"¡Pero cómo me voy a quitar la chaqueta!", respondía un atónito Adolfo Suárez cuando Alfredo Fraile (Madrid, 1940) le propuso comportarse ante los ciudadanos en la campaña electoral de 1986 al más puro estilo Julio Iglesias. Suárez al final accedió y convirtió sus mítines en un espectáculo del que la gente salía entusiasmada, revela Fraile, el mánager que hizo de Julio Iglesias el cantante más internacional que ha dado España y que ahora narra sus 40 años de trabajo con la jet en Secretos confesables (Península). Alfredo Fraile, que reside en Miami, recibe a Epipress en su coqueta casa de Madrid, donde lamenta con lágrimas en los ojos el fallecimiento del impulsor de la Transición y demuestra una memoria prodigiosa y astutamente selectiva al referirse a algunos disparatados episodios de la beautiful people a la que vivió tan arrimado.

-¿Qué ocurrió en su vida para que de aspirante a ingeniero de Minas se convirtiese en el mánager del cantante más internacional que ha dado España?

-Fue casi por casualidad y gracias, sobre todo, a mi padre, uno de los mejores operadores y técnicos de cine que ha dado España. Julio Iglesias y yo habíamos coincidido estudiando en los Sagrados Corazones y él se acercó a mí por los contactos que tenía mi padre. Luego lo fichó el representante de artistas Enrique Herreros, que acabó echándole y a mí también. Nos puso de patitas en la calle.

-Así que al principio, Julio Iglesias se acercó a usted por interés.

-Sí. Enrique Herreros me dijo que me encargase de llevar la carrera de Julio Iglesias. Me pagaba 12.000 pesetas al mes, de las que 7.000 se me iban en el piso. Yo estaba recién casado y tenía dos hijos. Luego nos puso a los dos en la puta calle. A mi madre, que tiene 95 años, no le gusta que hable mal de Enrique Herreros, pero se lo merece.

-¿Se siente usted más Fraile que Lameyer?

-Soy medio madrileño y medio catalán y me siento orgulloso de las dos familias, pero creo que mi padre tiene mucho más mérito porque no teniendo nada llegó a lo más alto del mundo del cine. Los Lameyer, por el contrario, teniéndolo todo no llegaron a nada.

-¿Cómo vive usted el conflicto catalán?

-Con preocupación. No creo que Cataluña pueda existir fuera de España pero tampoco quiero que los catalanes se sientan desasistidos por el Gobierno central.

-¿Qué pensó en 1970 que podía hacer con Julio Iglesias, un cantante entonces, que como usted, carecía de méritos reconocidos?

-Cuando me vi en la calle tomé la decisión de llevar la carrera de Julio Iglesias sin saber nada de lo que suponía ser un mánager. Fui la única persona, junto a Enrique Garea, que confié en él. Le pedí dinero a mi padre y mis tías nos adelantaban el coste de los viajes de promoción. Durante los 15 años que estuve a su lado le ayudé a crear su leyenda; luego ya voló solo. Mi mérito es haber creído en Julio Iglesias porque ni él creía en sí mismo.

-¿Qué pasó para que tras 15 años juntos se rompiera el tándem Iglesias-Fraile?

-Cada vez había más pelotas a su alrededor. Hubo un momento en el que tuvimos que mudarnos de Miami a Los Ángeles para darle a su carrera una envoltura americana. De repente vi que era más lo que yo le daba, mis sacrificios, que lo que conseguía de él. Nunca me hice rico con Julio Iglesias, al revés.

-Describe usted al cantante como un ser inseguro, desagradecido y hasta tacaño.

-La inseguridad de Julio Iglesias facilita su creatividad. Necesita siempre un empujón. Creo que no ha tratado muy bien a los que le hemos querido. Aposté toda mi vida y mi patrimonio por Julio Iglesias pero no se deja querer.

-¿Tan mal lo pasó Isabel Preysler con Julio?

-Se enteraba de sus infidelidades y además no se ocupaba de ella. Hubo una gota que colmó el vaso y fue en Argentina. La familia americana de Isabel le informaba de los líos que tenía Julio y ella no se lo pensó dos veces: se presentó en Barajas a la vuelta de uno de nuestros viajes y lo dejó en el aeropuerto. Ella, a pesar de haberse quedado embarazada antes de casarse, era muy reacia a ese matrimonio. Julio le pidió mil veces la mano y ella sólo una vez el divorcio.

-¿No se siente cómplice de esas infidelidades?

-Yo tengo mi parte de culpa, pero si yo hubiera sido Julio Iglesias hubiese sido mucho peor que él en el tema de la seducción. Hay muchas tentaciones en las que es muy difícil no caer.

-A pesar de esa tacañería, Julio regalaba un reloj Cartier a cada novia.

-Sí, empezó a hacerlo en Puerto Rico para romper con una novia y como vio que ella se iba encantada decidió hacer lo mismo con las demás.

-¿Cuántas mujeres hay en la famosa agenda de Julio Iglesias?

-Le aseguro que no son 3.000. A esa cifra le sobran muchos ceros.

-¿Ha leído Julio Iglesias su libro?

-Ni lo ha leído ni lo va a leer. Julio no lee porque no tiene costumbre ni tiempo.

-Y tras esa ruptura comenzó en 1985 a trabajar con Berlusconi, ¿reconoce usted en Il Commendatore de hoy al hombre que lo contrató para implantar Telecinco en España?

-Berlusconi ha sido mi mejor jefe. Creo que el Silvio de hoy poco tiene que ver con el que yo conocí hasta 1994. El último divorcio con Verónica Lario lo trastocó y el poder político que tanto corroe lo transformó.

-¿Intentó usted que no entrara en política?

-Lo intenté pero no lo logré porque él me convenció de que era necesario para evitar que Italia se llenase de comunistas.

-También le fichó, en 1985, Adolfo Suárez, ¿cómo recuerda al presidente?

-Fue la personalidad que más me ha impresionado. Me dijeron: 'Tú que has conseguido que Julio Iglesias venda millones de discos, tienes ahora que conseguir que Adolfo tenga millones de votos'. Nos enfrentábamos a la campaña para las elecciones de 1986 y decidí poner a un psiquiatra en el grupo.

-¿Por qué un psiquiatra?

-Adolfo Suárez, como todos los genios, dejaba entrever una personalidad muy insegura. Yo le decía que tenía que quitarse la chaqueta en los actos a los que íbamos y él, asombrado, aclamaba: '¡Pero cómo voy a quitarme la chaqueta!'. Al final, enseñé a Adolfo Suárez a quitarse la chaqueta y lanzarla como Julio Iglesias. Lo que nos unía a todos los que trabajamos en esa campaña era la confianza y el respeto a Adolfo Suárez, un respeto que le debemos tener todos los españoles. Rodríguez Sahagún llegó a vender cuadros de su pinacoteca para sacar dinero para aquella campaña.

-¿Por qué no llegó a trabajar con Manuel Fraga?

-Fraga pensaba que la gente le tenía que votar por ser él quien era. No se le pasaba por la cabeza el ganarse a la gente con gestos.

-Y de repente se pone bajo las órdenes de los kuwaitíes.

-Hicieron un desembarco fuerte porque venían cargados de petrodólares y se empeñaron en rescatar empresas quebradas. Eso fue lo que hizo que algunas personas se revolviesen. Políticamente tenían además sus más y sus menos con el Gobierno de Felipe González. De esta aventura aprendí algo que no me gusta: toda inversión económica importante acaba ligada a la política. El final de este proyecto fue además muy triste por la investigación del caso KIO y mi imputación.

-¿Qué fue lo que le perdió a Javier de la Rosa?

-No supo controlar las cuentas del grupo. Él era el hombre de los kuwaitíes en España. Tenía enemigos en el Gobierno y entre los propios kuwaitíes. Desaparecieron miles de millones y él fue un cabeza de turco. Fue más fácil cortar la cabeza de Javier de la Rosa que la de un príncipe de Kuwait. Además fue poco prudente.

-¿Y cuál fue la causa de la caída de Mario Conde?

-Su ambición. Querer mezclar sus aspiraciones empresariales con las políticas. Asustó a la gente con sus aspiraciones políticas.

-En medio de esa batalla que acabó en el caso KIO usted recibió unas fotos del Rey desnudo, ¿qué hizo con ellas?

-La agencia que hizo las fotos quería que KIO pagase un millón de dólares para que desapareciesen. Sabino Fernández Campo dejó claro que el Rey no iba a tolerar ese chantaje. Al final aparecieron en una revista italiana. Algo parecido sucedió con las fotos de Alberto Cortina y Marta Chávarri. Alberto Cortina amenazó con ir a vivir a mis casa si se publicaban sus fotos con Marta Chávarri. Esther Koplowitz no sabía nada del lío. Las fotos, al final, salieron.

-Dedica usted unas palabras muy cariñosas a Carmen Ordóñez, ¿le sorprendió su muerte?

-Sí, en la época en la que yo la conocí llevaba una vida bastante ordenada en Marruecos. Luego empezó a meterse en líos y se desató. Era muy coqueta y llegó un momento en el que se le prohibió la entrada en el palacio del rey Hassan II. Lamento que haya muerto.

-También pinta a un Enrique Sarasola muy divertido que compró un piso a Felipe González.

-Los Albertos y yo utilizábamos a Quique Sarasola para que intercediese ante Felipe González por Javier de la Rosa. Un día, Felipe González quería dimitir y Sarasola nos propuso comprarle un piso que luego se quedó Julio Feo. Nos citó en el Hotel Villamagna. Allí estaban los Albertos, Álvaro Álvarez, socio y vecino de Sarasola, y Javier de la Rosa.