El pleno de la Diputación es una especie de mundial de alcaldes: les permite salir de los cerrados círculos de la oratoria municipal, la audiencia limitada de segundos y siguientes concejales, y batirse con sus iguales. Ayer el de Arteixo, Carlos Calvelo, empezó una intervención larga como la reforma de Alfonso Molina, y el presidente le advirtió que dormían el “40%” de los asistentes (no sabemos cuántos del resto llevaban gafas de sol). Calvelo no se dejó chantajear por el brote de narcolepsia, y señaló que seguiría aunque cayese el resto. El alcalde tsé-tsé bombardeó con otra charla igual de larga, y luego, quizás con miedo de su poder, se pronunció a favor de limitar el tiempo de intervención.