Docha Riobóo trabaja en casa en una de sus piezas. | // CEDIDA

“Saldremos cuando nos pongan la vacuna”, explica Manuel Ferreiro Badía, que lleva desde finales de febrero del año pasado confinado en su casa con su mujer, Docha Riobóo. Dicen que no echan nada de menos porque las pantallas han conseguido paliar las ausencias, así que, hacen videollamadas con la familia y los amigos y este encierro que se han impuesto se les hace más llevadero. “Tenemos internet y de todo, pero casi no tenemos tiempo para ver la televisión, por las tardes solemos leer”, comenta el escultor, al otro lado del teléfono.

Aseguran que estar en casa tanto tiempo no se les hace tan duro como pensar que pueden contagiarse de coronavirus, así que, cada día, la decisión de no salir a la calle y de evitar el contacto con otras personas cobra sentido. “Con lo que está pasando, no se puede negar la realidad”, concluye y, aunque defiende que llevar casi un año en casa “no es nada extraordinario”, hace hincapié en la parte buena, más allá de la sanitaria, que es “poder trabajar en silencio y en soledad”.

La compra la hacen por internet y, a donde no llega la tecnología, lo hacen sus hijas, que les acercan a casa todas esas cosas que les apetecen y que no encuentran en la red y que les hace mantener la misma alimentación que cuando eran ellos quienes se encargaban de ir al mercado.

Docha Riobóo y Ferreiro Badía son escultores, así que han adaptado una habitación en casa para poder continuar con sus proyectos, aunque ambos están jubilados ya. “A mí el coronavirus no me inspiró nada, es que no veo qué se puede hacer, ¿una pelota con pinchos?”, dice Ferreiro Badía desde su casa. Y es que, a sus 77 años, eso de tener que hacer una compra grande, de apañarse con lo que hay y de estar aislado no es nuevo para él ni para su mujer. “Cuando nosotros nos casamos y empezamos a tener hijos, nos fuimos a vivir entre Gredos y Guadarrama, y hacíamos la compra para veinte días, en el pueblo más cercano, que estaba a quince kilómetros, eso sí que era aislamiento total. Metíamos todo en el congelador y no pasaba nada”, recuerda, porque, para entonces, no tenían teléfono e internet sonaba a ciencia ficción. Con toda esa experiencia en la mochila llevan el día a día y van a cumplir casi un año confinados, sin salir de casa, pero “siempre trabajando”.

Tienen su rutina, duermen ocho horas o un poquito más, se levantan, se asean y se visten “como para salir a la calle”, pasean una hora por casa, Ferreiro hace veinte minutos de “gimnasia sentado” que ve por internet, y ya se ponen a trabajar y, por la tarde, pasean otra hora más. “Los domingos oímos misa por Trece, que es muy entretenido porque van por todas las catedrales, hacemos la comida y seguimos trabajando”, relata Ferreiro Badía, que sabe ya que, aunque él no salga de casa, sus obras sí lo hacen y una de sus piezas volverá a estar en Times Square en Nueva York, este año, porque en 2020 no pudo ser muy visitada por la pandemia.

“Es una pieza que tiene que ver con el Xacobeo, y este año lo es, así que, me gusta que esté allí”, comenta el escultor, que ha recibido información de que, en julio, si todo va bien, otra pieza suya, de gran formato, se expondrá en Andorra, también planea, a finales de año participar en una exposición en Japón. “Estoy preparando otras cosas para España, y para Michigan, pero de momento aún no sé si se celebrarán. Ahora estoy haciendo unas maquetas geométricas con un programa de ordenador 3D, una es sobre el vacío y otra sobre piezas compactas y muy herméticas, las hago en contrachapado de madera. Sierro, pego... Me entretengo mucho”, confiesa.

Docha Riobóo también sigue creando en este encierro. A finales de noviembre empezó a hacer relieves sobre cristal, con sus brillos y transparencias, así que, mantuvo la idea. Cuando acabe, calcula que “en un par de meses” ya sabe qué va a hacer. “Me va a hacer una cabeza porque dice que me corta muy bien el pelo”, bromea Ferreiro Badía.

Tampoco las Navidades les hicieron dudar de si debían abandonar su encierro. “Cenamos todos los mismo, pero por videoconferencia. Mi mujer hizo unos pollos trufados y vinieron a buscarlos y pusimos la pantalla e hicimos la misma cena que hicimos siempre en Navidades”, relata Ferreiro Badía, que asegura que el confinamiento no se ha interpuesto en la relación con su familia ni con sus amigos, a algunos, ahora, incluso los ven más que antes, cuando tenían libertad para ir y venir, sin horarios, sin mascarillas y sin la amenaza del coronavirus.

Cuando decidieron meterse en casa, sabían que iba a ser “largo”, en ningún momento se les pasó por la cabeza que sería un encierro de quince días ni de un mes, así que, Ferreiro Badía cuenta que se llevó “parte del taller” para casa y que, por eso, lo están llevando tan bien.

Por eso y porque la salud les ha acompañado, permitiéndoles que no tengan que ir al ambulatorio ni para hacerse un análisis, así que, desde su encierro, ven pasar la vida desde el prisma de su casa, en la que da el sol casi todo el día y por la que dan paseos diarios, una hora por la mañana y otra por la tarde, como siempre han hecho, con o sin pandemia, dentro o fuera.