Su oficio como escritor y limpiador del metro de Buenos Aires le hizo destacar en el mundo literario, en el que se ha terminado haciendo un nombre en el género policial. Kike Ferrari continúa la senda de la novela negra Con Que de lejos parecen moscas, un retrato de los abusos del poder con el que estará hoy en Berbiriana a partir de las 20.00 h.

- Viene a presentar Que de lejos parecen moscas, una novela policial que se ha acabado convirtiendo en una historia muy social.

-Sí, es lo que viene pasando con la novela negra. La narrativa del crimen termina retratando la sociedad.

- "Es muy difícil que la política no entre en lo que escribo", ha dicho. ¿Ocurre en esta novela?

-No sucede de forma intencional. Yo tengo unas ideas políticas más o menos arraigadas, pero intento no ponerme didáctico. Trato de concentrarme puramente en los personajes, en el uso del lenguaje. Dejo que eso construya la historia, pero, como soy un hombre preocupado por la política, esta se cuela.

- Habla de personajes. El protagonista, Machi, se basa en una persona real.

-(Risas). Sí, así es. Me di cuenta de que había un empleador mío, con el que había trabajado, que me servía de modelo. Como tenía que construir un personaje que formaba parte de una clase social que yo casi no conozco, lo utilicé para un montón de cosas. Espero que algún día lo vea. Lo que pasa es que no es muy letrado, Machi, entonces hasta que hagan una película no se va a enterar [se ríe].

- Con él hace una crítica a los trapos sucios del poder. ¿Quería reflexionar sobre la impunidad que parece proteger a las élites?

-Estamos en un momento, por lo menos en mi país, en el que están bastante liberados para decir y hacer lo que creen correcto. La impunidad que da el poder y el capital, esa de "lo hago porque puedo"? Por esto la sensación de inocencia de Machi, de pensar que así es como son las cosas.

- También refleja la situación de los trabajadores. En su libro, se despide a uno por no coger el teléfono.

-Esa es una de las anécdotas reales. Más o menos así es como fui despedido del negocio de Machi. Por suerte hoy estoy en una empresa en la que tenemos un sindicato fuerte. Eso nos permite estar un poco menos desprotegidos, sobre todo en un momento como el de ahora, en el cual los sectores del poder están tan fuertes en mi país.

- ¿Cómo ve la realidad política de Argentina?

-Oscura. Pero me parece que la clase trabajadora todavía tiene capacidad de reacción. Me parece que la hegemonía liberal en Argentina no está consolidada, y dependerá de cuánto nos podamos plantar los sectores populares para frenar la avanzada conservadora.

- Empresarios corruptos, trabajadores sobre explotados... Le dicen que su libro es un retrato de Latinoamérica, pero perfectamente podría ser de España.

-Sí, a mí me ha dado la sensación. Podría hacerse un paralelismo con cómo se acomodó la burguesía en la transición entre la dictadura y la democracia en Argentina con la transición desde el franquismo. Las miserias del sistema son, con distintas variables horarias, más o menos iguales en todos los lados.

- En su camino, le impulsó su oficio como limpiador del metro, ¿cómo lidia con esa etiqueta de escritor proletario ?

-Lo llevo algunos días con más tranquilidad que otros. Sé que me puso en el mapa, porque el mercado literario es como el mundo de los pitufos. A los que no les ponen nombre son extras. Desde que a alguien le pareció llamativo que trabaje en el metro, yo soy pitufo proleta. Es como si quisieran conservar un paradigma, anticuado, del escritor como Borges. Un tipo que, cuando no está escribiendo, está jugando al ajedrez o escuchando el cuarteto de Bartók. Hay que lidiar con eso, tratar de que a poquito se vaya olvidando, y que lo que quede sea la lectura de mi trabajo.