Las guerras silenciosas, Jamás tendremos 20 años y Siempre tendremos 20 años son los títulos que componen la trilogía con la que el dibujante Jaime Martín traza, casi por inercia, la historia de la Guerra Civil, la dictadura, la transición y sus consecuencias a través de tres generaciones de su familia. Esta y otras de sus obras, protagonistas en la nueva edición de Viñetas.

Tanto en su trilogía sobre la vivencia de su familia, como en otros de sus volúmenes, existe un compromiso con la memoria histórica. ¿Es su intención?

Lo primero fue porque quería contar la historia de mis abuelos. Había oído hablar mucho a mi abuela sobre las desgracias que pasó. Ella quedó traumatizada al encontrarse a sus amigos de juventud asesinados por los falangistas. Ella era costurera, cosía para un grupo de anarquistas. Cuando hubo el golpe, salieron listas y los asesinaron. Cuando me sentí capaz profesionalmente de poder escribir un guion que hiciese justicia a esto, bien dibujado, me puse. Es un cómic de recuperación de memoria histórica, pero sobre todo quería hacer la historia de mis abuelos. No pretendo explicar cómo fue la Guerra Civil, solo cuento la historia de mis abuelos. Me da igual que me digan que soy partidista.

El formato de trilogía en tres generaciones, ¿es una manera de hablar de las consecuencias de esa guerra a largo plazo?

Sí, pero ha venido a posteriori, porque no estaba planeada como una trilogía. Empecé haciendo un libro que trata el servicio militar de mi padre en África. De pequeños nos contaba batallitas, conforme íbamos creciendo, nos contaba cosas más para adultos. Luego vino la historia de mis abuelos, y en un momento dado, solo faltaba yo. Es bastante redonda. Son tres generaciones de una familia en tres momentos históricos: guerra civil, dictadura y transición.

¿Se pierde el pudor cuando se dibuja sobre uno mismo y las vivencias de su familia?

Sí, nunca voy enseñándoles los capítulos o explicándoles el guion a mis familiares, para que no me influencien. Les pido detalles de cómo fue tal o cual cosa, pero ya está. No lo leen hasta que se publica. No voy a sacar trapos sucios de mi familia, claro. Sí que es cierto que tuve un toque de atención de un primo mío porque saqué a sus padres en la historia sin decirles nada, con lo que en esto último álbum, que salen mis amigos de toda la vida, les avisé: os voy a sacar a ti y a ti con caras y nombres. Ninguno tuvo problema. Hay uno que tiene dos hijos pequeños y le dije: vas a salir ahí fumando canutos y esnifando disolvente en un trapo. Me dijo: me da igual, lo negaré todo.

¿La ficción tiene su lugar?

Trato de que no haya nada de ficción. Cuando trabajas con gente cercana y conocida, y leen que les estáis haciendo hacer cosas que no hicieron, puedes tener un problema. Hay cambios en la cronología, que me van bien por la narrativa. En el último año retrato a tres de mis amigos; si hay alguna anécdota vivida por alguno que no sale en el libro pero que me interesa rescatar, cojo esos hechos y se los asigno a otro, siempre preguntando, claro. Uno de los personajes, Bodi, que es un amigo mío, nunca tuvo la intención de probar la heroína, pero otro amigo, una vez que estábamos aburridos mirando llover en un coche abandonado, lo propuso, y le echamos la bronca. Eso lo metí en la historia, porque me parecía una anécdota interesante, porque es una de las formas con las que la gente acabó cayendo.

Ilustración de Jaime Martín