La Opinión de A Coruña

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Las ferreterías de A Coruña, un micromundo de posibilidades

Propietarios de estos negocios en la ciudad comparten los objetos más curiosos que venden: de trampas para topos a ruedas impinchables

Las ferreterías de A Coruña, un micromundo de posibilidades VÍCTOR ECHAVE

La quinta entrega de la saga Harry Potter revela a los fans de la serie uno de los misterios más particulares que oculta el castillo mágico: la Sala de los Menesteres, una habitación que aparece cuando el usuario lo precisa y que contiene todo aquello que pueda necesitar. Ficciones aparte, la Sala de los Menesteres bien podría ser una de esas ferreterías de barrio, que todavía sobreviven al envite de las grandes superficies y gigantes como Amazon, y en el que hasta la más pequeña arandela está exactamente donde debe estar.

Las ferreterías, un micromundo de posibilidades VÍCTOR ECHAVE

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Sus responsables lo saben. “Algunos clientes nos dicen: si no está en La Palloza, es que ya no existe”, reproduce con satisfacción Esmeralda Pereira, propietaria, junto a su hermano Ramiro, del negocio que su padre fundó, en el año 1979, junto a la plaza que da nombre al establecimiento. Junto a ellos comparte mostrador, desde hace 20 años, Luis Braña, un empleado que casi es familia también. Todo queda en casa: por allí pasaron tíos y primos, pero a día de hoy permanecen ellos tres. “La palabra negocio ya no se puede decir: Empezaron siete y ahora estamos tres, pero nos da un sueldo y nos permite vivir, a base de mucho trabajo y esfuerzo, pero no nos quejamos”, asegura Pereira.

Las ferreterías, un micromundo de posibilidades VÍCTOR ECHAVE

En su escaparate exterior se mezclan las utilidades de mundos distintos: de efectos de repostería de las más variadas formas a herramientas de jardinería y espiralizadores de calabacín. El flujo de clientes, aunque ha ido a menos en todos los establecimientos de esta tipología debido a los nuevos hábitos de consumo, nunca ha parado. La razón está en que en locales como La Palloza todavía despachan un género difícil de encontrar en otro lugar. “Aquí tenemos cosas como herrajes para casas antiguas, que últimamente se reforman bastante”, señala la propietaria del negocio, mientras sujeta otro enser inusual en estos tiempos: pomos para decorar escaleras regias de casas de abolengo. “Estos ya no se encuentran en muchos lugares”, aprecia.

Las ferreterías, un micromundo de posibilidades Marta Otero Mayán

Las ferreterías, un micromundo de posibilidades VÍCTOR ECHAVE

También de casta le viene al galgo en la ferretería Araujo, heredada por Julio de su padre, quien la fundó en la calle Pontejos a su vuelta de Venezuela. Como ocurre cuando hay un negocio en casa, Julio Araujo se pasó más tiempo entre las paredes de la ferretería que fuera de ellas. Hoy él se hace cargo del negocio, pero lo hace bien acompañado. “Tengo 47 y empecé a trabajar aquí con 22, así que sí, más de media vida. Trabajan conmigo dos de mis amigos del colegio”, comenta Julio, que, si bien admite que superficies como Leroy Merlin o Bricodepot “se comen” mucho de lo que antes era un negocio esencial en cualquier barrio, en su ferretería todavía se encuentran pequeñas cosas que hace que sus clientes sigan eligiéndola.

Las ferreterías, un micromundo de posibilidades VÍCTOR ECHAVE

Casi como apoyo a sus palabras, un cliente habitual, Pepe Galán, lo corrobora desde el otro lado del mostrador. “Entendemos que no hay que ir a Ikea teniendo en el barrio un material que está igual de precio, y en eso ya ni piensas. Piensas en la atención cercana y en la atención buena, que aquí, concretamente, lo es”, asevera. Y basta mirar para confirmar que, en efecto, quien recurre a Ikea es porque quiere. De tornillos, tuercas y tojinos a otros enseres más complicados de encontrar, como esas vajillas esmaltadas, de acero o latón, que juegan al juego de la nostalgia mucho mejor que cualquier postal antigua. “A la gente le encantan, porque no son muy habituales de ver. A los turistas les llaman la atención, porque quien más, quien menos, tuvo una abuela que tenía este tipo de vajilla en casa. Salen mucho, y saldrían más si el precio fuese más asequible”, comenta Araujo, mientras coloca en su sitio un halcón espantapájaros “ao que só lle falta falar”, otro de los objetos que es raro encontrar fuera de una ferretería. “Son para espantar, pero hay quien se los lleva también para decorar”, comenta.

Las ferreterías, un micromundo de posibilidades VÍCTOR ECHAVE

Experto en reliquias de otros tiempos es también Manuel Mosquera, tras 45 años de trayectoria en la ferretería Cuatro Caminos. Casi cinco décadas que le han convertido en fontanero, carpintero, electricista, albañil, mecánico y, en resumen, en lo que haga falta para llevar un negocio en el que muchos entran perdidos entre calibres de llaves y cables azules y rojos. “Para llevar una ferretería tú solo tienes que ser todo eso, porque tienes que saber explicarle a la gente si la bisagra es de derecha o de izquierda, si la cerradura mide 15 centímetros o mide 20. Yo llevo aquí 45 años, la mitad como empleado de los primeros dueños, y la mitad como autónomo, y todavía no sé ni la mitad de lo que hay que saber”, reconoce.

Las ferreterías, un micromundo de posibilidades VÍCTOR ECHAVE

La ferretería Cuatro Caminos, abierta en su emplazamiento de la avenida de Oza desde hace más de 60 años, y todavía más si se le suman los que estuvo abierta donde ahora se asienta la administración de loterías La Favorita, conserva auténticos tesoros del patrimonio comercial coruñés. El libro original de tarifas del negocio, fechado en 1956, con las páginas amarillentas y los bordes ennegrecidos, ha resistido, bien conservado, al paso del tiempo, al igual que un antiguo bastrén para trabajar madera que, para fastidio de los coleccionistas, no está a la venta. “Este nos lo llevaremos para casa”, asegura el dueño del negocio, en el que se pueden encontrar herramientas complicadas de adquirir a día de hoy, pero que siguen teniendo salida en el mercado, como las peneiras o tamices de distintos tamaños para cribar harina o grano o los típicos garrafones de cristal que siguen siendo un elemento indispensable para los que conservan costumbres de antes, y que los más sibaritas han empezado a incorporar también a sus rutinas. “La gente los vuelve a comprar, porque muchos tienen pueblos o aldeas, y les gusta sacar el agua de las fuentes y traerla en un recipiente de cristal”, explica.

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