La investigadora Araceli Freire, natural de Arteixo, participa en el libro A xustiza pola man. Violencia e conflictividade na Galicia contemporánea, un texto colectivo coordinado por Francisco Leira Castiñeira y Miguel Cabo, en el que distintos historiadores abordan la violencia en el contexto gallego desde diversas ópticas. Freire escoge un conflicto que se desató en Baldaio entre la administración y sus vecinos para ilustrar las fricciones mantenidas históricamente en Galicia entre el medio rural y el Estado.

¿Se había trabajado antes el tema de la violencia como sujeto histórico en Galicia?

Es una línea que lleva inspirando al departamento [Histagra] durante varios años. De ahí salieron varias tesis, casi las de todos los participantes en el libro. Yo había trabajado la conflictividad vinculada al proceso de repoblación forestal y los montes vecinales en mano común,. Empecé a investigar la conflictividad en el franquismo y eso me fue llevando a otros temas, siempre ligados a la conflictividad del rural contra el Estado.

Su estudio pone de relieve la importancia de la movilización popular para defender lo propio. Usted ahonda en un conflicto sucedido en Baldaio entre 1948 y 1991.

La movilización colectiva fue crucial para defender espacios naturales importantísimos para la supervivencia común. Se puede hacer una comparativa con los montes, que son espacios indispensables para la supervivencia, porque de ellos se extraen recursos como la caza, allí plantaban las comunidades, extraían leña... en el caso de Baldaio, se les priva de la utilización de la marisma que empleaban para marisqueo y de la que obtenían las algas que utilizaban como fertilizante de sus terrenos. Esto ocurre porque querían utilizar estos terrenos para extraer arena para la construcción, con lo que uno de los espacios de mayor biodiversidad se estropeaba para beneficio de unos pocos.

¿Cómo reaccionan los vecinos?

Al principio, empezaron a pedir que se paralice la extracción de forma pacífica. Luego se manifiestan para que no puedan sacar los camiones, y envían instancias a la administración. Al no recibir respuesta, recurren a la violencia. Más tarde, lo intentan también por la vía judicial, pero era un camino difícil para ellos en términos económicos.

Cualquiera diría que la vía judicial va antes de la violencia.

Estamos hablando de comunidades con pocos recursos, y a las que aún encima querían privar de esos recursos con los que sobrevivían. Para ellos, acceder a la vía judicial, cuando en el franquismo, además, estaba en cierto modo en manos de la administración, era el último recurso. Con todo, la Justicia solía fallar a favor de los afectados, porque no existían argumentos consistentes para privarles de estos espacios.

En Galicia, con todo, hubo pocos fenómenos de violencia desatada a partir de las revueltas Irmandiñas.

Grandes revueltas como tal no hubo, sino más bien pequeños actos de desobediencia, que no llegan a ser grandes revoluciones que se extiendan por el territorio de forma coordinada.

A lo largo de su trayectoria, ha estudiado otros conflictos relacionados con el ámbito rural. ¿Qué otros ejemplos similares hay en Galicia?

Hay muchísimos conflictos relacionados, sobre todo, con los montes vecinales en en mano común. Está, por ejemplo, el caso del Monte dos Quintos, en Cerceda. Las mujeres del pueblo trataron de impedir que los forestales repoblasen el monte de eucaliptos, tirándose incluso delante de las máquinas para frenar su avance. La repoblación de eucaliptos suponía la pérdida de especies autóctonas y del espacio para llevar al ganado, y también del lugar de donde extraían los toxos que usaban para abonar. Esto ocurre en los años 60: la revolución verde, la incorporación de maquinaria agraria y fertilizantes artificiales no había llegado todavía.

Destaca la implicación de las mujeres de las comunidades en estos conflictos. ¿Cuál era su papel?

Las mujeres siempre eran frente de batalla en estos conflictos, y tenían un discurso muy bien argumentado. El régimen decía que ellas eran las garantes de la supervivencia familiar. Ese era un argumento muy fuerte, porque si a mí, como garante de la supervivencia familiar, me estás quitando lo único que tengo para sacar adelante a mi familia, el Régimen no me puede condenar por estas actuaciones que estoy llevando a cabo. Con todo, muchas fueron detenidas, multadas o encarceladas durante algunos días. No llegó a más la represión porque eran mujeres haciendo uso del discurso del Régimen. Utilizaron as armas do feble de todas las maneras posibles.

¿Desdice su estudio la visión de la sociedad gallega pasiva, sumisa y poco dada al conflicto?

Creo que hace caer en la cuenta de que, aunque hay parte de verdad en que la sociedad gallega fue más sumisa en algunos momentos, pues desde las revueltas Irmandiñas no hubo una conflictividad generalizada, hay otra parte de verdad. Esa movilización siempre estuvo ahí y se desarrolló en todos los ámbitos: personas entre personas, personas entre administraciones, etc. Es algo que siempre estuvo ahí, y esto intenta desmontar un poco ese tópico de que la población gallega era sumisa y carente de personalidad.

¿Es un tópico necesariamente negativo, o habla del carácter pacífico de la sociedad gallega?

La gallega es una sociedad pacífica y sobre todo solidaria, tanto con personas de un mismo nivel como de niveles distintos. En el caso de Baldaio, algunos vecinos ayudaban al resto aunque a ellos no les influyese. Como sociedad, ibas a proteger al vecino, a tu igual.

Esta noción de comunidad, ¿se mantiene todavía hoy en los pueblos y localidades más pequeñas?

Creo que sí, sobre todo en aquellos lugares en los que se siguen conservando tareas comunales, como cultivos en común, ir al río o fiestas parroquiales. Es el “yo te ayudo, tú me ayudas”, hay esa pervivencia de la comunidad. No me gusta hablar de parroquias o pueblos, porque son unidades muy cambiantes. En todo caso, hablamos de grupos de individuos que, por sus relaciones personales, se apoyan entre sí, conviven y tienen unos intereses comunes.