La Ciudad que viví

La niña que vivía frente al parque

Mi familia residía en las viviendas del Estado de la ronda de Nelle, por lo que cuando se hacía la romería de Santa Margarita, mi hermana y yo íbamos temprano a coger sitio

Eva María, en el centro, con su hermana y sus primos, en una imagen de su infancia.  | / L. O.

Eva María, en el centro, con su hermana y sus primos, en una imagen de su infancia. | / L. O. / Eva María Castro Caridad

Eva María Castro Caridad

Nací en el antiguo Hospital Militar, en parte debido a que mi padre era militar y estuvo destinado en la ciudad. Vivíamos en las casas del Ejército en el Campo da Leña, donde también estaba el colegio de La Grande Obra de Atocha, en el que estuve hasta los cinco años, ya que a esa edad me tuve que marchar a Lugo con mis padres, Antonio y Dolores, así como con mi hermana Dolores. Al cabo de un año regresamos aquí y nos instalamos en las viviendas del Estado de la ronda de Nelle, donde también vivían mis abuelos paternos, Ramón y Josefina, mientras que los maternos, Manuel y Dolores, lo hacían en la calle de la Galera.

La autora, en brazos de su madre.  | / L. O.

La autora, en brazos de su madre. | / L. O. / Eva María Castro Caridad

Tras nuestra vuelta a la ciudad, estudié en las Esclavas hasta los once años y conocí allí a las amigas con las que formé mi pandilla, como María del Carmen Debén, Lucía Losada, María Jesús Bescansa y María Jesús Llopis, con las que compartí buenos momentos de nuestra juventud. Luego me fui al recién inaugurado instituto del Agra do Orzán para hacer el bachillerato y después a la Universidade de Santiago, donde estudié Filología Clásica.

La niña que vivía frente al parque

La niña que vivía frente al parque / Eva María Castro Caridad

Al poco tiempo de terminar la carrera me ofrecieron trabajar en la Universidad de Valladolid, donde estuve tres años, tras los que regresé a Galicia para hacerlo en la de Santiago, en la que soy catedrática de Filología Latina y fui directora de departamento y vicerrectora. Este año me concedieron el premio Fonseca, la mayor distinción para docentes de la Universidade de Santiago, de la que estoy totalmente agradecida.

También fui elegida representante de la Confederación Sindical Independiente de Funcionarios, con la que conseguimos muchos cambios tanto en el rectorado como en el Ministerio de Universidades. Durante mis estudios en Santiago conocí a quien sería mi marido, Pablo Vidal Ríos, en la Residencia de Estudiantes. Estaba con otros compañeros y me preguntaron qué chico me gustaba y en broma dije que el primero que apareciera por la puerta, tras lo que fue él quien lo hizo. En la actualidad tenemos dos hijos, Nico y Sebas, que nos dieron un nieto llamado Pablo.

De mi juventud recuerdo las fiestas de la ciudad, a las que acudía con mi familia para recorrer, los Cantones, la calle Real y la de los Olmos, por las que casi no se podía pasar de gente que las llenaba. Me acuerdo de los vendedores de trozos de coco, chufas y garrapiñadas, el señor de los barquillos y el caballito de madera de los jardines de Méndez Núñez en la que todos los niños se hacían una foto de recuerdo.

Cuando jugaba en la calle con mis amigas o con mis primos en casa de mis abuelos lo hacía a los juegos de la época, como las bolas, el che y el escondite, en el que yo era la jefa de todo el clan familiar.

Ya de quinceañera, los fines de semana bajaba con mis amigas al centro para ver a los chicos y que ellos nos vieran a nosotras. Por la tarde íbamos a la sesión de mocitos de los cines y al salir de ella ya casi teníamos que volver a casa, puesto que nos obligaban a llegar a las nueve. En el instituto hacíamos además fiestas para recaudar fondos con los que organizar excursiones.

Otro de mis recuerdos es la romería de Santa Margarita, ya que vivíamos frente al monte. Por la mañana teníamos que ir temprano mi hermana y yo con una gran sábana para coger sitio para mi familia, ya que más tarde era imposible hacerlo por la gran cantidad de gente que acudía. En verano iba a la playa de San Amaro, cuya agua estaba siempre muy fría, y disfrutaba mucho de los carnavales en familia con mi tío Moncho, que tenía la tintorería Maravillas.

Testimonio recogido por Luis Longueira

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