Los whastapps empezaron a llegar en mitad de la gala, hace poco más de siete días. Lucas Canzobre y Rubén Rodríguez, cada uno apostado frente al ordenador de su casa, seguían la retransmisión sin muchos nervios, pero estos, inevitablemente, fueron aflorando con el avance del reloj. Lo que en un principio habían imaginado como una escalera en la que mirarían desde abajo, se convirtió de pronto en una tabla rasa, y la esperanza se aproximó al roce de unas manos que empezaron a teclear mensajes con un entusiasmo creciente. Aun así les causó asombro, admiten estos exalumnos de la Escuela de Caminos de la Universidade da Coruña (UDC), cuando sus nombres resonaron en la Conferencia Future of Design-Londres 2020, organizada por el Grupo Británico de la Asociación Internacional de Ingeniería de Puentes y Estructuras (Iabse).

Junto a Raúl Espasandín, procedente también del seno de la UDC, los creadores habían formado equipo en agosto para participar en el Concurso para Jóvenes Diseñadores del organismo. La propuesta era idear una pasarela peatonal en una zona con requisitos difíciles, ubicada en un Londres ficticio y sobre una carretera y una vía de tren. Las alturas, los encajes y los materiales se convirtieron para el trío en la tónica del verano, más con la meta de darse a conocer que de triunfar. "No íbamos con la idea de ganar, porque se presentaba gente joven asesorada por empresas muy buenas, sino de promocionarnos en el mercado británico. Cuando vimos la gala teníamos el miedo de estar muy por detrás, así que el premio nos vino de sorpresa", apunta Rodríguez.

El proyecto, cuenta el ingeniero, se cocinó a fuerza de "ensayo y error", con muchas tormentas de ideas y el pragmatismo como base. El grupo dejó a un lado el laberinto de la estética para centrarse en "la solución óptima", que igual encajara en el entorno como en un presupuesto sensato. Lo más complejo, dice Canzobre, fue ajustarse a la geometría, porque "era muy cerrada y había que respetar la altura de los coches y los trenes que pasaran por debajo". Optaron por el hormigón y el acero rebajado con vidrio, así como por cierta concesión, al final, a la belleza, con dos pilas en forma de hache en la que colocar los accesos.

Los ingenieros contaron en el proceso con un as en la manga, Espasandín, su "enviado" en Reino Unido. "Raúl está trabajando en Londres y fue un apoyo en cuanto a normativa inglesa", cuenta Canzobre, para el que el premio ha sido una de arena tras otra de cal. Este enero, el coruñés decidió emprender junto a Rodríguez la aventura de Neikô Ingeniería, una consultoría centrada en estructuras con un arranque difícil en la calle Emilia Pardo Bazán. Con la parálisis del sector de la construcción, el coronavirus vino a enlodar un proyecto que llevaba meses madurando, y que se recupera lentamente tras el estado de alarma.

Ambos profesionales se confiesan preocupados por la situación de un sector del que se habla menos que de la hostelería o el educativo. "La ingeniería depende de la construcción. Si no se construye, no hay negocio", lamenta Canzobre, que aprovechó el parón para incidir en el aspecto formativo. Según explica Rodríguez, del que partió la vena emprendedora, la idea de la iniciativa mira hacia el extranjero "respecto a la forma de trabajar", "invirtiendo en la parte técnica para no encontrarte luego con problemas en la construcción". "En España se pone el dinero sobre la calidad, y después las obras tienen muchos sobrecostes. Nuestra idea es montar algo nuevo, con nuevas tecnologías que son más difíciles de encajar en una empresa que ya tiene sus flujos de trabajo, porque es como cambiar la rueda del coche cuando este ya está en marcha", indica.

Entre este mes y el que viene, el dúo aguarda enfrentar al fin sus primeros proyectos tras varias reuniones con clientes interesados. Saben que el circuito "va lento", pero también que experimenta cierto aprecio por las nuevas miradas. A pesar de que en ingeniería "los contactos, y por lo tanto la experiencia, son un grado", el galardón de la Iabse demuestra que hay atracción por la "gente con nuevas ideas". Los exalumnos de la UDC ya planean "una buena cena" para celebrarlo, y brindar cuando el Covid lo permita por esas dos victorias: el trofeo y el principio de su futuro.

Emprender, un doble riesgo

Antes de la pandemia, el inicio de un negocio ya era un laberinto burocrático. "Las gestiones para emprender son complicadas, aunque al menos nuestra rama nos permite buscar clientes online", señala Canzobre. A los habituales escollos quienes se lancen deberán sumar ahora el coronavirus, especialmente inclemente con las empresas sin grandes cimientos como Neikô Ingeniería. "Tuvimos mala suerte con el año, pero el premio ha funcionado bien a nivel de visibilidad", añade Rodríguez.

El ourensano fue el que abogó por aventurarse a ser su propio jefe, después de años dándole vueltas. Fue un tiempo en el que no paró de "coger ideas y aprender" de otras compañías también emprendedoras, a las que observaba con cierta "impotencia" por "las cosas que se podían mejorar en la empresa en la que trabajaba". Pero si bien partir de cero siempre es difícil, también da más flexibilidad para el cambio. El dúo confía en que sea un punto a su favor frente al nuevo mercado urbano que dibujará el coronavirus, en el que la gente "demandará más espacio" y al que "va a tocar adaptarse".