A Coruña, una ciudad invisible a los ojos

El fotógrafo Javier Corominas lleva a cabo un proyecto en el que muestra rincones de A Coruña de difícil acceso, como la linterna de la Torre o el interior del convento de las Bárbaras, así como perspectivas imposibles, que él captura gracias a juegos de luz

La linterna de la Torre, por dentro

La linterna de la Torre, por dentro / Javier Corominas Lopez.

Lo esencial es invisible a los ojos, decía El Principito. A veces no es que sea invisible, sino que quizás no se mira bien. El fotógrafo coruñés Javier Corominas se paso tres semanas buscando, caminando y, sobre todo, observando, antes de apretar por primera vez el obturador de su cámara. De eso ya hace año y medio. Hoy cuenta con una colección de fotografías que casi se podrían definir como inéditas, que siguen un mismo hilo conductor: en ellas, A Coruña se revela como pocos (o nadie) la ha visto. Quizás, porque no han mirado bien.

La torre de Hércules, proyectada sobre los campos de entrenamiento

La torre de Hércules, proyectada sobre los campos de entrenamiento / Javier Corominas Lopez.

“Intenté buscar algo diferente, y por eso antes de hacer fotos estuve tres semanas caminando por la ciudad. Encontré varias localizaciones que no se habían hecho, y busqué en internet si se había fotografiado algo parecido. Vi que en muchas ocasiones, no”, cuenta Corominas. También para él, nacido en A Coruña pero que pasó gran parte de su vida viviendo en otros lugares, como Noruega, fue la oportunidad de redescubrir y reencontrarse con una ciudad que había dejado hace tiempo y que ahora se ponía a sus pies para dejarse querer ante la cámara. “Para mí la fotografía es observar, crear y captar. Quería contar algo distinto”, confiesa.

El resultado es un proyecto que se llama Coruña by night, que se puede consultar en su propia página web javiercorominas.com/ y que se compone de perspectivas nocturnas de la ciudad que pocos ojos han visto.

Una ciudad invisible a los ojos

Una ciudad invisible a los ojos / Marta Otero Mayán

La primera oportunidad para articular el relato la encontró en los campos de entrenamiento de la Torre de Hércules al anochecer, donde captó una perspectiva insólita, en la que la sombra del faro se proyectaba, infinita, sobre las torres de luz que alumbran el campo. Pronto, Corominas posó su mirada sobre el monumento que simboliza la ciudad, y se dio cuenta de que una de sus partes más singulares era también una de las más desconocida. “La linterna. Tuve la suerte de poder entrar dentro y fotografiarla encendida, que es algo que no se ha hecho. Estar allí es una sensación hipnótica. No solo por la luz, sino también por el ruido”, describe el fotógrafo. No es el único lugar “vetado” en el que ha fijado su objetivo. Corominas llegó a pasar dos noches en el interior del convento de clausura de las Bárbaras, con el beneplácito, eso sí, de las propias residentes, para descubrir uno de los lugares más herméticos del casco antiguo. Allí pudo fotografiar no solo sus interiores — “me metí hasta la cocina”, reconoce—sino algunas reliquias ocultas, como un antiguo pozo de agua que las religiosas conservan en el centro del patio y que data, asegura, del siglo XVIII.

Y aunque pueda parecerlo, no es este el lugar más inaccesible en el que ha penetrado. Su ambición por capturar el instante más sorprendente le ha llevado a fotografiar una operación de transplante de corazón, donde pudo asistir a un trance que jamás olvidará. “La experiencia más increíble que he vivido es ver cómo un corazón que está muerto vuelve a latir en otro cuerpo”, confiesa.

Una ciudad invisible a los ojos

Una ciudad invisible a los ojos / Marta Otero Mayán

Ese instante, claro, no es fotografiable. Aunque hay otras cosas que tampoco lo son, y, aun así, aparecen en la cámara del fotógrafo. De nuevo en su musa particular, la Torre, aparecen de repente sus primeros inquilinos, aquellos que pusieron la primera piedra: los romanos, que “vuelven a la vida” gracias a un par de actores, un juego de luces y todas las instantáneas necesarias para dar vida a esa ilusión imposible. “Quería crear una historia dentro de la foto, ponerle factor humano. Me inventé una historia en la que yo llamaba a los romanos de alguna forma para que viniesen del mas allá y viesen como está la Torre actualmente. Eso lo transformé en fotografía haciendo como si fuesen fantasmas, a los que les enseñaba la Torre que ellos construyeron”, cuenta.

No es la única “trampa” —que no photoshop— que ha hecho en el proceso de creación de sus historias. Otras de las instantáneas muestra a un grupo de teatro, Cajón de Sastre, interpretando varias piezas teatrales simultáneas en la misma instantánea, aunque posaron por separado. El secreto, revela, está en llevar “imaginada” la foto antes de sacarla. O soñada, más bien. “Tengo sueños lúcidos. Soy capaz de inventarme, dentro del sueño, fotografías en sitios donde no he estado. Esa foto la soñé durmiendo. Contacté con el grupo de teatro y les propuse una localización para hacer las obras simultáneas. Luego se montan todas las fotos para que quede solo una”, cuenta. Por ahora, y tras año y medio gestionando acreditaciones, pidiendo permisos, tocando puertas e insistiendo aquí y allá, solo tiene claro que todavía no ha encontrado su techo. Y si se le pregunta por su instantánea predilecta, lo tiene claro “La mejor foto es la que todavía no he hecho”.

Lo mejor está por venir, y eso lo sabe el propio Javier Corominas. Su propósito es seguir ampliando los fondos del proyecto, continuar trabajando en otras colecciones y buscar la manera de mostrarlas al mundo. “Mi pretensión es hacer una exposición en A Coruña, pero también sacarla a España y fuera. Que sea visual y audiovisual”, expone.