El pintor coruñés José Ramón Iglesias, más conocido por los dos nombres de pila con los que firmaba sus obras, nació en 1939, y se crió en la dura posguerra. Pero, según recuerda su hija Ana Iglesias, siempre supo que quería dedicarse a pintar, y desde los quince años vivió profesionalmente de eso. Hasta el año de su muerte, en 2016, dejó una extensa producción, desde óleos y acuarelas costumbristas a retratos, murales, ilustraciones de libros o pergaminos. Ahora, y hasta el viernes de la semana que viene, una muestra en la sala de exposiciones del Colegio Oficial de Médicos (Riego de Agua, 29) recupera 40 obras de su última época, entre ellos 23 bocetos inéditos.

“Lo primero que hacía mi padre, antes de crear un cuadro, era un boceto, un trabajo en estudio de lo que iba a crear, y hemos hecho una selección de los más destacados, a lápiz o a tinta negra y enmarcados” explica Ana Iglesias. En su mayoría son de sus últimos años, si bien hay alguno de la década de 1970, y la exposición recoge una temática muy variada, desde partidos de fútbol a una actuación de la Orquesta Sinfónica, de libros a ciclistas, zapatos de mujer y vendedoras de quesos.

Y con una gran presencia del océano, pues, según explica la hija del artista, “mi padre nació y vivió en A Coruña y todo lo que le rodeaba era mar”. Entre sus obras, todas a la venta ya que, según cuenta Iglesias, su padre consideraba que el arte tenía que estar en las casas de sus admiradores, se encuentran mariscadores, pescadores y barcos.

En cuanto al estilo, José Ramón fue un pintor figurativo, si bien “con tendencia a la abstracción; destacaba la figura, pero los fondos de los cuadros eran abstractos, geométricos” explica su hija. Y a la hora de trabajar, no se limitaba a copiar literalmente la realidad. “Podía tomar como referencia una foto, pero componía e interpretaba, no plasmaba directamente lo que veía. Podía trabajar en la base de la fotografía de un barco, pero lo deconstruía completamente” en su obra, cuenta Iglesias.

Pese a que el pintor decía que “vivir del arte siempre fue difícil, en cualquier época, y en cualquier disciplina”, José Ramón renunció a opciones laborales como la docencia porque “no quería atarse a nada, quería pintar”. Consiguió mantener a su familia “cómodamente” y criar cinco hijos adaptándose a “todo tipo de trabajos”. “Él decía: si hago un retrato de un alcalde, luego puedo pintar lo que yo quiera” rememora Iglesias, algo que pudo hacer plenamente en su última época.

En 1965 abrió su galería en la Ciudad Vieja, que llegó a ser, cuenta su hija, “la más antigua de A Coruña” cuando falleció medio siglo después. En la década de 1970, explica Ana Iglesias, creó una colección de grabados de toda Galicia que se encuentran en paradores y hoteles,. Llegó a hacer esmaltes para joyería, y también retrató a cuatro alcaldes de A Coruña, a presidentes de la Cámara de Comercio o a los hijos de Amancio Ortega; decoró el Hotel Finisterre y diseñó la medalla conmemorativa del centenario del Puerto, en 1977.

Pero hubo un trabajo que fue un “broche de oro para él”, rememora su hija: dos docenas de dibujos de la historia de A Coruña que luego se plasmaron en las tallas de madera del salón de plenos y se retrotraen hasta Hércules: “fueron casi dos años de trabajo a plumilla”.