A casa por Navidad desde la diáspora

Personas de distintas nacionalidades residentes en A Coruña celebran las fiestas con tradiciones de sus países: "Aquí encontramos un hogar, pero hay que mantener las raíces"

CENA DE NAVIDAD EN EL BAR ESPERANZA DE A CORUÑA.

CENA DE NAVIDAD EN EL BAR ESPERANZA DE A CORUÑA. / Carlos Pardellas

A Coruña fue, en su día, un puerto de partida habitual para miles de personas que se lanzaban a cruzar el océano para buscar prosperidad a miles de kilómetros. Hoy en día se ha convertido en ciudad acogedora para otros cientos, algunos con el ADN de los mismos gallegos que emigraron un día, que encuentran aquí un hogar en el que empezar de nuevo. Y aunque la distancia es larga, siempre encuentran maneras de estar en contacto con sus raíces. “En Venezuela, las tradiciones son muchas, producto de las personas que, en un momento determinado, por hambre, por guerras o por otras cosas, consiguieron un hogar allí. Venezuela abrió las puertas y eso supuso la mezcla de razas. Eso es lo que hace tan particular al venezolano”, confiesa Yamileth Mora, que hace seis meses llegó a A Coruña —donde ya residían sus hijos y otros miembros de la familia— junto a su madre, Trina.

En su primera Navidad lejos de casa, no olvida las tradiciones con las que convivió toda la vida. “En Venezuela hay tradiciones muy locas. Hay gente que recibe el año con dinero en la mano, para que el año nuevo traiga dinero. Entre las mujeres nos regalamos pantis, es decir, braguitas, de color amarillo, y las llevamos puestas al revés en el nuevo año para que haya suerte...”, enumera desde su vivienda de O Castrillón.

En otro barrio eminentemente coruñés, como es Monte Alto, echó raíces Miriem Padrón hace casi tres décadas, aunque ni en Navidad ni en el día a día faltan referencias a Cuba, donde no son pocas las tradiciones navideñas. “En Cuba es tradición empezar el año tirando un cubo de agua a la calle, por la ventana o desde la puerta de un bajo, como un ritual de limpieza”, cuenta, aunque, tal y como destaca, la mayor tradición de los cubanos no tiene nada que ver con los ritos ni con lo que se lleva a la mesa. “Lo más bonito es que nunca se queda nadie solo. Se comparte lo que hay. Lo importante es la fiesta. La clave es que todo el mundo comparte”, describe.

Aunque sea lejos de los orígenes, también en A Coruña se puede compartir. Lo harán en Isabella Café, donde preparan ya la noche de cenas a la colombiana para Fin de Año, como punto de encuentro que ya es el establecimiento de Alcalde Marchesi para colombianos que extrañan su tierra y también para coruñeses que quieran abrirse a nuevos sabores. “Ahora hay mucha variedad para hacer los platos, pero cuando llegamos, hace 25 años, no había donde comprar una yuca. Ahora es más fácil, también el hacer comunidad”, concluye.

Juan Posada y Viviana Daza, cocinero y responsable de Isabella Café.   | // CARLOS PARDELLAS

Juan Posada y Viviana Daza, cocinero y responsable de Isabella Café. / Carlos Pardellas

Una patria colombiana en Alcalde Marchesi

“Este mes de Navidad te da mucha nostalgia, aunque aquí te sientas acogida. Yo lo viví cuando llegué, hace 25 años. La gente que viene lo vive ahora mucho más, así que intentamos que vengan aquí y se sientan como que están en Colombia, y dar ese calor de nuestro país, ese ambiente”. Viviana Daza regenta, desde hace dos años, el Isabella Café, una pequeña patria colombiana en Alcalde Marchesi donde colombianos y coruñeses, o incluso los que, como Viviana, son un poco ambas cosas, pueden cruzar el océano a través de los platos típicos, la música y la conversación. “Desde que llegué me dediqué a la hostelería. Hace dos años mi familia me animó a que abriese un local. Yo no estaba segura porque la comida latina es muy elaborada y no sabía si iba a encajar, pero está funcionando, la gente responde bien”, reconoce.

Al patacón, las arepas y la patata rellena que normalmente son las propuestas más demandadas de su carta, se unen estos días los platos típicos de Colombia en Navidad, una época que en el Isabella Café se vive intensamente. “La Navidad en Colombia se celebra mucho. Empezamos el 8 de diciembre con el Día de las Velitas. Aquí lo celebramos poniendo velas a la Virgen en las mesas para que las enciendan”, cuenta la responsable del negocio, que ya se ha convertido en un punto de encuentro para colombianos de A Coruña, Lugo, Vigo o Santiago cuando les entra la morriña. Estos días, el “rinconcito colombiano” del comedor del restaurante, decorado con la bandera, prendas y recuerdos del país, junto con llaveros y otros objetos que traen los propios clientes, comparte espacio con un enorme árbol de Navidad y un nacimiento al que no le falta detalle. En la mesa, los esenciales navideños, en los que nunca falta el dulce: “Natillas, dulce de leche, buñuelos, queso fresco, la fruta... Después, lo tradicional es la lechona y los tamales. Para la resaca del día 25 se come el sancocho, que es como si dijeses caldo gallego”, explica la responsable del negocio.

Mariem Padrón, en su casa de Monte Alto.   | // CARLOS PARDELLAS

Mariem Padrón, en su casa de Monte Alto. / Carlos Pardellas

Puerco y chicharritas en Monte Alto

“Soy cubana, pero también gallega y coruñesa”, cuenta Mariem Padrón desde su casa de Monte Alto. Tras tres décadas en Galicia, la mayor parte de ellas en A Coruña, no ha perdido el acento cubano, pero sí ha ganado muchas cosas de una idiosincrasia que, explica, no se revela tan diferente. “Vosotros le llamáis retranca, nosotros choteo. Hay muchos puntos en común, el sentido del humor es uno de ellos. Mis hijos ya nacieron aquí, son coruñeses y del Dépor”, cuenta ella. Natural de Matanzas, la dualidad de orígenes que se mezcla en su casa no le impide mantenerse conectada con sus raíces. A menudo lo hace regresando a la isla, donde tiene a la mayor parte de su familia. Y, en ocasiones como la Navidad, a través de los sabores de su tierra. “El plato principal en las Navidades en Cuba es la carne de puerco con platanito frito, que le llamamos chicharritas. Luego están los frijoles negros, el arroz y la yuca con mojo. Ni teniendo otras cosas, se deja de poner en Cuba el cerdo asado”, confiesa.

Es la cubana una cultura que nace de la mezcla. Una cualidad que ahora, con la nueva ola migratoria que experimenta el país, no ha hecho sino intensificarse, lo que ha tenido su impacto en la gastronomía.

También en la mesa de Mariem, donde la cocina fusión entre las dos culturas ya es un menú habitual. “Esta es la carne de cerdo en cazuela que hacía mi abuela —dice, mientras señala uno de los platos— pero solemos mezclar recetas tradicionales de aquí y de allí. Uno de los días, el 24 o el 31, cenamos cubano”, explica. El difícil trance en el que se encuentra ahora mismo Cuba, que vive un período de crisis en el que la escasez de alimentos está a la orden del día, ha minado las opciones para poner en la mesa, pero no el espíritu del cubano, de natural amigo de la fiesta. Aunque Mariem, si tiene que elegir, se queda con Fin de Año, día grande en La Habana, donde sus vecinos se juntan en las calles para dar la vuelta a una gran ceiba sagrada que remite a sus orígenes africanos. “Incluso en los momentos en los que la Navidad estaba mal vista porque estábamos en un proceso de cambio, nunca se dejó de celebrar, la gente se reunía igual, porque hay mucho sincretismo religioso. Ahora la situación es dura, igual no hay puerco, pero lo que se tiene, se transforma”, concluye.

Yamileth Mora y su madre, Trina, en su casa.  | // CARLOS PARDELLAS

Yamileth Mora y su madre, Trina, en su casa. / Carlos Pardellas

Hallaca y pan de jamón como antídoto para la nostalgia

“¿Dónde está Venezuela? Aquí”, dice Yamileth Mora, con un deje de emoción en la voz, mientras se toca el corazón. A su lado su madre, Trina, asiente y sonríe. Son las primeras Navidades que pasarán lejos de su país. A la ciudad llegaron hace seis meses y pronto se sintieron acogidas, tanto por la gran comunidad venezolana que ha encontrado un hogar en A Coruña como por sus vecinos, pero Venezuela sigue presente en su mesa y en sus tradiciones. “Cuando uno sale de su país sale físicamente, no emocionalmente. Cuando salimos es porque nos toca, pero el corazón se te queda. Nos tocó y nos vinimos, pero nos traemos lo que vivimos allá”, cuenta Yamileth, que describe con detalle cada tradición venezolana, que este año tanto echa en falta: el culto a la Virgen de Coromoto, a la Chinita o a la Divina Pastora; las parrandas que empiezan a partir del 16 de diciembre o las misas de aguinaldo, que más que una liturgia al uso, son una algarabía. “Cuando estás en la Iglesia a las cinco de la mañana, te tomas tu traguito para calentar las cuerdas y cantas las misas. En pocos sitios se hace”, cuenta Yamileth. A su casa de O Castrillón, donde la fe está muy presente, no viene Papá Noel ni los Reyes Magos ni San Nicolás a dejar los regalos, lo hace, al estilo venezolano, el Niño Jesús. La fe es el elemento sobre el que pivotan las vidas de esta familia venezolana en la que se mezclan orígenes españoles, portugueses e italianos y que, a pesar de la morriña, se siente agradecida por la acogida que le ha brindado Galicia. “Cuando llegamos fuimos a parar a la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, porque queríamos dar gracias a Dios. El padre nos recibió de maravilla y me comentó que me quería presentar a un coro de puros venezolanos. Así conocí Hevega”, cuenta ella. Con los integrantes de Hevega, la Hermandad Venezolana de A Coruña-Galicia, se reúne todos los sábados a las 11.00 horas para “cantar rico música venezolana”.

Sobre la mesa, a pesar de las circunstancias especiales de este año, no faltarán los platos típicos de su país: las hallaca, envueltas en hojas de plátano; el pan de jamón, la ensalada de gallina, el dulce de lechosa y, cómo no, el tradicional asado. “En Venezuela se espera hasta las 00.00, se abren los regalos y luego cenamos. Normalmente nos da la madrugada cantando y celebrando. También hay fuegos artificiales. Cuando llegué, mi hijo me llevó a Riazor a ver los fuegos de San Juan. Me emocioné mucho”, cuenta. La figura del niño Jesús, que trajo Trina en su bolso bien envuelto para que no sufriera daños en el largo viaje, es un acompañante más en la casa. “Es el centro de todo. En el viaje tuvimos miedo de que se rompiera, pero llegó de una pieza. La fe es importantísima en Venezuela”, cuenta. En fin de año, comerán lentejas para asegurar prosperidad, pero también hallacas, pernil que al día siguiente servirá para rellenar arepas. “Aquí encontramos un hogar pero hay que cuidar las raíces”.

Familias ucranianas, en el bar Esperanza, regentado por Oksana Ponomarova.   | // CARLOS PARDELLAS

Familias ucranianas, en el bar Esperanza, regentado por Oksana Ponomarova. | // CARLOS PARDELLAS / marta otero mayánm. o. m.m. o. m.m. o. m.M. O. m.

‘Kutya’ y ‘kolyadky’ para huir de la guerra

El bar Esperanza, el reducto ucraniano que inauguraron en la calle San Diego Oksana y Bohdana Ponomarova tras llegar a A Coruña huyendo de la guerra, tiene estos días un trajín mayor del habitual. Madre e hija reciben la visita de Tetiana y Sophia Yarova, amigas de la familia que todavía residen en Ucrania a quienes invitaron a pasar unos días lejos de la tensión que ha caracterizado el último año. “Ellas siguen viviendo en Jersón, que ya no está bajo ocupación, pero sigue habiendo explosiones todos los días. Su padre es militar. Las invitamos a venir unos días para desconecten de la guerra”, cuenta Bohdana, que, a pesar de llevar poco más de un año en A Coruña, ya se expresa en castellano fluido, pese a ser un idioma en el que entró en contacto, por primera vez, en el largo viaje en coche que emprendió junto su madre cuando tuvieron que cruzar Europa para empezar de nuevo en la otra punta del continente. “Me apunté unas frases básicas, y desde entonces fui aprendiendo”, cuenta.

En el bar Esperanza, siempre lleno de ucranianos, paran estos días la familia formada por Valerii y Liubov Tischenko y sus hijos, que intentan mantenerse en contacto con su identidad y sus tradiciones, para que la distancia se note en las fiestas lo menos posible. “Tratamos de mantener las tradiciones que teníamos en Ucrania, como hornear galletas todos juntos, y que los niños decoren. También cantamos los villancicos tradicionales, kolyadky, y hacemos videollamada con nuestros familiares y amigos de allí. No queremos perder la identificación con Ucrania”, cuentan los padres. Estos días, se reúnen ante una mesa dispuesta con los 12 platos a la manera tradicional ucraniana, en la que no faltan propuestas gastronómicas como la kutya, el más tradicional de sus platos navideños, una especie de pudin dulce elaborado con granos de cereal; la rulka, —rodilla de cerdo asada—, la sopa roja o borsch y todo tipo de bebidas, ensaladas y postres. “La rulka la preparó Tetiana”, dice Bohdana señalando a una de las amigas que las visita estos días, que, a pesar de la situación, han tenido en A Coruña un paréntesis de tranquilidad. “Mi marido y mis hermanos no pueden venir. No estamos con nuestra familia y es complicado. En A Coruña podemos descansar un poco, pero tenemos la cabeza allí”, confiesan madre e hija, que solo piden una cosa: “Que no se olviden de nosotros y de lo que pasa en Ucrania”.

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