Leonard Cohen es un trovador de nuestro tiempo, es decir, un poeta que canta.

Los poetas son los verdaderos investigadores del eterno misterio de la vida y, si además cantan, nos llegan y nos seducen, nos humanizan y nos emocionan, nos hacen libres, fuertes y lúcidos. Los poetas descubren, razonan y explican, lo que otros ocultan, tergiversan y embrollan. Suelen acertar los poetas cuando predicen; esclarecer cuando analizan; dar en el clavo cuando manejan el martillo de la crítica. Por eso los poetas, siendo tan divertidos y estimulantes, nos reconcilian con un cierto sentido doloroso y trágico de una vida, cuyo principio y final es el misterio. Así es el Leonard Cohen, de la voz grave y dulce, que nos emociona al enfrentarnos con nuestra tristeza esencial de seres humanos, conscientes y perplejos ante los límites de la vida, del amor o de inmanencia y que nos hace dichosos en la eterna búsqueda del sentido de nuestra existencia. "¡Ay, Ayayay...!"

El otro día Leonard Cohen nos explicó el motivo real de su gratitud a los españoles, no por el reconocimiento que le hacíamos, sino por lo que, sin saberlo, habíamos aportado a su condición de trovador. Lo contó y volvió a emocionarnos al chocar con el misterio de que tengan la misma importancia trascendente los hechos sublimes y los actos sencillos. Como poeta, buscaba su voz y la encontró en García Lorca, asesinado precisamente a causa de la verdad de su canto. Como cantor, buscaba un acorde y se lo dio un desconocido y humilde músico español que, nada más entregarle su regalo, se suicidó sin que sepamos por qué, como no sabemos el por qué de la misma muerte. Con Lorca, Cohen, coincidió en un libro y en el recuerdo de la universidad de Columbia, donde ambos estudiaron separados por el tiempo y por el tiempo misteriosamente unidos. Con el músico español se encontró Leonard en una plaza de Montreal, justo al lado de la casa de la madre del poeta. Aquella voz y aquel acorde hicieron, de Cohen, un trovador y, de millones de seres humanos, personas dichosas y emocionadas, a pesar de su triste y misterioso destino.

Otro gallo cantaría si, en lugar de seguir como corderos a quien seguimos, hiciéramos caso de los poetas y trovadores.

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