Toda la trayectoria de Eduardo Malvehy es el resultado de la indecisión misma. ¿Le apasiona más viajar o realizar sus pinturas? ¿Se quedaría con los pinceles, en el caso de que tuviera que esforzarse y escoger uno, o renunciaría a su existencia nómada por los pueblos y ciudades del planeta? El catalán, que lleva desde los 70 buscando estampas brumosas tras las piedras más viejas de las urbes, no lo sabe y ni se plantea intentarlo. A pesar de que el coronavirus haya limitado sus movimientos, el artista se aferra al paisaje urbano como salvoconducto y salvavidas, en el que él, donde otros han volcado su dolor, ha buscado el sosiego.

Incluso cuando pinta una ciudad deformada por la masificación, Malvehy encuentra la calma. "Busco la paz, porque el mundo está muy convulso y la vida ya es bastante dura. La parte turística no me interesa, me gusta ir por calles tranquilas, que tengan mucha atmósfera", indica el pintor. En sus estancias -que son muchas y frecuentes-, ignora las zonas de nueva construcción como modus operandi, e investiga ese corazón empedrado con el que las ciudades preservan a duras penas su historia. París, Venecia y pintorescas villas alemanas son de su gusto al igual que A Coruña, a la que acude por sexta vez su obra para exponerse en la galería Xerión.

Desde el jueves, en el local de la avenida Rubine, se deslizan como un álbum de recuerdos los bocetos de Mis viajes. Son cerca de una treintena de instantes, muchos al atardecer, con la luz rosada como marco y el agua como fetiche. Los ríos y los lagos parecen formar parte de su firma, como el tamiz que hace el bizcocho más tierno. "Hace un contraste perfecto con la solidez de los edificios, y también los refleja y atenúa la dureza del ladrillo y la piedra. Es un elemento muy interesante", afirma.

La reflexión forma parte de un proceso largo, que comenzó en sus años mozos cuando abandonó el oficio de editor por el gusanillo de la pintura. De dónde viene 'el bicho' lo desconoce, aunque alberga ciertas sospechas. En nadie más que en su madre, que era pianista, podía estar la culpable de esa vena, que le llevó a entregarse a las témperas "al 100%". Malvehy estudió en Barcelona -hoy refugio de verano para visitar a la familia y excusa asidua para retratar la Costa Brava-, y se independizó pronto de la sombra de pinceles ajenos al tropezarse con el que no tardó en identificar como su "camino personal".

"Empecé a hacer paisaje urbano, pero de una forma muy distinta a la técnica que desarrollé después. Mis cuadros tienen una textura diferente a la habitual", cuenta el pintor. Como todo bohemio que se precie, Malvehy se instaló unos años en París, donde se "empapó" de su "espíritu" hasta que la musa cantó en otra parte. Se casó con su mujer en Zaragoza, donde reside desde hace tiempo, aunque no haya en la muestra de Xerión signo alguno de su estancia.

Tampoco las estampas de A Coruña han tenido sitio en Mis viajes. El pintor confiesa que Galicia es su cuenta "pendiente" en la pintura, porque "hay zonas muy bonitas", y esta urbe acoge bien sus cuadros. Su debilidad, no obstante, es la capital francesa, los canales venecianos -nada sorprendente para quien le gusta el agua-, y Ámsterdam. Cuando llega al rincón escogido para su retrato, lo observa con detenimiento, lo fotografía y apunta la luz adecuada, para después trabajarlo "tranquilamente" en su estudio.

Europa, sobre todo, es la reina de su paleta. Alguna vez se ha colado Estados Unidos, aunque de una forma mucho más residual. Actualmente trabaja en unos cuantos paisajes que han quedado rezagados en su casa, y que enviará a A Coruña en cuanto tenga terminados. Él no viajará a la urbe, amén de la pandemia, que le ha obligado a reducir "un poco" sus viajes, aunque no haya podido contenerle en casa.

Lo que sí ha provocado el Covid es un cambio en su estilo. Determina que está evolucionando por una vía entre la abstracción y lo figurativo, pero se mantiene fielmente apegado a lo urbano. Los edificios, alguna persona y el perenne espejo del agua no le han abandonado. A su pincel le queda todavía mucho mundo por ver, parece, como para tener que deshacer la maleta.