Entrevista | Xurxo Torres Comunicador, autor de ‘Un mundo de mentira’

“El lado oscuro de las redes es que convierte los deseos en ideología, y esta, en verdad”

“No estamos gestionando con pensamiento crítico nuestras posibilidades comunicativas. Somos partícipes del engaño”

El periodista y consultor Xurxo Torres.   | // LOC

El periodista y consultor Xurxo Torres. | // LOC / marta otero mayán

El periodista y consultor de comunicación Xurxo Torres presenta mañana, a las 19.00 horas en la FNAC, la segunda edición de Un mundo de mentira (Editorial Gestión 2000), un análisis de los códigos ocultos de la comunicación que busca desgranar cómo nos hemos vuelto “una sociedad tonta, cansada y mentirosa”.

Su libro desgrana fundados temores sobre el futuro ¿Cuáles son las realidades que más cabe temer?

El tema pasa por asumir que somos una especie mentirosa. Eso, en sí mismo, no es negativo, casi es la clave antropológica de supervivencia. Desde que tenemos que camuflarnos para resguardarnos de los depredadores en las cavernas; todos estos artificios concibieron una cultura de mentira. El problema es cuando empezamos a socializar como especie, utilizando la mentira en una clave negativa desde el punto de vista ético; para conseguir algún tipo de ventaja. Está relacionado con la gestión del poder y el conocimiento. Desde el punto de vista de la comunicación, quien tiene las claves comunicativas tiene el poder. En Egipto, la única casta que se heredaba, en la que no promocionaba, eran los escribas, que guardaban las claves comunicativas. Esto es así hasta los tiempos actuales. Desde la invención de la imprenta, se popularizan las misas en lenguaje vulgar, se produce la Reforma protestante, acuñamos la máxima de Maquiavelo del fin justifica a los medios. En los últimos 500 años, evolucionamos, y no se trata tanto de entender la comunicación controlada desde el grupo de personas que nos comunicamos, sino sobre quién domina el relato.

Por una parte, los medios hegemónicos sufren una pérdida de confianza; por otro, las redes sociales difunden discurso populista y no siguen las reglas del juego. ¿Quién cuenta ahora ese relato que va a marcar nuestra visión de la historia?

Nosotros mismos somos partícipes del engaño, como ciudadanos. Somos una parte importante de la manipulación. Esta figura del emiceptor, emisores receptores, es una ruptura que acompaña a las redes sociales. Los medios tradicionales, ahora ha empezado a corregirse un poco, pero nunca han llegado a casar bien con Internet. Cuando se acuñó aquel concepto de periodismo ciudadano, ya no era periodismo, eran gente contado cosas sin código deontológico, sin conocimiento, sin nada. Los medios, de alguna forma, se han ido sumando a esa ceremonia de confusión, con el clickbait, buscando titulares que enganchan. Ya no sabes, cuando estás mirando una pantalla, qué es noticia pura y qué no lo es. Los medios siguen siendo lo más cercano que tenemos a una brújula moral de la información. Las redes tienen una cosa muy positiva, que es la democratización total del proceso comunicativo. Como contrapartida de esta democracia 2.0, hay una muy negativa: nos vuelve sórdidamente egocéntricos. En ese egocentrismo, no solo queremos hacer una ficción de nuestra cotidianidad, sino que llegamos al terreno de las ideas. Las ideas que para mí son reales son las que deben tener vigencia, aunque estén disputadas por la ciencia, aunque el dato basado en evidencia científica lo rebata. El deseo se convierte en ideología, y la ideología en verdad. Esa es la cara oscura de las redes. Como sociedad, no podemos desmarcarnos de la responsabilidad que tenemos en este universo que viene de la confusión. No estamos gestionando con pensamiento crítico toda esta avalancha de posibilidades comunicativas.

Las redes, que se prestan en principio como terreno de discusión global entre contrarios, atrapan usuario en el algoritmo, que lo entierra en su sesgo. ¿Es reconducible?

Creo que es reconducible, que ya está pasando. Las redes no tienen el peso en nuestras vidas que hace unos años, con la gran eclosión. Antes tenías que estar en toda red social; había esta pulsión de primate avezado que sabe dar a las teclas sin pararse a preguntar por qué. Eso hicimos. Facebook, ahora Meta, y Twitter, ahora X, son ejemplos de redes que mantienen un peso importante, pero que ya no son lo que eran. Facebook tiene muchos problemas con el tema de los seguidores. Darse de baja es casi como apostatar de la Iglesia Católica, están defendiendo su número de seguidores como perros para que no bajen. La entrada de Elon Musk casi ha destruido Twitter. Son muestras de cómo nos cansamos del ruido, y también de un proceso evolutivo. Esos monos que éramos ya son algo más razonable, ya no hace falta que estemos en todo. Las redes evolucionarán, no van a desaparecer, serán estas u otras; pero quizás ya se está produciendo ese ajuste, que no obstante llega cuando ya se ha hecho un daño importante en las estructuras de conocimiento. Por ejemplo; cuando en el epicentro de la pandemia, el presidente de EEUU dice que hay que beber lejía.

Eso fue un antes y un después.

Sí. No puede ser que el hombre más poderoso del mundo esté diciendo esto en vivo y en directo. Y lo dijo. Eso es un punto de inflexión, porque se fue de gratis de la mentira. Cuando sale del hospital, Trump se congratula del tratamiento maravilloso no pide disculpas por su mentira ni por su error. Cada vez estamos más polarizados: tú me mientes y yo te miento más; me siento legitimado para llevar la demagogia al extremo.

¿Achacar a las fake news la construcción de la realidad no supone subestimar en exceso la inteligencia de la población?

Creo que la inteligencia no solo reside en la información acumulada, sino en cómo la gestionamos. Si no eres capaz de almacenarla, o de hacer el ejercicio natural de escuchar y contrastar, no es una cuestión de ser inteligentes, sino de ser menos perezosos. Somos una sociedad “tonta” desde la pereza: si escucho algo que me va bien, no me molesto en contrastarlo. Lo suyo sería rebajar las cargas ideológicas y antepusiéramos la curiosidad que se nos presupone, la curiosidad demanda compromiso. Esa pereza que ha estado unida a la comodidad de las tecnologías de consumo comunicativo, son cosas que nos tienen atontados.

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