Una Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, siete galardones en los Gaudí y dos nominaciones en la pasada gala de los Goya. Ese es el aval que ha obtenido Entre dos aguas, el último filme de Isaki Lacuesta, que el director presentó la tarde de ayer en el CGAI antes de su proyección. La película, creada a partir de 40 guiones en continua transformación, recoge el testigo de La leyenda del tiempo, otra exitosa pieza del catalán. Doce años después de su grabación, el autor se cuela de nuevo en la historia de Israel y Francisco José Gómez, capturando los giros que ha producido en sus vidas el paso de la infancia a la edad adulta.

- ¿Haber llegado a los Goya ya es un triunfo?

-Sí. Tengo la sensación de que nos ha costado muchos años que los académicos vean nuestras obras y las consideren como propias. Así que nos sentimos esta vez más reconocidos.

-La gala de este año estaba llena de nominaciones a películas con la sociedad como protagonista. ¿La cinematografía ya no está para puras ficciones?

-Quien intenta decir que el cine sirve para algo normalmente se equivoca. Yo creo que lo bonito del cine es que nos sirve para fantasear, conocer nuestra realidad y las ajenas. Tenemos esa necesidad de ambas cosas. A mí me pasa cuando hago películas. Las hago con una vocación y con la otra, y muchas veces se mezclan los impulsos.

-Como en Entre dos aguas , en la que se mueve entre realidad y ficción. ¿El objetivo es que el espectador se pregunte hasta dónde llega la verdad?

-No, la única vez que hice algo así fue con Cravan vs Cravan. Ahí había ese impulso de estudiante de plantearse cuestiones sobre el lenguaje que estaba utilizando. Era un documental que jugaba a ser falso documental, y me interesaba que el espectador tuviera esa tensión de qué es verdad y qué no lo es. A partir de ahí, me interesó más que ese tipo de juegos no se interpusieran entre el espectador y los personajes.

-Muchas de las piezas que ha dirigido tienen como fin adentrarse en sus protagonistas, rebuscar en su identidad.

-Sí. De esto me han hecho darme cuenta a posteriori. Pienso que tiene que ver con que son personajes que buscan cambiar quiénes son, convertirse en personas distintas o multiplicar sus posibilidades. Ese tipo de temas sí que noto que están ahí. Creo que son muy propios de vivir en nuestra época.

-También es algo propio de un director, ir buscando distintas vidas que observar...

-Sí. Es curioso, porque eso se habla mucho en relación a los actores, como que pueden vivir muchas vidas. Pero con el director ocurre lo mismo. De repente estás una temporada obsesionado con un tema o viviendo en un lugar y de algún modo te transformas.

-¿Y qué cambios encontró en los hermanos Gómez, tras esos 12 años de La leyenda del tiempo ?

-Cuando arrancamos la película, lo hacemos en un momento en el que vemos que ya son adultos, que tienen problemas distintos a los de la primera, y que ese viaje a lo largo del tiempo que nos interesaba ha llegado a una etapa notoria.

-Son años que también han pasado para usted. ¿También se ha sentido diferente como director?

-Mucho, claro. Tengo la sensación de que a mí me ha interesado siempre como espectador que me sorprendan. Y creo que esa especie de temperamento me ha llevado a hacer películas muy heterogéneas en cuanto a la forma. Pero, en Entre dos aguas, creo que había que borrar el rastro del equipo y que pareciera que las cosas estaban ocurriendo delante de la cámara.

-Ante ella, llama la atención la dimensión simbólica que cobra el agua. ¿Crecer es ir eligiendo siempre en qué orilla queremos estar?

-Es bonito eso que dices. No sé si siempre podemos elegir, lo que sí sé es que en cualquier caso habría que hacer como si pudiéramos.

-¿Cómo recuerda su propio paso de la adolescencia a la edad adulta?

-Con enorme confusión. Y de forma muy lenta. Somos una sociedad en la que nos cuesta mucho asumir la entrada a la vida adulta. Te siguen llamando "joven cineasta" hasta los cincuenta años casi, y pasas de ser joven a veterano sin transición. Yo recuerdo que todos mis compañeros de estudios, cuando terminamos, vivimos una etapa de gran empanada mental.

-¿Ha tenido que desechar viejas ilusiones, como les ocurre a los protagonistas, en esa transición?

-No. La verdad es que no hemos renunciado a nada. De hecho, me parece inverosímil que sigamos haciendo las películas que nos dé la gana, en vez de estar contando sueños de otros. Seguir contando los nuestros me parece superbonito.

-El filme sí que capta renuncias, y mucho empobrecimiento.

-La intención era hacer un retrato. La película nace de las ganas de vivir en un lugar que nos encanta, y de filmar a gente que nos encanta. Y, a medida que hemos vuelto, veíamos que estos amigos que, cuando eran niños, podían ser lo que quisieran en la vida, cada vez lo tenían más complicado. Si eso sirve para ponernos en la forma de vivir de otros que tenemos muy cerca y no vemos, bienvenido sea.

-Se dice que se está planteando el hacer una tercera parte?

-Desde el principio me gustó que fuera una historia a largo plazo. Creo que el cine es muy bueno para filmar las metamorfosis del paso del tiempo, y cuando empezamos el proyecto había ese impulso de seguir contando algo mucho tiempo. Pero a la vez es algo que no veo cómo podríamos hacer.

-¿Por qué?

-Porque la misma gente que estos días de premios te dice que la película es cojonuda y maravillosa, es la misma que nos ofreció una mierda de dinero y la misma que, si le llevara mañana la tercera parte, me seguiría ofreciendo una mierda de dinero, así que no veo cómo se podría hacer. Además, tienen que pasar años para hacerlo, y son películas que me dejan extenuado. Así que parte de la fantasía es seguir y parte es salir huyendo y no hacer nada parecido.