Su afición desde niña a la natación le ha proporcionado una habilidad especial para mantenerse a flote, "resistencia para aguantar en tiempos duros", cuenta Cristina Bañobre. Hace ya veinte años que esta emprendedora del rural fundó Daterra do País, una pequeña empresa dedicada al cultivo de la patata y la cebolla autóctona, la primera en recibir el sello de calidad de la Reserva da Biosfera Mariñas Coruñesas e Terras do Mandeo.

La emergencia sanitaria por el Covid-19 sorprendió a esta productora en plena siembra y ha intentado mantener la normalidad en la medida de los posible, cuenta. "Es verdad que trabajamos con más dificultades, eso todo más engorroso, los desplazamientos, las distancias de seguridad...", explica. Ella aboga por encarar esta situación con un espíritu positivo: "Somos conscientes de que es un problema grande y evidentemente estamos preocupados, pero hay que ponerse las pilas, trabajar y ser positivos. El miedo solo nos paralizaría , hay que ver esto como un paréntesis, no como un punto y aparte", defiende esta agricultura, que ya ha hecho su apuesta: "Nosotros tenemos toda la superficie de patata y cebolla plantada, está todo arriesgado".

Para Bañobre, la crisis generada por la propagación del coronavirus debería dar pie a una reflexión sobre la importancia de la soberanía alimentaria: "Ahora se ve que esa soberanía permite no tener escasez. Nosotros tenemos alimentos gracias a la conciencia de muchos compradores y a empresas como Gadis [principal cliente de Daterra] que apuesta por el trabajo de los productores del país. Eso hace que no tengamos que comprar patatas a China, que no nos las serviría", reflexiona esta agricultora, que alerta del riesgos de especular con algo tan básico como la alimentación: "Nosotros no hemos subido ni un céntimo el valor de nuestros productos, nuestros consumidores y clientes son de aquí y ahora no nos olvidamos de ellos", reflexiona esta agricultora.

Y es que Bañobre confiesa que detrás del proyecto de Daterra hay "mucha filosofía", "pero filosofía pragmática", matiza: "Se trata de vivir con la mayor dignidad posible", resume. Ella, relata, es licenciada en Químicas y, a pesar de que tenía otras opciones profesionales, apostó por la producción agroalimentaria de proximidad, por seguir el ejemplo de su abuela paterna, que cultivando sus fincas en Carantoña y vendiendo en mercados pagó los estudios a su hijo, el padre de Cristina: "Para mí fue un modelo de mujer".

Como su abuela, Bañobre partió de cero. "Empecé con cero euros, plantando patatas, cebollas y repollos. Todo lo que ganaba, iba para la actividad". Destaca dos hitos importantes en su trayectoria: la contratación de personal, "que supuso un salto importante", y el inicio de su colaboración con Gadis, en 1999: "Me dieron una oportunidad y desde entonces hasta ahora de forma ininterrumpida. Han estado ahí en momentos difíciles, porque no ha sido fácil. El clima, competencia, los avatares personales? He pasado momentos de mucho miedo", confiesa.

A Cristina, el estado de alarma la sorprendió inmersa en un proyecto en el que trabaja desde hace años y que empieza a ver la luz tras más de un tropiezo burocrático. Se trata del proyecto Horta de Terra. Hace ya cuatro años que esta agricultora pidió la recalificación a rústicos de unos terrenos próximos a las marismas muy codiciados durante la burbuja inmobiliaria y en lo que estaba previsto construir una urbanización.

Esta emprendedora ha conseguido una ayuda europea para instalar la sede de Daterra en este enclave, más de 30.000 metros cuadrados de terreno certificados ahora para cultivo ecológico y dominado por un antiguo molino que rehabilitarán como emblema de su apuesta por un desarrollo sostenible, incide. El proyecto incluye la construcción de unos módulos donde se celebrarán jornadas y que servirá de punto de encuentro para los productores de la comarca. "La idea es disponer de un local donde ponernos guapos, donde hacer jornadas gastronómicas, formación, divulgación", explica Bañobre emocionada. Espera finalizar los módulos este verano.