En aquella isla republicana que fue la Coruña de principios del siglo XX, cuando la mayoría de los ayuntamientos eran monárquicos, despuntó la figura del abogado, periodista y político José Martínez Fontenla (1855-1918), estandarte del republicanismo coruñés y fundador del Partido Republicano Autónomo, en el que militó Santiago Casares Quiroga hasta que en 1929 creó la ORGA. Hombre de firmes principios, no pretendió hacer carrera política u ostentar cargos, aunque su breve paso por el Ayuntamiento como alcalde accidental dejó gran impronta en la ciudad. Su entierro, hace un siglo, constituyó una gran manifestación de duelo y adhesión ciudadana.

Cultivó el periodismo en su juventud. Publicó numerosos artículo en La Voz de Galicia, que dirigía su gran amigo José Lombardero; fundó el periódico El Tribuno, órgano de la coalición republicana, y dirigió El Telegrama. Escribió también poesía y a él se debe la letra de A Foliada del maestro Chané.

En pleno apogeo de las luchas sindicales, se distinguió como abogado defensor de causas obreras. Empezó trabajando como pasante en el despacho de Luciano Puga, a cuya muerte heredó su clientela, y unió después la de su colega Paz Novoa, tras fallecer éste. Su bufete llegó a estar entre los de mayor prestigio de Galicia.

Dedicó gran parte de su vida a la causa republicana. Al morir, el periódico El Noroeste, fundado por Lombardero, recordaba a Martínez Fontenla como el "jefe unánimemente acatado y respetado del Partido Republicano Autónomo, a cuyo frente ganó importantes batallas políticas y electorales, en las que su talento, su energía, su habilidad y su prestigio personal tuvieron parte principalísima en el éxito. No en vano su nombre era como un símbolo y una bandera para los republicanos coruñeses".

En la última década del XIX desempeñó el cargo de concejal y, entre 1901 y 1902, de alcalde accidental, el primero elegido por la corporación, y no por el gobernador civil. Fue el artífice de la fusión del Ayuntamiento de Oza con el de A Coruña, rematada con el alcalde Folla Yordi, y que supuso la gran expansión de A Coruña. Contra viento y marea, ordenó la demolición de cochiqueras y tomó otras drásticas medidas para preservar la salubridad, higiene y seguridad en edificios de uso público.

El resultado fue inmediato y la viruela, que era endémica en la ciudad y no hacía más que diezmar a la población, empezó a remitir y se redujo la mortandad. Otra de sus medidas fue sustituir las monjas del Asilo de ancianos por enfermeras en el cuidado de los enfermos en los hospitales.

A su muerte, el 28 de enero de 1918 -hace hoy cien años- el Ayuntamiento, con Gerardo Abad Conde a la cabeza, aprobó por unanimidad dedicarle una calle en el Ensanche coruñés. Así se hizo pero los golpistas sustituyeron su nombre por otro. Para colmo, ahora en la placa aparece: "Calle del Palomar, antes, José Martínez Fontenla", como si el ilustre político republicano hubiera sido uno de los franquistas. Su familia aún espera la restitución.

Al entierro, organizado por el Ayuntamiento, en carroza de primera clase y con el pendón de la ciudad enlutado, asistió la corporación municipal en pleno y estuvieron representadas la Federación Obrera, el Casino Republicano, colegios profesionales, reales academias, sindicatos, cámaras y la coral El Eco, de la que había sido presidente.

El compromiso con la causa republicana trajo serios quebrantos a la familia Martínez Fontenla después del Alzamiento de 1936. De los doce hijos sobrevivieron nueve; uno de ellos, Juan, líder de las Juventudes Socialistas, tuvo que exiliarse. Los que se quedaron debieron soportar multas y constantes registros policiales en casa, un edificio de tres pisos de la calle de Juana de Vega, en uno de los cuales se instaló la Falange durante décadas tras ser incautado por orden de Pilar Primo de Rivera. Las hijas apenas salieron de casa durante toda la dictadura. El miedo las acompañó hasta que vieron muerto a Franco.