Por el punto de calor del Comité Anti Sida de A Coruña (Casco) pasan, diariamente, entre 80 y 90 personas. Allí buscan lo básico: desde un lugar seguro donde darse una ducha, solventar alguna de las tres comidas, hacerse con ropa de abrigo o, simplemente, algo de conversación. En el punto de calor se reparten preservativos y jeringuillas, se ofrece un respiro y no se juzga a nadie. “Esto está simplemente para que puedan presentarse ante la sociedad con un poco de dignidad”, resumen desde el servicio.

Cuando una persona se ve obligada a vivir en la calle, se puede hablar de realidad coyuntural. Cuando en una comunidad autónoma se contabilizan más de 1.300 que duermen al raso todas las noches, sin contar las muchas que escapan a los registros, lo correcto sería hablar de fenómeno. El término sinhogarismo, reconocido por la Fundación del Español Urgente (Fundeu) como correcto en 2019, hace hincapié en esta cuestión: terminar en la calle no se debe únicamente a un conjunto de malas decisiones individuales, sino que tiene su raíz en la desigualdad económica, el problema de la vivienda, o la falta de acceso a derechos básicos. Todo ello, con un componente importante de estigma y rechazo que convierte en invisible a quien lo sufre.

En A Coruña, la cifra que maneja el Concello es de 40 personas que carecen de vivienda y se encuentran, en estos momentos, en situación de calle. En Casco aportan el mismo número para referirse a las personas que pasan diariamente por su servicio: “Esos son los de siempre”. En Cruz Roja, la cifra aumenta drásticamente: hablan de 280 afectados, pero, aclaran, en su definición caben personas sin recursos, que carecen de una vivienda estable, que se encuentran institucionalizadas en distintos centros como albergues o recursos de media estancia, o que residen en infravivienda y casas de acogida.

Usuarios a la entrada del palacio de los deportes de Riazor durante el confinamiento de abril. | // VÍCTOR ECHAVE

En la ciudad de A Coruña los servicios sociales municipales colaboran en estrecha red con distintos recursos y entidades sociales para encontrar la mejor manera de intervenir con las personas que se ven obligadas, por una innumerable cantidad de casuísticas, a dormir en los portales. Detrás de la fría estadística, se encuentran perfiles de lo más diverso, y, si bien hay lugares comunes como los problemas de salud mental y la adicción a distintas sustancias, no hay un patrón cerrado. Cada caso es un mundo. “No todas las personas que viven en la calle tienen un trastorno mental grave. El perfil mayoritario es el de las conductas adictivas, con dependencia del alcohol u otras sustancias, como cocaína o heroína. A veces el trastorno mental coincide con el abuso de sustancias”, explica el psiquiatra Juan Carlos Díaz del Valle, que elabora evaluaciones médico psiquiátricas a personas sin hogar en el Chuac. Estos reconocimientos son fundamentales a la hora de trazar una intervención y gestar la confianza necesaria para ofrecer ayuda, apoyo o acompañamiento.

“No todas las personas que viven en la calle tienen un trastorno mental grave. El perfil mayoritario es el de las conductas adictivas, con dependencia del alcohol u otras sustancias. A veces el trastorno mental coincide con el abuso de sustancias”

“Con una persona que tiene conservada la capacidad para tomar decisiones es más difícil hacer intervención, que, por ejemplo, con un trastorno psicótico grave, que se podría recurrir a un ingreso involuntario. Si consumen, es todavía más complicado”, desgrana Díaz del Valle. La asistencia sanitaria se ofrece, por regla, a todos; pero en ningún caso se fuerza a ningún usuario a seguir un tratamiento en contra de su voluntad. “Cuando una persona tiene un trastorno mental grave no puede esperar. Lo atendemos inmediatamente, por eso es importante la colaboración absoluta con los servicios sociales”, apunta el psiquiatra.

En la calle coruñesa confluyen personas con trastornos previos que no fueron atendidos de forma adecuada, bien por falta de recursos, bien por ausencia de un seguimiento acertado, con los que desarrollaron dolencias a raíz de los traumas derivados de la situación de calle. En el caso del consumo, aunque existen recursos especializados en el tratamiento y deshabituación de conductas adictivas para población en situación de exclusión grave, el acceso a ellos por parte de este colectivo es una utopía sin una intervención previa, cercana y humana.

“La vivienda cada vez es más cara. Nos cuesta mucho encontrar. En 2015, pagabas entre 130 y 180 euros. Ahora nos piden hasta 300 euros por una habitación en un piso compartido”

A esta dirección apuntan los esfuerzos de Paula Prego en su labor diaria como técnica en el programa de Atención Integral a personas sin hogar que Cruz Roja desarrolla en la ciudad, y en el que se trabaja desde la metodología de la baja exigencia. El punto fundamental: tender la mano. “Se acompaña a la persona en cualquier demanda que necesite. Hay recursos específicos: primero se intenta que la persona quiera acceder al más adecuado para ella. Si no quiere, se buscan opciones. Si hay adicción, lo primero es que se reconozca esa adicción”, explica Prieto.

El reto mayúsculo, a día de hoy, está en encontrar alternativas habitacionales que se adecuen a las necesidades de un colectivo en situación de vulnerabilidad extrema, que en muchos casos ha perdido habilidades sociales y la conexión con el sistema, y que no siempre presenta facilidades para convivir.

Instalación en el pabellón de los Deportes para albergar a personas sin hogar en el confinamiento. | // V.E.

El reto de buscar un techo

El problema de la vivienda imperante en nuestros días ha alcanzado, de lleno, a los estratos más precarios de la sociedad. “La vivienda cada vez es más cara. Nos cuesta mucho encontrar. En 2015, pagabas entre 130 y 180 euros. Ahora nos piden hasta 300 euros por una habitación en un piso compartido”, contabiliza Prego.

A los precios inflados hay que sumar la exigencia, en muchas ocasiones, de un contrato de alquiler y, al menos, dos meses de fianza; una cantidad a la que una persona que cobra un subsidio mínimo tiene complicado llegar holgadamente. “Se les da apoyo los primeros meses, pero cada vez encontramos más dificultades”, admite Prego. El personal de calle trabaja coordinadamente con recursos habitacionales como Padre Rubinos, el hogar Sor Eusebia o la residencia San José, pero, en numerosas ocasiones, la realidad es que los usuarios no terminan de adaptarse a estas alternativas y entran y salen de los recursos con frecuencia. “Una persona que lleva más años en la calle está más desconfiada, más acostumbrada a la rutina. Es un trabajo lento, que lleva su tiempo. No hay que presionar”, advierte la técnica.

“En el Pabellón de los Deportes se vieron los niveles de complejidad. Había quienes entraban y salían de los recursos y que estaban en la calle en ese momento, y quienes acababan de llegar a la ciudad y no les dio tiempo a tener una plaza en ningún sitio”

El año pasado, el Concello habilitó parte del pabellón de los Deportes de Riazor como un enorme albergue para acoger, con distancias y medidas sanitarias, a las casi 40 personas que, de otro modo, se verían forzadas a pasar el confinamiento más duro de la crisis sanitaria en la calle. La efectividad de la iniciativa llevó a muchos a preguntarse por qué no era posible implantar un sistema similar en condiciones normales. Lo cierto es que sacar de la calle a una persona que lleva años o incluso décadas habituada a ese entorno, por hostil o lamentable que parezca, es un proceso que lleva tiempo, esfuerzo y que resulta, en muchas ocasiones, infructuoso.

En A Coruña, además de los centros y recursos habitacionales de las entidades, existen hostales y albergues con acuerdos con el Concello, adecuados a las circunstancias vitales de quienes se pueden tener que acudir a ellos. “En el Pabellón de los Deportes se vieron los distintos niveles de complejidad. Había personas que entraban y salían de los recursos y que estaban en situación de calle en ese momento, y otros que acababan de llegar a la ciudad y no les dio tiempo a tener una plaza en ningún sitio”, recuerda la concelleira de Benestar Social, Yoya Neira.

La intervención, también desde los servicios sociales municipales o los equipos de inclusión social, es distinta según el perfil con el que se trabaje. “Si la persona decide no acceder a los recursos, hacemos atención constante en calle. Hay un perfil con el que se interviene hasta cuatro o cinco veces al día. Depende del caso, si es una persona que se encuentra en una situación muy crónica, o si acaban de llegar a la ciudad. Si tiene hijos, no acceden a albergues, sino a recursos de otra naturaleza, como hostales, para no separar a las familias”, comenta Neira.

Un punto de no retorno

Ocurre, en ocasiones, que pese a los esfuerzos coordinados de administración, entidades y recursos, muchas personas sin hogar agotan o rechazan las alternativas que se les ofrecen. Es entonces cuando se habla de cronificación: la persona se ha adaptado a la calle de tal forma que es, si no imposible, hartamente complicado, arrancarla de ella. “Hay un punto de no retorno. Es un tema relacionado con la condición humana, con la adaptación. La calle puede llegar a atrapar a una persona, a “engancharla”, de alguna forma”, explica Pablo Sánchez Ferreira, trabajador social de la Cocina Económica. A la cronificación va aparejada una pérdida de capacidades personales y de los recursos internos de los que se vale una persona para desarrollarse en su vida diaria. “Las personas que llevan mucho tiempo en la calle van perdiendo estas capacidades, llega un momento en el que no se sienten capaces de vivir en una habitación compartida o de pagar una renta”, apostilla Sánchez.

"Llega un momento en el que no se sienten capaces de vivir en una habitación compartida o de pagar una renta”

La cronificación se da cuando se presentan unos niveles de desestructuración personal de tal calibre que la persona no es capaz, por sí misma, de reconducir su vida. Los problemas de salud mental ocupan, en este punto, un rol protagonista. “Este es uno de los grandes retos a la hora de trabajar con personas que pasaron la frontera del retorno. Por mucho que les ofrezcas, están adaptados a ese estilo de vida”, recalca Sánchez.

Ellas: menos, pero más vulnerables

Las mujeres que se encuentran en situación de calle rondan, según los últimos informes, el 15% de la población sin hogar. Son, desde luego, muchas menos que los varones que atraviesan un trance similar, pero sus circunstancias son, en la mayoría de los casos, mucho más traumáticas que las de los hombres. Detrás de una mujer en la calle se encuentra, en muchos casos, un historial de violencia de género, y una vivencia extremadamente traumática. “Hay sucesos vitales como separaciones, pérdida de trabajo, divorcios, pérdida de hijos, desempleo y problemas de salud mental. La mujer llega de la calle con un deterioro notablemente mayor que el hombre”, explica Sánchez.

Son muchas las voces expertas y profesionales que abogan, en los últimos tiempos, por impulsar recursos que tengan en cuenta la perspectiva de género y las coyunturas extremas por las que pasan estas mujeres a la hora de prestarles apoyo. En A Coruña existen ejemplos asentados, como el hogar Santa Lucía, la Residencia San José o la casa de acogida municipal, que aceptan a mujeres en situación de vulnerabilidad y a sus hijos. “Tenemos suerte en comparación con otros sitios de España, pero no es suficiente. El 15% se queda corto, porque muchas mujeres sin hogar permanecen invisibles, ya que se camuflan en convivencias fortuitas o relaciones de pareja forzadas como alternativa a la calle”, revela Sánchez. Estas relaciones de pareja abusivas, a las que la mujer acude víctima de las circunstancias, terminan desembocando, en muchos casos, en situaciones de violencia de género. “El protector se acaba convirtiendo en verdugo, es un patrón que tenemos con frecuencia”. La invisibilidad de la situación, en este caso, contribuye a acrecentar la exclusión y la vulnerabilidad de las mujeres en situación de calle, que están expuestas, precisamente por su condición de mujeres, a agresiones y violencia sexual. “Una de las manifestaciones más severas y extremas de la exclusión social es una mujer migrante en la calle sin permiso de residencia”, ejemplifica el trabajador social.

‘Housing First’, el modelo hacia el que mirar

Los perfiles cronificados y los colectivos más vulnerables demandan recursos que atiendan especialmente sus necesidades, y que cuiden factores como la dignidad personal de quienes pasan por situaciones extremas. Cada vez son más las entidades que señalan al modelo Housing First como el paradigma a seguir en los casos más sensibles. En A Coruña ya son once las personas beneficiarias del proyecto, que se basa en entregar las llaves de una vivienda a alguien sin una. “Aquí está conveniado con la asociación Hábitat. Funciona, pero son pocas plazas. Si se consigue una bolsa de viviendas para el programa, se notarían mucho los beneficios”, asegura Pablo Sánchez. Los beneficiarios del recurso, concebido para personas en situación de sinhogarismo extremo, mejoran su calidad de vida en la inmensa mayoría de los casos.

"Una persona consume muchos más recursos públicos, en materia de ingresos hospitalarios, causas judiciales, urgencias y policía, que los que consume un alquiler social a largo plazo”

Muchas veces, la solución para que alguien no viva en la calle es la más sencilla: proporcionarle una vivienda estable, sin coyunturas de convivencia o la incertidumbre de la temporalidad de otros recursos. El modelo tiene amplio margen de mejora en sus usuarios, pues se ajusta a personas que no se adaptan a otro tipo de recursos; pero también supone avances en gestión del gasto social: en el aspecto estrictamente económico, compensa. “La persona participa con un 30% de sus ingresos, si los tiene. Puede parecer caro, o un agravio a otros colectivos con necesidades; pero en términos de eficiencia, una persona consume muchos más recursos públicos, en materia de ingresos hospitalarios, causas judiciales, urgencias y policía, que los que consume un alquiler social a largo plazo”, ejemplifica Pablo Sánchez.