- ¿A qué se tiene que adaptar la educación en el siglo XXI?

-Tiene que adaptarse a lo desconocido. Estamos formando niños y alumnos para modos de vida y para profesiones que desconocemos. Esto ya se intuía a finales del siglo XX y era algo que nadie se imaginaba a comienzos del siglo pasado, cuando uno se formaba para ser ingeniero y era ingeniero toda su vida o era repartidor en carro y hacía ese trabajo toda su vida. Ahora las profesiones son volátiles o permeables y por eso debemos de formar a personas que sean capaces de adaptarse a los cambios sin miedo.

- ¿A qué edad empezamos a formar a nuestros hijos para ese objetivo?

-En realidad debe empezar desde el nacimiento, porque a las pocas horas de nacer los bebés ya sienten curiosidad por las cosas y las caras de las personas. Hasta los cinco años la educación es muy instintiva y poco va a variar, debe seguir igual. Los grandes cambios pasan por no concebir la educación como algo estático, como cuando aprendíamos de memoria los ríos de la Península sin pensar para qué servía; ahora lo importante para adaptarnos a ese futuro es que el cerebro sea plástico y se plantee el por qué de las cosas.

- ¿Qué caracteriza ese futuro que desconocemos?

-Lo que debería caracterizar la educación hacia el futuro sería la capacidad de interrelacionar muchas informaciones entrantes, lo que llamamos la sociedad de la información o del conocimiento, sabiendo cuáles son las relevantes y cuáles son ciertas y cuáles falsas. Esto es algo que la educación no había contemplado antes y es algo que ahora debe estar presente. Porque en el fondo permite valorar tu entorno, posicionarte en él, decidir hacia dónde quieres ir y tener la suficiente plasticidad en el cerebro para conseguir tus objetivos.

- ¿Qué es la sorpresa en el ámbito de la educación? ¿Algo más que lo desconocido e inesperado?

-Es lo que nos permite avanzar hacia lo desconocido con motivación. La sorpresa es una emoción generada de forma automática cuando no sabemos cómo interpretar algo de nuestro entorno y que activa la atención. La sorpresa forma parte de lo que se llama circuitos de la motivación, que mantienen las ganas de aprender en el tiempo, un espíritu positivo y proactivo hacia nuevos aprendizajes. Por eso cuando hacemos algo porque estamos motivados nos sentimos más a gusto que cuando lo hacemos por obligación.

- ¿Qué le sorprende a los niños de hoy?

-Dependerá de los entornos, pero hay aspectos básicos que se mantienen. A los niños pequeños les sorprende cualquier objeto. A partir de los ocho años hay que pensar cómo sorprenderlos. Con el sentido del humor, con la explicación de anécdotas y chafarderías y curiosidades, no cosas importante, que ya vendrán luego. A partir de la anécdota vamos llegando a lo importante, y este proceso lo valora mucho más el cerebro. Con los juegos pasa lo mismo, que no quiere decir jugar, sino repetir una cosa tantas veces como haga falta con pequeñas modificaciones y aprendiendo algo nuevo. Aprender debería ser un juego, algo transversal en las aulas, la forma instintiva que tenemos para aprender cosas nuevas.

- ¿Debe cambiar drásticamente la educación a partir de la edad adolescente, más asociada a problemas y conflictos?

-La sorpresa sigue siendo eficiente a esa edad, pero a lo mejor no hace falta practicarla tanto. Lo importante a partir de los catorce años es que los adolescentes perciban utilidad en todo lo que van a hacer, algo que muchas veces está desconectado de los curriculum. ¿Para qué aprenderse todos los componentes de la célula?, ¿para qué sirve? No digo que no sea importante, pero primero hay que vender al alumno por qué es importante. Ahí está el trabajo del profesor, en montar una historia alrededor del conocimiento.

- ¿Profesores y padres han cambiado en la forma de educar?

-Deben cambiar progresivamente, no de golpe. Las revoluciones suelen estar condenadas al fracaso y lo que se consolida son los evoluciones. Hay que romper el tabú en los padres de que a cada edad hay que aprender una cosa específica: no pasa nada por que un niño aún no tenga el cerebro maduro para empezar a leer a los siete años cuando otros ya lo hacen a los cinco. Lo importante es que sean buenos lectores cuando aprendan a leer y que cuando lo hagan reciban un refuerzo positivo.

- ¿Qué riesgos perturban hoy el proceso educador de los niños?

-La inmediatez. Hace unos años pensábamos que todo ha de estar listo para ayer, pues ahora parece que para anteayer. Educar es como cocinar un buen cocido, requiere tiempo. Puede hacerse rápido, sí, pero la educación que tendrá un mejor sabor luego es la que se adquiere poco a poco.

- ¿De qué manera ese riesgo puede repercutir en la socialización de los niños cuando crecen?

-Otro riesgo es el uso excesivo de tecnologías digitales. No digo que no se puedan tocar, en las escuelas hay que usarlas, pero debe hacerse con buena gestión. En el momento en que sustituyen el juego social, el cara a cara y persona a persona, hay que ponerles un freno. La tecnología y la inmediatez hacen que queramos hacer las cosas más rápido y sin contar con los demás, lo que perjudica las relaciones sociales y el trabajo colaborativo. La complejidad creciente implica más necesidad de colaboración entre personas diferentes de ámbitos y conocimientos diferentes. Hoy las empresas tecnológicas, por ejemplo, contratan a filósofos.