Un grupo de jóvenes toma algo en una céntrica terraza de A Coruña. Todos y cada uno de los integrantes de la mesa han normalizado un gesto que en otros tiempos juzgaríamos marciano: de forma casi automática, se bajan la mascarilla, dan un trago a sus consumiciones y se la vuelven a subir.

A Coruña en su conjunto ha asimilado unas nuevas normas de convivencia de las que será difícil desprenderse si es que los resquicios de la pandemia llegan a abandonar alguna vez barrios, bares y tiendas. Desde el viernes pasado, los coruñeses han tenido que redoblar esfuerzos y precauciones, al tiempo que la preocupación por un posible confinamiento de la ciudad, descartado ayer mismo por las autoridades sanitarias, se iba extendiendo entre sus habitantes.

Aunque la mayoría de los ciudadanos acogen las nuevas medidas restrictivas con acuerdo y paciencia, para algunos sectores llueve diferente. La hostelería, uno de los gremios sobre el que más influye la imposición de las nuevas normas, asiste con desánimo al devenir de los acontecimientos. "Nos fastidia bastante. En el trabajo se nota, hay mucho menos. Nos defendemos con la comida para llevar, pero vemos que la cosa no arranca", lamenta Ramón Lucero, propietario del restaurante Anduriña.

Con los taburetes apostados contra la barra y solo tres de las siete mesas de antaño funcionando en el interior, el hostelero da cuenta de lo complicado que está siendo para el sector adaptarse a los requerimientos de la nueva situación. "En la parte de arriba del local tenía mesas y he decidido quitarlas. En la terraza antes tenía 12 y ahora tengo 6. A los clientes les estoy avisando siempre de que se pongan la mascarilla, pero tampoco puedo estar todo el día vigilando, no soy la policía", se resigna. La situación de muchos de sus compañeros, si no la misma, es parecida. "Los de enfrente cerraron el lunes y no han vuelto a abrir. Un hostelero de aquí cerca me dice que tiene el bar lleno, pero que con tan pocas mesas no le da para nada", relata.

En el comercio local, las nuevas prohibiciones han dejado una huella menor. Pequeños y medianos comerciantes capean el temporal como pueden: aunque las desinfecciones continuas de prendas, accesorios y todo tipo de productos se han convertido en la norma diaria, el control de aforos se ha hecho notar poco en los comercios. El descenso del turismo, por otra parte, sí ha dejado ciertas secuelas. "Yo, al ser pequeño comercio, salgo menos perjudicada, a los grandes esto les está afectando más. Personalmente, veo bastante bien las restricciones", asegura Beatriz Calviño, propietaria de la tienda de moda y complementos Muds.

A su juicio, la prioridad debe ser la de lograr el equilibrio entre proteger la salud de los ciudadanos y salvaguardar la economía, muy resentida tras la crisis sanitaria. "Creo que en Galicia se está haciendo bien. Los políticos lo tienen complicado, la verdad. Estas medidas son preventivas, para que no tengamos que llegar a la situación de lugares como Aragón o Cataluña, que están mucho peor", aprecia. "Dependemos de la responsabilidad de la gente para que se cumplan las normas".

Dante Varela, empresario, camina por una calle de la Galera más vacía de lo habitual tratándose del mes de agosto en A Coruña. El anuncio de una posible prohibición de fumar en la vía pública o en las terrazas no ha dejado a nadie indiferente. Dante Varela la considera una propuesta acertada. "Hay gente a la que no le importa fumarse veinte cigarrillos seguidos con tal de tener la mascarilla bajada", aprecia.

Para el empresario solo hay un camino: "Sentido común, solo eso. La gente debería tenerlo, en vez de echar la culpa siempre a quien gobierna", propone. Con respecto a gremios como el de la hostelería o el ocio nocturno, sobre los que se ha puesto el foco tras los rebrotes, lo mismo. "Si cumplen con las normas de higiene, no tendría por qué haber problema. Si la hostelería cierra, la gente se iría a los botellones y a las playas, que creo que, en esta situación, es bastante peor", reflexiona.

Leila Elías, propietaria de un negocio de hostelería, coincide. De entre todas las restricciones, la prohibición del uso de la barra ha supuesto un varapalo para su local. "La barra tira muchísimo. No sabes cómo afrontarlo porque el cliente insiste en arrimarse", asegura. Con todo, se muestra sorprendida por lo laxo de la normativa publicada ayer, ya que, como la mayoría de coruñeses, daba por hecho un cierre de fronteras municipales. "Creo que habría estado bien que cerrasen. El fin de semana, la gente de A Coruña salió de fiesta por Betanzos", observa. Cristina Martínez, camarera también, ve apropiadas las restricciones, pero pide conciencia con la delicada situación que viven los locales de hostelería. "Veo bien las normas, pero la gente debería ser consciente, y no pasarse dos horas en una terraza con dos cañas", propone.