En Amigas, una novela sobre la libertad, el perdón y el amor, la periodista y escritora Pilar Cernuda hace un retrato generacional marcado por lo que ella misma ha vivido. Presenta el libro este viernes en la librería Santos Ochoa a las 18.30 horas.

Esta es su segunda novela, Amigas. Un título que implica muchas cosas.

Pues sí. Para mí, la amistad es fundamental. A través de la novela he querido contar el cambio social que se ha producido en España. Ese cambio que vivió la gente de mi generación, que nació a finales de los 40 y principios de los 50. En la adolescencia, nos tocó el cambio político y social. El libro, en el que hay un personaje gallego, está muy centrado en la Universidad Complutense de Madrid. Son chicas con una mentalidad de colegio de monjas que se encuentran con una vida completamente distinta. Ven que hay lucha antifascista y que hay compañeros que las tratan con naturalidad. Es pura ficción, pero a través de ellas se explica la transformación en España.

¿En qué sentido?

En todos. Los comportamientos sociales, la aceptación de la homosexualidad, la polémica del aborto, el antifraquismo, la democracia... Todos los comportamientos que eran fundamentales y van cambiando. A través de la historia de seis mujeres y sus peripecias vitales, personales y profesionales, he contado la historia del cambio de España en la Transición.

Es ficción, ¿pero también hay vivencias suyas?

Si te cuento la de llamadas que he tenido de hombres y mujeres diciéndome “es mi vida”. Esta es la historia de nuestra generación. Los que éramos jóvenes entonces y ahora ya somos personas maduras, algunos ya jubilados, que hicimos el cambio de este país junto a un puñado de políticos. Ahora cuando veo a una señora que se sienta en el Gobierno no por sus méritos sino por ser pareja de e intentan darnos lecciones de igualdad... Pero si lo hicimos nosotras, que nos dimos cuenta de que teníamos que pelear para que nos consideraran igual que los hombres. Hasta los 23 años, yo tenía que viajar con permiso de mi padre. Y mi madre trabajaba porque mi padre se lo autorizaba. Para tener una cuenta corriente también la tenía que autorizar mi padre. Fuimos nosotras las que cambiamos ese mundo, no las Monteros y compañía.

¿Participaba en esa lucha feminista durante su etapa universitaria?

Es que no era una lucha feminista. Era sencillamente que todas peleamos para que nos fueran aceptando igual que a los hombres. La palabra feminismo la he escuchado muy recientemente, en los años 80 o 90. Lo hacíamos porque éramos conscientes de que ese mundo tenía que cambiar.

¿Qué queda por hacer?

Legalmente, creo que está hecho todo. Faltan cosas respecto a la igualdad salarial, hay que hacer un esfuerzo todavía. Además, se ha hecho todo con bastante naturalidad. Pero que ahora metan en la igualdad el tema de la regla me parece absurdo. Es ridículo. Lo que están haciendo es colocarnos como si fuéramos el sexo débil. Parece que las mujeres estamos contaminadas durante cuatro días al mes y hay que tratarnos con un cuidado exquisito por si acaso nos rompemos. Parece que vamos para atrás. Falta también un esfuerzo social, hay sectores que son más retrógrados. Pero desde el punto de vista legal, se ha dado un paso de gigante. Hoy una mujer en España puede llegar a donde quiera, no hay nada que se lo impida, pero tiene que hacerlo con esfuerzo que, por cierto, también es algo que se está eliminando ahora.

¿Cree que se ha perdido la cultural del esfuerzo?

Sí, entre otras razones porque la mayoría de mujeres con cargos importantes en este momento han llegado ahí no por esfuerzo personal ni por méritos sino porque las han aupado sus parejas. Y eso se nota.

Centra su historia en la Transición. ¿Los jóvenes han olvidado o no conocen ese periodo?

Hay un vacío inducido por los políticos de ahora, que no quieren reconocer que el esfuerzo importante de la historia de España del siglo XX lo hicieron hombres y mujeres, de la izquierda a la derecha, que cambiaron el país de una dictadura a una democracia. Fue una aventura apasionante, el asombro del mundo. En aquella época, que viajé por todo el mundo con los Reyes y con los sucesivos presidentes del Gobierno, el nombre de España se pronunciaba con mucho respeto. Era un orgullo. Pero es que los jóvenes de ahora, no todos, leen poco. Les interesa muy poco la historia. Y tenemos unos políticos que azuzan para que no investiguen mucho sobre qué fue la Transición.

Pero sí leen lo que pone en las redes sociales.

Ya, yo soy anti redes sociales. Solo tengo Whatsapp. Creo que las redes sociales son el mejor invento de comunicación después del teléfono y el peor utilizado. La mitad de la gente en redes sociales no existe. Hay tres Pilar Cernuda con mi foto en Twitter y yo no soy ninguna. A través de las redes sociales se han cargado gobiernos, se han destrozado biografías de gente admirable y se han potenciado las de gente miserable. Las redes sociales serían una fórmula magnífica de comunicación si tuvieran un mínimo control.