Entre la moda de la novela policíaca más violenta, la mediterránea y la firmada por autores nórdicos, Eugenio Fuentes ha encontrado su hueco con historias que relegan a un segundo plano lo truculento para caminar hacia el interior de los personajes. Su "alma" la desvela también en Piedras negras, su última obra, en la que se embarca de la mano de su inseparable detective Cupido en una investigación marcada por la denuncia social. La Guerra Civil, el drama de los niños robados, y el auge incendiario de la industria del ladrillo dejan su poso en este nuevo caso, del que hablará esta tarde a las 20.00 horas en el Sky Bar (Hotel Plaza) como parte del ciclo Cóctel de letras.

- Cumple 20 años con el detective Cupido, eso es haberse encariñado.

-Sí. No era consciente de que llevaba 20 años. Tanto tiempo con un personaje y que no se te haya agotado? Es quizá porque no he profundizado en él. Es un personaje sobre el que no sé aún cuáles son sus aspiraciones, su pasado y su futuro.

- Sorprende que creara un personaje tan "cotidiano", frente a los detectives torturados que solemos encontrar. ¿Había cierto hartazgo respecto a ese prototipo de investigador?

-Sí, estaba harto del arquetipo. Yo creo que hay una serie de tópicos que alguien dijo con éxito hace 50 años y que han ido rodando. Hay que replantearse alguno de los tópicos que siguen pesando y repitiéndose sobre la novela negra.

-¿Como cuáles?

-Que si la denuncia social, el realismo? Y yo me pregunto, ¿por qué necesariamente? No basta con el realismo. Mi lucha en esta novela negra es introducir la parte del yo, que no es solo el conflicto social, sino qué les ocurre a los personajes cuando son víctimas de la violencia. Había un pintor, Braque, que dijo una frase fantástica: "Lo que está entre la manzana y el plato también se pinta". En la novela policíaca tenemos que empezar a innovar y contar qué les pasa a los personajes en su alma. Los gánsteres y las mafias quedan bien para James Bond, pero a mí lo que me interesa es por qué sufre la gente.

-Y sin embargo, en Piedras negras no renuncia a la crítica. Se adentra en varios asuntos peliagudos que han marcado estos primeros años del siglo XXI?

-Porque es inevitable. Nosotros vivimos y nos afectan las circunstancias, la ciudad en la que vivimos, los gobernantes? El año 2004 en el que se ambienta la novela es un año especial para España dentro de esa década de crecimiento y locura.

-Lo llama en la novela "el año del dolor".

-Porque, hasta que estalla la burbuja inmobiliaria, todos creíamos que íbamos a tener lámparas de 100 bombillas, tres coches, palacios y vivir así. No sabíamos ni que era burbuja, sino que era: "Hágase usted rico, haga negocios". También dentro de esa década fueron los atentados de Atocha, que de alguna manera estaban diciendo que el mundo no es tan feliz, que hay peligros.

-Menciona la burbuja inmobiliaria. ¿Sigue hoy el dinero mandando por encima de la conciencia?

-Por supuesto, sigue pesando. Es siempre el negocio por encima del interés general, y encontrar resquicios en la ley para hacer negocio, aunque queden víctimas en el camino. La última vez era la construcción y ahora por ejemplo en Barcelona, como hay tanto turismo, echan a la gente de alquiler para convertirlos en pisos turísticos que dan mucho más dinero. Pero eso tiene que tener un límite, porque es pan para hoy y hambre para mañana.

-Decía alguna vez que escribir sobre la actualidad puede ser banal, y que hacerlo sobre el pasado puede acabar en pedantería. ¿Este puente que maneja en Piedras negras , entre la Guerra Civil y el presente, es la solución?

-A lo que me refería es a que no se puede escribir para los lectores actuales buscando el bestseller, porque en cuanto se pierde la actualidad, has dejado de tener interés como escritor. Y tampoco puedes escribir pensando en la posteridad, porque puedes ponerte muy pedante y no tienes la seguridad de que te vaya a leer nadie en 20 años. A mí siempre me ha gustado decir que yo escribo para los muertos, esos no me engañan. Cuando tengo dudas sobre la validez de una página, me pregunto: "¿Le gustará a Faulkner lo que yo escribo?".

-En esta novela no habla tanto de muertos como de desaparecidos. Retrata el drama de los niños robados, y lo duro que es hacerle frente al pasado a través de uno de ellos.

-Es que se necesita mucha valentía para dejar de creer lo que siempre has creído, y eso es lo que le pasa al personaje de Garcilaso.

-¿Le ocurre lo mismo a España?

-Yo creo que sí hay gente que quiere afrontar el pasado. La mitad no quiere cuestionárselo, porque nos sentimos cómodos con la imagen que se nos ha dado siempre, pero hay otra mitad que lo está haciendo permanentemente. Esa es la historia de este país, con sus conflictos.

-Eso me recuerda a un artículo suyo, en el que reflexionaba sobre cómo la literatura ha perdido la confianza en el futuro. ¿Usted la tiene?

-Ninguna. Yo soy muy pesimista. A nivel colectivo no encuentro soluciones para muchos conflictos, ni políticos ni territoriales. Pero al menos me aferro a poder solucionar los problemas individuales en los que yo pueda participar.