“Estamos en las últimas, pero a ver si aguantamos un poco más”. El Jazz Filloa, el sueño de Alberto Mella y Antonio Rodríguez alumbrado en la Rúa Ciega, nació a contracorriente un 29 de diciembre de 1980 y, durante las cuatro décadas que celebra hoy, no ha dejado de ser un ejercicio de resistencia. No iba a ser menos tras meses de pandemia, justo cuando llega a la fecha señalada y aprieta los dientes para renacer con fuerza tras el verano.

A pesar de meses oscuros con persianas bajadas, sin música en directo y con horarios y aforos reducidos, Mella nunca se planteó pasar la llave para siempre. Por él, por una trayectoria pionera y por toda esa clientela fiel que les ha acompañado y que ha ido renovándose a lo largo del tiempo. “En estos meses no pensé en cerrarlo”, apunta categórico antes de explicar su razón, su deber. “Hay mucha gente, muchos músicos que lo echarían mucho de menos. No me gustaría que el Filloa desapareciese. Haremos lo posible por aguantar”, cuenta.

“Antes del COVID funcionaba muy bien, teníamos cada vez más conciertos”

Alberto Mella - Propietario del Jazz Filloa

“Cada aniversario no deja de ser una sorpresa que sigamos ahí. Nunca pensé que fuese a durar tanto”. Lejos queda aquella velada con el grupo coruñés Badía que inauguró un espacio cercano e íntimo que creaba una atmósfera especial con el público, una de sus señas de identidad. Por ahí pasaron Jorge Pardo, Sheila Jordan o Joe Henderson, hasta Herbie Hancock estuvo en su barra. Entre esas paredes y tras esa puerta roja, nació también Clunia, una de las bandas precursoras del género en Galicia, que volverá a juntarse “en el teatro Colón el 29 de enero y en su formación original” para una ocasión señalada, si entonces “Sanidade lo permite”.

Será el anticipo de un festejo pospuesto y que se retomará con ganas: “Esperábamos celebrarlo de una manera especial, pero llegó el COVID y se acabó todo. Más allá del concierto de Clunia, no creo que nos dejen programar en el local hasta poco antes del verano. Pero una vez podamos, seguiremos, al menos, un tiempito más”.

Mientras llega el momento, el Jazz Filloa avanza convertido en café y alejado de su razón de ser, en un horario que le ofrece muy poca maniobrabilidad a los bolsillos de sus dueños. Ese local, que marcaba sus actuaciones, juega ahora en su contra. “Hay mucha gente que aún no se atreve a venir. Entre eso y el poco horario que tenemos (abren de 19 a 23.00 horas), nos da para ir tirando muy malamente. Estamos esperando ayudas”, asegura.

Todo para subsistir de nuevo y para pensar en un relevo que no mirará al reloj, pero sí buscará las manos adecuadas. “Si aparece alguien con ganas, se pensaría (el traspaso), pero en un principio vamos a seguir”, relata. “Ha sido difícil, pero hemos ido superando rachas. Últimamente (antes de la pandemia) estaba funcionando bien el Jazz. Cada vez teníamos más conciertos. Es que hubo momentos de muy poquitos porque no venía ni Dios”, cuenta de una de sus épocas de subsistencia, justo el mismo momento en el que se encuentra ahora y que está dispuesto a superar.