Ignacio García es el director de escena de la ópera Pagliacci, de Leoncavallo, que se interpreta hoy y el viernes a las 20.00 horas en el Colón como parte de la Temporada Lírica. Para la segunda función quedan entradas a la venta.

¿Cómo ha podido adaptar la representación al Colón?

Muy bien. Es un escenario algo más pequeño que la producción original, en el teatro de la Zarzuela, pero me gusta mucho este tamaño y cercanía del público. Comunica muy bien y tiene una acústica formidable. Es perfecto para la producción.

¿Cómo plantea la obra?

Tiene dos partes muy diferentes, lo que es un desafío. Uno de los personajes dice: “El teatro y la vida no son la misma cosa”: hay una parte de teatro dentro del teatro, pues en la trama, una compañía de comediantes llega a representar una obra. Esa parte exige un tipo de representación más histriónica, porque así es como actuaban las compañías que iban por los pueblos de Italia al final del siglo XIX. Pero por el resto, es una ópera verista, pide verdad. Para los cantantes es un desafío, pero hacen un gran trabajo de actuar con verosimilitud y luego transformarse en los comediantes que hacen esa versión poetizada de la vida. En la estética, en la luz, sí hay una dimensión más metafórica, poética. Los cantantes han hecho un gran trabajo, en especial el coro. También hay dos artistas locales: la producción pone muy en valor el talento local.

En la decoración no se intenta recrear una aldea de Calabria.

No, porque esencialmente para mí la obra son dos cosas. Una, un homenaje a los comediantes que iban con un carromato de pueblo en pueblo. Es un elogio a los que nos alegran con las historias que cuentan. De cuando se estrenó la producción en 2014 ha cambiado mucho. La pandemia ha sido el único momento en la Historia en que todos los teatros del mundo han estado cerrados, y nos hemos visto privados de algo que el ser humano hace desde hace 3.000 años: contar historias públicamente y en comunidad. Creo que hoy en día entendemos el valor enorme del encuentro, y los espectadores se conmueven y empoderan más que nunca. El espectáculo pretende ser un homenaje a las gentes del espectáculo, que a veces, y también lo hemos vivido en la pandemia, con grandes dolores y pesares personales, son capaces de borrar todo eso para salir a emocionar. Quería concentrar la poética del espectáculo en ese mundo autónomo de los comediantes. Por otra parte, el espectáculo es una reflexión sobre la violencia humana.

Está llena de traiciones, odios...

Esto se expresa de una manera cruda, porque es trágica, pero no intentamos ser acusatorios ni maniqueos. Hay un doble crimen pasional terrible, terrible, que acontece ante los espectadores del teatro y de los del escenario. Pero lo que hemos intentado ha sido comprender las debilidades, las fragilidades, los trastornos que llevan a un ser humano a esa situación. Cuando digo comprender no digo en el sentido de ser comprensivo y empático, sino en el de intentar entender qué mecanismos hacen que el ser humano, en este caso movido por los celos, un deseo tan oscuro y abyecto pero humano, acaba cometiendo ese doble crimen. Leoncavallo la escribe tras leer una crónica de prensa. Con enorme intención teatral, descubre una fuente de creación buenísima para una ópera: la historia de un comediante que creyendo que los celos que vive en la obra son iguales que los que vive en la vida acaba perdiendo la cabeza. Con la música conmueve al espectador de manera muy poderosa.

Ha sido profesor en escuelas de cine y arte dramático, ha trabajado mucho el teatro del Siglo de Oro. ¿Esto se refleja en la obra?

Yo creo que sí. He tenido al suerte de ir, no en carromato, pero sí en muchos medios de transporte, por el mundo entero, haciendo teatro y ópera, sobre todo teatro del Siglo de Oro y la Zarzuela. Estos tienen este carácter popular; en el Siglo de Oro había un nivel de analfabetismo muy grande pero se veían las historias de Calderón o Lope de Vega. Creo que esa vertiente popular de nuestro teatro clásico ha sido muy importante para mi aprendizaje vital. Y mi trabajo como pedagogo intento aplicarlo también. Los cantantes son grandes profesionales, no hay que enseñarles a actuar, pero sí comprender junto qué queremos contar y cómo.