Su lucha contra la violencia sexual en el Congo la ha llevado a ser amenazada de muerte en numerosas ocasiones.

Sí, trabajo como periodista en zona de conflicto. Mi trabajo consiste en hacer reportajes sobre situaciones de guerra. En la guerra que se libra en mi país, descubrí que no era una guerra entre congoleños, sino una guerra internacional y económica. Utilicé mis facetas de abogada y periodista para crear asociaciones, ayudar a mujeres víctimas de violencia. Esto me llevó a estar siempre en conflicto con el gobierno, el ejército, es por ello que recibí varias amenazas de muerte.

Lleva toda la vida en contacto con realidades terribles. ¿Se acaba reduciendo el impacto que tiene sobre una persona?

A lo largo de todos estos años, no ha habido ningún momento en el que me haya sentido indiferente, porque cada caso es único. Cada caso se vive de una manera única. Lo que ocurre es que de vez en cuando tengo sentimientos de desesperación y de desaliento. Tengo la impresión de que soy incapaz de hacer nada, pero no es que sea indiferente o me deje de preocupar el tema. Cuando se está en contacto con la víctima, es ese contacto lo que me da la fuerza o el empuje para continuar.

¿Qué cree que deben hacer los estados e instituciones para ayudar a que esta violencia sexual desaparezca?

A día de hoy hay estrategias que funcionan. No es difícil. Es tan simple como terminar la guerra. Terminarla es posible, pero hay intereses privados encontrados que lo impiden.

¿No interesa que acabe la guerra del Congo?

Hay muchos intereses económicos detrás de la guerra en el Congo. Europa necesita acceder a recursos mineros, que en este caso, se encuentran en mi país. Allí se fabrican los teléfonos, los coches, los ordenadores, con un material que se llama coltán, que hay en el Congo.

Es una especie de colonialismo moderno.

Sí, de algún modo es eso. A las multinacionales no les interesa que se creen empresas en el Congo. Si se crean estas empresas, los congoleños tendrían trabajo. Eso generaría mejoras en la economía del país y bienestar para los ciudadanos. Si eso ocurriese, las multinacionales no tendrían tanto beneficio. Prefieren financiar a grupos armados, para extraer ese coltán de forma ilegal.

¿Cree que es correcta la visión que transmiten del conflicto los medios europeos?

Sólo hay una parte de realidad, que no permite a la sociedad europea comprender el problema. Un periodista en Europa se limita a narrar los hechos. En el Congo, hubo cientos de personas asesinadas por un grupo armado. Los medios paran ahí, no dan más información. No se paran a analizar por qué se llegó hasta ahí. La noticia pierde valor y comprensión. Quien escucha esa noticia, acaba pensando que la masacre ocurrió porque son salvajes, y están sin civilizar. Los medios occidentales permiten que se mantenga esa incomprensión y contribuyen a la perennización del conflicto.

¿Cómo cree que se debería elaborar este tratamiento adecuado de los conflictos?

Debería cambiarse el modo de hacer periodismo. Es necesario un periodismo al servicio de la paz. No solo hace falta la información en bruto, hay que hacer un análisis, una retrospectiva, ir al terreno y conocer a la gente, el día a día, las condiciones. Hay que colaborar con el periodismo local.

¿Cree que el feminismo europeo no tiene en cuenta las demandas de la mujer africana?

Todo eso es relativo. Cuando empezó el feminismo occidental en Europa, fue para reivindicar los derechos de la mujer europea. Ahora ese feminismo occidental quiere traspasar esas fronteras y englobar la parte de las mujeres africanas. Cuando el feminismo occidental llegó a África, lo hizo con las reivindicaciones de las mujeres europeas. Se olvidó de que la mujer africana no tiene el mismo contexto, ni estructura familiar, ni la misma cultura que la mujer europea.

¿Cree que iniciativas como Acampa ayudan a visibilizar el drama de los refugiados?

Totalmente. Este tipo de actividades permite focalizar a través de los medios lo que esta sucediendo, dar voz y visibilizar al problema. Al menos permite explicar el problema de las personas refugiadas, uno no se va de su país porque quiere. Se va porque busca una situación mejor que la que hay allí. Iniciativas como Acampa permiten que se reconozcan los derechos que demandan los refugiados, ayudan a hacer presión sobre los gobiernos.