Me considero un coruñés de pura cepa, ya que nací en el barrio de Santo Tomás, al igual que toda mi familia, y en cuyo colegio hice mis primeros estudios. Formé parte de una pandilla que fue muy conocida por toda la zona de Monte Alto, entre cuyos miembros estaban Loliño, los hermanos Calibre, Arturo, Carlos, J ulio, Manolete, Pepito, Carlos, Cheva, Quilín, Gerardo y Ulo, muchos de los cuales fueron grandes jugadores de fútbol y con quienes sigo tratándome hoy en día.

En aquellos años jugábamos en la calle o en los alrededores, en los que había monte y tierras de cultivo, por lo que no teníamos ningún problema de espacio. Como además había muy pocos coches, podíamos estar tranquilamente en las calles, muchas de las cuales aún estaban sin asfaltar, por lo que podíamos jugar en el suelo al che y a la bujaina, mientras que en las asfaltadas lo hacíamos con chapas con las que simulábamos carreras de coches o de ciclistas, así como partidos de fútbol tras forrarlas con un trapo o un papel en el que pintábamos el escudo de un equipo.

También organizábamos partidos de verdad contra otras pandillas con cualquier cosa que se pareciera a un balón, como pelotas hechas con trapos y rellenas de hierbas o papeles y atadas con cuerdas. Solíamos jugar en las explanadas del cuartel de Intendencia de San Amaro y en la de la fábrica de armas del Campo de Marte, el actual colegio Curros Enríquez. Lo malo es que en ese último lugar hay una pendiente y cuando chutábamos fuerte hacia abajo había que ir a buscar la pelota hasta el hospital que había donde hoy está la Cruz Roja.

También hacíamos incursiones a las fincas de los alrededores para coger maíz y frutas con las que nos dábamos unos buenos banquetes y subíamos hasta lo alto de la Torre de Hércules, ya que en aquellos años no había que pagar entrada para visitarla. Los domingos eran días especiales, ya que con la pequeña paga que nos daban íbamos al cine, sobre todo al Hércules y al Rosalía de Castro, cuyas localidades de gallinero eran las más baratas, aunque en ese último muchas veces nos teníamos que sentar en las escaleras porque vendían entradas de más. Lo bueno que tenía esa zona del cine era que podíamos fumar, ya que el acomodador apenas pasaba por allí, salvo que organizáramos mucho jaleo. En verano nuestras playas favoritas eran Matadero, Orzán y San Amaro, además de Santa Cristina, aunque esta nos quedaba muy lejos.

A los quince años me fui a estudiar a la Escuela de Maestría Industrial, donde hice la especialidad de mecánico electricista. En esa época tuve que hacer grandes sacrificios para seguir jugando al fútbol, que fue mi pasión desde pequeño, ya que, además de jugar en el barrio, iba a la zona de la Torre a ver cómo jugaban equipos modestos de la ciudad.

Empecé a jugar en el Deportivo Ciudad y el Orzán, aunque fue en el Gaiteira donde jugué más tiempo, hasta los veintiocho años. Cuando el club estuvo a punto de desaparecer, el entonces entrenador del Silva, Agustín, se vino con varios jugadores, al igual que Fran, del Valdeorras, con otros compañeros, quienes vinieron sin cobrar y costeándose los viajes, y gracias a ellos conseguimos ascender a segunda regional.

En ese equipo tuve como compañeros a Pasandín, Nito, Neno y Gerardito. Guardo un gran recuerdo además de los delegados del Sin Querer, Fandiño, y del Oza, Capone, ya que me aconsejaron tanto en mi etapa de jugador como en la de entrenador, en la que conseguí los títulos de Liga y Copa con el Gaiteira. En la actualidad espero la llamada de un patrocinador para participar en el rally París-Dakar con el coche que tengo preparado desde hace tiempo.