Nací y me crié en el Campo de la Estrada, donde antiguamente estaba la estación militar de radio, donde viví hasta los cinco años, edad a la que mi familia —formada por mis padres, Francisco y Emilia, y mi hermana Fani— se trasladó a la calle General Alesón, donde vivimos hasta que cumplí los doce años, momento en que nos instalamos en las viviendas militares de la plaza de España gracias a la profesión de mi padre.

Mi primer colegio fue el de la profesora Margarita en la plaza de María Pita, que era de armas tomar y nos castigaba por cualquier cosa, por lo que tengo un mal recuerdo del mismo por lo mal que lo pasé. Allí estuve hasta que fui al instituto Masculino, donde solo estudié un año, ya que luego fui al Liceo La Paz, que terminé por libre en la academia Cervantes. Luego estudié control de vuelo y mecánico de aviación en el Centro Español de Nuevas Profesiones, aunque no pude terminarlas porque me fui a la mili voluntario y luego me puse a trabajar en Tintes Rama para no depender de mis padres.

José Manuel, en una imagen de su infancia.

José Manuel, en una imagen de su infancia. La Opinión

Allí estuve dos años y luego pasé al establecimiento de GEF en la calle Fonseca, aunque luego volví a la tintorería como encargado durante seis años. Más tarde monté una empresa de lavandería que tuvo poco éxito, por lo que pasé a la construcción y posteriormente a la empresa Guardian Glass España, una multinacional del vidrio en la que entré como conductor y acabé llevando la sección de ventas de automoción durante 22 años, por lo que terminé en esa empresa mi vida profesional.

Mis primeros amigos de estudios fueron Miguel y Genaro, mientras que mi pandilla de siempre estuvo formada por Alfonso, Santi, Chanel y Fandiño, con quienes disfruté de los juegos de aquellos años, por lo que nunca nos aburríamos. Donde más solíamos ir era a la parte exterior del dique de abrigo, que entonces estaba recién terminado, ya que íbamos a explorar las rocas desde As Ánimas hasta el faro. Todavía me acuerdo del viejo tren que llevaba las piedras desde la cantera de Adormideras hasta el dique mientras lo construían. Solíamos bajar al centro cuando teníamos algunas pesetas para gastarlas en la sala de máquinas recreativas El Cerebro, donde había pinball, futbolines y billares y teníamos que hacer cola para jugar por la cantidad de chavales que acudían allí. Cuando empecé a ir los bailes frecuentaba con mi pandilla el Sally y el Circo de Artesanos, aunque también íbamos a los guateques organizados por estudiantes y a los que hacía mi amigo Fandiño, que estaban muy de moda. Solía alquilar el local de la jamonería Munín en la avenida de Fisterra, donde lo pasábamos muy bien tan solo con un viejo tocadiscos, unos refrescos y unas aceitunas.

El autor, contemplando una vieja locomotora de vapor. La Opinión

El local en el que había más ambiente era el Sally, hasta el punto de que a veces había una pareja del Cuerpo Nacional de Policía para poner orden en la entrada debido a las colas que se formaban. Algunas veces íbamos a El Seijal, El Moderno, Chivas, Grecors y Golden Fish. En ese último conocí a mi mujer, María Xosé, con quien estoy felizmente casado.

Mi principal afición, que practico desde hace años son las maquetas de trenes, ya que en la actualidad soy Asociación de Modelismo Ferroviario de A Coruña (Amfeco), en la que nos dedicamos tanto a construirlas como a exhibirlas. Nuestra pasión por este mundo nos ha llevado a montar la maqueta más grande de Galicia y una de las mayores de España y en la que todos los elementos han sido fabricados por los socios, que dedicamos muchas horas a este pasatiempo.

Testimonio recogido por Luis Longueira