del Atlántico. "Estamos viviendo una situación muy delicada —responde Moro con suma cautela—. Yo sólo me dedico a vender alimentos. Los temas de James Bond no son lo mío. Lo que es innegable es que Estados Unidos y Cuba tienen que entenderse más tarde o más temprano. Obama abrió algunas puertas, sin duda. Es el momento de que se hablen de igual a igual. Cuba está a sólo 90 millas de Estados Unidos, no tiene sentido que tenga unas extraordinarias relaciones con China, pese a todos los problemas políticos, y no las tenga con Cuba".

La pregunta es si un acercamiento a Estados Unidos crea incertidumbre en los intereses comerciales españoles. "Tienes que ser competitivo. Yo vendo pescado en México y la República Dominicana y compito con los americanos de Boston. El que lo haga mejor vende más. También vendo productos americanos: el ketchup que más se vende en los hoteles del Caribe es el mío. Y compito con Heinz y otras grandes marcas. Vendemos 750 productos distintos de alimentación en estos países. Hay que saber torear. Además, sería también una puerta de acceso al mercado estadounidense, algo que siempre tuvimos en la cabeza. El tabaco o el marisco cubanos se venderán allí".

Moro se queja de que la política española se ha acostumbrado a "usar a Cuba como un arma arrojadiza", poniendo en peligro estos intereses comerciales. "Los ingleses jamás cometerían estos errores en los países de su área de influencia, pero los españoles somos así".

Pese a ser el hijo de un gran referente de la política gallega —su padre fue dirigente de UCD, fundador de Coalición Galega y subgobernador del Banco de España—, nunca le tentó ese mundo. "Después de conocerlo, me di cuenta de lo duro, ingrato y poco sano que puede llegar a ser. Mi generación se perdió para la política. Cuando hago un repaso de mis amigos de la infancia, hay economistas, empresarios, ingenieros, médicos, arquitectos, pero ninguno tuvo el menor interés por la política. Se perdió históricamente la ocasión de un partido de centro gallego al estilo de los catalanes de CiU. Las envidias, las reyertas —y la falta de apoyo empresarial— lo impidieron. Ese tren ya pasó, por eso quizás ahora no tenemos alta velocidad".

Nacido por deseo expreso de su abuelo enfermo de cáncer en la aldea coruñesa de San Sadurniño, este vigués de crianza se ha hecho coruñés con los años. "Vine a Coruña como director regional de un banco y aquí me casé y tuve mis hijos. Fui celtista y acabé siendo deportivista acérrimo. Pero tengo mentalidad gallega: Vigo y Coruña se tienen que entender. Son los motores del país".