En 1795 la Corona española cambia de alianzas en su política exterior. De aliado de Gran Bretaña contra la Francia revolucionaria, con la Paz de Basilea pasa a ser aliado de este último país. Cambia también la política de hostigamiento a la navegación. De estorbar el comercio marítimo francés se pasa a una alianza marítima contra el inglés.

El desarrollo del corso otorga diferentes roles a los puertos. El corso galo domina todo el Golfo de Vizcaya. Desde los puertos de Bayona, Burdeos, Nantes y Brest parten barcos que hostigan a los mercantes ingleses. Los barcos con base en A Coruña ejercen el corso en la ruta marítima con el Caribe y Sudamérica. Los restantes puertos gallegos son base de embarcaciones que actúan en el entorno de Fisterra y desde ahí hacia el sur. El tráfico marítimo entre Gran Bretaña y Portugal es su objetivo.

El puerto de A Coruña juega un triple papel. Es base de los barcos que atacan el tráfico con América. Es la sede donde se tramitan todas las licencias necesarias para ejercer la actividad corsaria y, por último, es el refugio para buena parte de las presas hechas por los franceses. Los barcos capturados recalan aquí bien para su venta, bien a la espera de que los tribunales franceses resuelvan su situación.

Un total de treinta barcos capturados por el corso llegan a A Coruña en los años 1798 y 1799. Catorce bergantines, dos goletas, diez fragatas, tres diates y un paquebote, con origen en un puerto portugués, inglés o norteamericano, son asaltados en alta mar. Se les obliga a arribar a esta bahía para proceder a su venta. El valor de las embarcaciones, de entrada, podemos estimarlo en un millón y medio de reales.

Las compañías corsarias tienen su domicilio en puertos franceses. Del puerto de Nantes eran los buques Julie y Tigre; de Burdeos eran La Revenche, Ventura, Marte y Argus; de Brest La Incomparable y Le Prothe. Ya de Bayona eran El Independiente y Reflechi. Cada uno de ellos hacía más de una captura. La Julie trae al puerto la fragata inglesa María, el bergantín portugués Boa Fortuna, el bergantín norteamericano Franklin y el bergantín danés Ana.

Los comerciantes locales son los delegados de las empresas corsarias francesas. Miguel Lagoanere, Santiago de Beaujardin, Juan Francisco Barrié y Diez Tavanera, casi todos de origen también francés, son los que intermedian en la venta de las embarcaciones capturadas. Actúan con poder de los armadores corsarios y, en el caso de Lagoanere, además, es vicecónsul de la República francesa.

En los años de 1798 a 1800, en A Coruña se otorgan unas cincuenta licencias para ejercer el corso. La mayor parte se dan a empresarios de dos localidades, A Coruña y Santiago de Compostela. Se puede decir que la totalidad de los principales comerciantes de estas dos ciudades se dedican al negocio corsario.

Nombres de comerciantes coruñeses como José Ceballos, Francisco Cañellas, Martín Badía, Manuel Diez Tavanera, Miguel Lagoanere o compostelanos como Ramón Pérez Santamarina, José de Andrés García, Manuel de la Riva Moreno y Andrés Fariña Tarrío conforman la nómina de principales burgueses que participan en el corso. Entre las dos localidades suman unas treinta licencias.

La actuación de estos barcos se hace en las proximidades de la costa, salvo los que actúan en las rutas marítimas con América. Los barcos destinados a Montevideo, La Guayra o Veracruz, que parten de A Coruña, apenas suponen una cuarta parte de todas las licencias. Aquí se emplean los barcos de mayor porte. Fragatas y bergantines se dedican a las rutas de largo alcance.

El resto de los barcos son más pequeños. Goletas, quechemarines, faluchos, lanchas y lugres se dedican a la vigilancia y captura de buques que pasaban más próximos a la costa gallega. Los puertos base de estos barcos son prácticamente cualquier villa costera. Desde A Coruña, Vigo, Muros, Carril y otras villas más pequeñas como Sanxenxo, Marín o Fisterra partían para vigilar las bocas de las rías y sus entornos. Con unas y con otras, el tráfico marítimo inglés quedaba prácticamente estrangulado.

A Coruña es un punto de comercio de barcos a nivel internacional. Es cierto que existen casos en los que comerciantes locales adquieren un barco retenido por un corsario francés. Son, por ejemplo, los de Francisco Canellas, que adquiere el bergantín inglés llamado Junon, el de Antonio de Santos, que adquiere la goleta Levely Martha, renombrada como María, y la compañía Rojo y Morillo, que compra la fragata inglesa llamada John James.

Pero la mayoría de las ocasiones son intermediarios portugueses, alemanes y franceses los que adquieren los barcos para terceros o para su reventa en su país de origen. Los portugueses Enrique Teixeira San Paio, Francisco Alvés Sousa Lemos y Faustino José Machado, de Lisboa los dos primeros y de Viana do Castelo el tercero, adquieren embarcaciones que después venderán en sus puertos de origen.

Se genera todo un negocio alrededor del corso. Por un lado, los comerciantes, locales o franceses, asumen esa actividad como un negocio más. Se mueve un importante número de tripulaciones, oficiales y marinería. La compra de munición y armamento refuerzan económicamente los arsenales coruñés y ferrolano. El puerto se convierte en centro de interés para la marinería cualificada. Los barcos capturados, y su carga, mueven un volumen de negocio nada desdeñable.

El corso es un actividad fomentada por la Corona que servía para la guerra. Además contribuyó decisivamente al desarrollo de la burguesía local. Como armadores o consignatarios participa en un negocio que consolida su posición en el ámbito local.