Historia marítima de A Coruña

Las primeras protestas obreras

El ‘Andalucía’, una réplica de los galeones españoles de los siglos XVI a XVIII, atracado en el puerto  de A Coruña el pasado mes de octubre.  | // CARLOS PARDELLAS

El ‘Andalucía’, una réplica de los galeones españoles de los siglos XVI a XVIII, atracado en el puerto de A Coruña el pasado mes de octubre. | // CARLOS PARDELLAS / Marcelino Abuín Duro

Marcelino Abuín Duro

La segunda mitad del siglo XVIII trajo novedades importantes en la vida económica y social de A Coruña. Por ejemplo, la tradicional forma de relaciones laborales en el mar cambia. Del sistema cooperativo practicado por el gremio de mareantes, se pasa a una relación laboral estricta entre el dueño del barco, el armador, y la tripulación.

En la marina mercante, antes de llegar a la pura y dura contratación de los tripulantes se dieron pasos intermedios. En el año 1792, Antonio de Santos, matriculado en la ciudad de A Coruña, dueño del bergantín llamado San Antonio y Ánimas, establece un contrato con Roque Domínguez, de Viveiro, por el que lo nombra capitán del buque.

Este acuerdo aún establece el pago a través del reparto del beneficio de cada flete. La mitad había de ser para el propio armador y la otra a distribuir entre toda la tripulación, capitán incluido.

Sin embargo, con el tiempo, se generalizan los contratos de los tripulantes a cambio de un salario. Es el caso, también en 1792, de la tripulación del bergantín San Lorenzo. El capitán, nombrado por el dueño del barco, es quién se encarga de seleccionarla. Nombra a Francisco Antonio Vidal, vecino de A Coruña, piloto, a cambio de quinientos reales al mes. Como contramaestre nombra a Bernardo Neto, de Ferrol, por trescientos reales. Calafate es nombrado Calixto Currás, de Santa María de Oza, por doscientos cuarenta reales. El carpintero, José Molíns, de A Coruña, el dispensero, Fernando Miset, y los marineros cobrarán doscientos diez reales cada uno. El cocinero, José Mino, de Arenis de Mar, ciento cincuenta reales. El menor salario, setenta y cinco reales, le correspondía al paje, en este caso Ramón Sánchez, natural de La Habana.

Las condiciones de navegación, dada las características de los barcos, eran duras. Las malas condiciones de la mar eran tan frecuentes como los accidentes a bordo. En 1791, entre los cabos Prior grande y chico, un barco aguantaba el temporal intentando encontrar refugio en nuestro puerto. Rota la escota de la mesana echó al mar a uno de los marineros, Juan Besategui, natural de Oñate. Los esfuerzos por salvarle, incluido un hombre amarrado a un cable que se echa al agua, fueron inútiles.

En el año siguiente, el bergantín San José transporta, desde Bilbao a Ferrol, una carga de hierro y 150 hombres de marinería para el Real Servicio. A la altura de Ribadesella, el temporal dificulta la navegación. A las siete y media de la tarde, José de Mendialdua, vecino de Mundaka, que se iba a incorporar al Real Servicio, cae por la popa del barco, desapareciendo en el mar.

En nuestro puerto el quechemarín nombrado Volador, que había salido de Santander con carga de trigo, embistió, a la altura de la bocana de la ría de Ferrol, con otro buque que venía de la misma ciudad. Los daños en el costado y la vía de agua consiguiente le obligaron a entrar en nuestro puerto y varar en la ribera del Cantón Grande, donde al quedar en seco quedó enteramente achicado.

El bergantín inglés, nombrado Activo, se dirigía a nuestra ciudad con carga de bacalao procedente de Terranova. Después de cinco días de navegación, una muy fuerte marejada provoca que tres marineros caigan al agua sin que nada pudiera hacerse por salvar sus vidas. La entrada de agua en el barco obliga a aligerar la carga, echando al mar quinientos quintales de bacalao.

En 1794, la fragata nombrada San Juan Bautista, capitaneada por Juan Bautista de Larragoiti, vecino de A Coruña, salió de Montevideo cargado de cueros al pelo con destino a nuestra ciudad. Pocos días después de iniciada su travesía, un fuerte temporal sacude el barco. La fragata se tumba sobre el costado de babor y solo con el picado de mástiles, y vaciado de la carga el buque, logran enderezarlo y salvar la vida de su tripulación.

A estas duras condiciones de trabajo, a finales del siglo XVIII, se le añaden los peligros derivados de las guerras. El conflicto con Inglaterra primero, después con Francia, y su expresión naval más importante, el corso, hizo que los peligros de la navegación se agrandaran.

Con todo, no es extraño que las distintas formas de protesta de las tripulaciones se empiecen a dejar ver. Marineros que no vuelven al barco cuando aquel fondea en un puerto buscando refugio. Aquellas tripulaciones, como la de la fragata San José, que, habiendo conocido la declaración de guerra contra Inglaterra en alta mar, piden la renegociación de los contratos al incrementarse los peligros con los posibles secuestros corsarios. Cuando las condiciones salariales no se renegocian, como en el caso de la tripulación del Nuestra Señora de la Paz, en 1793, los tripulantes amenazan con “no poner mano en el trabajo”. Sólo el acuerdo entre las partes, con incrementos salariales considerables, detiene el conflicto.

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