Una brújula e insignias y metopas navales. | // CARLOS PARDELLAS

En una vitrina de la oficina de Prácticos está un trozo de la historia de la ciudad, un pedazo de la piedra de la aguja del Urquiola, que, para los recién llegados a la ciudad, los nacidos tras el accidente del petrolero, y los despistados, es un vestigio de la gran roca del fondo que tocó el casco del buque, según explica Walter del Río Corbeira, práctico de A Coruña. Desde hace unos cinco años empezaron a decorar la oficina con los regalos que los barcos a los que han ayudado a entrar en el puerto les daban en señal de agradecimiento por su labor. Así que, al lado de la televisión y de un nacimiento dentro de una concha de vieira hay pisacorbatas del buque hidrográfico Tofiño, pines, medallas y postales.

Hace unos años recuperaron también una foto de 1932, con el castillo de San Antón de fondo y el buque Strathaird, de las P&O Lines, un vapor inglés, que hacía las rutas regulares de transporte de emigrantes hacia América del Sur. También una imagen de la que podría ser la bisabuela de las embarcaciones actuales, cuando los prácticos se acercaban a los barcos empujados por el viento en las velas y por la fuerza de sus brazos al remar.

Cuando un buque atraca por primera vez en A Coruña es costumbre, aunque no siempre pasa, que prácticos y embarcación se intercambien una metopa con sus distintivos o algún otro presente, como una foto. Fue el caso del Deutschland, un barco que no tenía previsto entrar en puerto, pero que tuvo que hacerlo por una evacuación médica, lo hizo en condiciones muy adversas, con un gran temporal, y, como todo salió bien, en aquel año 2013, les regalaron una foto del buque que, ahora, ven todos los días. Entre los recuerdos de los prácticos hay de todo, un cuadro de una de las lanchas con la que trabajaron muchos años, pero que ya no está en servicio, una imagen del buque escuela argelino El-Mellah, y de un barco de Omán. El recuerdo del Sarmiento de Gamboa vino también por su intervención en una evacuación y el del portaaviones Juan Carlos I LHD, por una estancia en la ciudad, durante la que se podía visitar la embarcación.

Pasar la vista por las paredes de la oficina de Prácticos es como abrir un atlas para descubrir países y parte de su historia salada. Hay retazos de Portugal, del lujoso Sea Cloud II, y, en el armario de Del Río, también una gorra de la Armada Bolivariana, entre acreditaciones de la Tall Ships Race.

En esto de los souvenirs marinos, como en la navegación, las cosas han cambiado mucho con el paso de los años, así que, hay de todo, desde azulejos de la Holland America-Line hasta un libro enorme de láminas de mapas y cartas náuticas que sus compañeros de Portugal les enviaron una vez y que, por falta de espacio, no pueden ver a diario. Los Prácticos de A Coruña tienen su propio emblema, que diseñó uno de sus antiguos compañeros, ahora ya retirado, mezclando la Torre de Hércules con el distintivo que usan sus homólogos en muchas partes del mundo: unas anclas cruzadas, y también la bandera roja y blanca, que es la que los identifica ante los otros buques. “El día que empiecen a cobrar por ponerla, se hacen de oro”, bromea Del Río, entre tanto recuerdo.

“Cuando yo empecé navegábamos como Colón, observando las estrellas, pero teníamos un cronómetro que él no tenía”

“Cuando yo empecé, navegábamos casi como Colón”, cuenta Francisco Mosquera, que se jubiló justo el día en el que se acababa 2020. Fue práctico durante 25 años en A Coruña, después de haber dado la vuelta al mundo “cuatro veces” en los años en los que estuvo embarcado. La suya no es la historia de un niño que se pasase las horas en el muelle. No, porque Paco, que así le llaman sus compañeros, nació en Vilalba, en el interior de Lugo, y conoció el mar en sus escapadas familiares a la playas de Foz y San Cibrao. “Mi madre decía que ya de pequeño decía que iba a ser marino, que quería navegar. Para mí aquel mes de vacaciones en la playa era mi mundo”, recuerda.

Como no se le pasó la pasión por el mar con los años, antes de cumplir los 17,, sus padres le dieron la oportunidad de trabajar en un barco, para que se asegurase de que esa vida le gustaba y para que, si no era así, no perdiese el tiempo estudiando Náutica para dejarlo después. “Nunca estuve tan contento en un barco”, resume Mosquera, sobre esos tres meses de verano a bordo del mercante Alacripy, y eso que no iba de paseo precisamente. En aquellos días en los que el barco hizo la ruta de Génova a Sudáfrica, Singapur y golfo pérsico, Paco era “el último de la lista de tripulantes, el limpiador de máquinas”.

En esos tres meses ganó lo justo para pagarse el viaje de vuelta a casa y también la certeza de que quería estudiar Náutica, pero no Máquinas, sino para oficial de puente, así que, tal y como había planeado de pequeño, acabó COU y se mudó a A Coruña para sacarse el título.

Y, con los estudios frescos empezó a navegar. “Al principio, buscaba trabajo en lo que había”, comenta. El destino lo llevó a embarcarse en buques que transportaban mercancías peligrosas, primero en petroleros y, una vez que empezó a trabajar en gaseros ya no cambió. No porque no le apeteciese probar o ver otros mares sino porque, según explica, una vez que un marino se especializaba en este tipo de barcos ya era casi imposible cambiar. Aunque tampoco se queja. “Me encantó la experiencia”, comenta. “Nunca estuve en casa más tiempo del que quise”, confiesa y fue así, porque no le faltó trabajo en ningún momento, pero la idea de ser práctico empezó a rondarle porque, en esta profesión, según los que la ejercen es “el tope de gama de los marinos” y las condiciones en el mar ya no eran iguales que al principio.

“Estuve, como se suele decir, en el lugar preciso en el momento oportuno”, ya que en el año 1995 se presentó al examen de acceso al equipo de Prácticos. Habían ampliado las plazas tras la tragedia del Mar Egeo, así que, enseguida entró a formar parte de la familia de Prácticos. Asegura que, desde que empezó a trabajar, han cambiado las cosas, sobre todo, en la parte tecnológica, porque el oficio y las maniobras siguen siendo las mismas de siempre, con la diferencia de que, por ejemplo, para aprender a manejarse en el puerto exterior contaron con simuladores para averiguar cuál era la mejor manera de llevar a los barcos al muelle.

“En el año 1977, cuando yo empecé a navegar no había satélites, así que, hacíamos como Colón, la situación del buque se hacía en base a observaciones astronómicas, por las estrellas y el sol. La única diferencia que teníamos con Colón es que llevábamos un cronómetro, un reloj de precisión, con el que podíamos saber la longitud. Colón solo sabía la latitud, por eso llegó a América pensando que llegaba a la India. Ahora ya no se observan las estrellas”, dice Paco sin nostalgia, porque todos los avances tecnológicos permitieron reducir el margen de error porque, aunque ellos tienen “en la cabeza todos los bajos del puerto de A Coruña”, los capitanes que llegan de nuevas a la ciudad no.

Sobre si se quedan en buenas manos los buques que entren en el puerto a partir de ahora, Mosquera no tiene dudas. “Dejo un equipo especial, joven, con ganas de trabajar y preocupado por la seguridad”. De todos modos, su jubilación no es un adiós al mar, es un “volveré” porque “mientras haya viento y no llueva” saldrá a navegar con su velero.