El fútbol a mediados del siglo XX aún era un deporte lleno de lagunas y sus reglamentos no se habían ocupado de cuestiones básicas que ahora parecen un puro trámite. Los dirigentes no se anticipaban a los problemas, simplemente improvisaban. Nadie lo sufriría tanto como España. Más de un año antes de la celebración del Mundial en Suiza la FIFA convocó una reunión para trazar las líneas maestras del torneo. Allí se encontraron con que 38 países habían solicitado tomar parte en la competición. Suponía un pequeño inconveniente porque eran más de los que se esperaba. El fútbol crecía y el interés por estar en un Mundial se había disparado y la FIFA, por lo visto, fue una de las últimas en enterarse. Se hacía necesario reducirlo a catorce equipos que se sumarían a Suiza como organizadora y a Uruguay como vigente campeona. Entonces se establecieron unos emparejamientos a dedo por criterios de proximidad. Sin sorteo ni nada parecido. A algunas selecciones se las obligaba a jugarse un puesto dentro de un grupo de cuatro equipos; a las afortunadas, les bastaba con superar una ronda. España estaba dentro de estas últimas. Había un intento además por echar una mano a las más potentes como Alemania, Italia, España o Francia con la idea de que no se perdiesen la cita de 1954. A la selección española le correspondió librar una eliminatoria contra Turquía, un rival que en principio no suponía un gran escollo para el buen equipo que dirigía Luis Iribarren, uno de los seleccionadores que vivieron una etapa más corta en la selección nacional. España además tenía en sus filas un cheque en blanco llamado Ladislao Kubala que no hacía mucho que había conseguido la nacionalidad. El Mundial para él suponía una extraordinaria carta de presentación a nivel de mundial y España se agarraba a su talento.

El encuentro de ida jugado en Madrid el día de Reyes de 1954 cumplió con lo que se esperaba. España se impuso a Turquía por 4-1 pese a que el seleccionador había decidido conceder descanso a algunos de sus jugadores más importantes. Marcaron Alsua, Miguel, Gaínza y Venancio. Todo parecía en orden y la Federación Española comenzó a organizar la presencia de la selección en Suiza. Para el encuentro de vuelta hubo que esperar algo más de dos meses. Se jugó en el actual estadio del Besiktas y allí España, con su alineación de gala, jugó un partido lamentable. Los turcos hicieron un marcaje salvaje a Kubala al que anularon por completo. Sin el concurso del barcelonista y en un medio de un ambiente tenso, el resto de los internacionales desaparecieron y la modesta Turquía se impuso por 1-0. Aquí España volvió a encontrarse un problema. Valía lo mismo ganar por un tanto que por siete. No se contemplaba la diferencia de goles con lo que la FIFA decidió que se jugase un partido de desempate tres días después en Roma. La selección hizo las maletas a toda prisa y se plantó en la capital italiana dispuesta a liquidar lo que suponían un trámite. En Italia las sorpresas se multiplicaron. Primero por culpa del campo, el estadio olímpico, que estaba en pésimas condiciones y luego por un sospechoso telegrama que recibió la delegación española cuando los jugadores estaban a punto de saltar al campo. Ottarino Barassi, el presidente de la Federación Italiana, entregó a Sancho Dávila, su homólogo en la Española, una comunicación de la FIFA. El mensaje era : "Atención equipo español situación jugador Kubala". Sin más explicación. El desconcierto se apoderó del vestuario español que no sabía qué hacer con aquello. Siendo muy joven Kubala había huido de Hungría y la federación magiar había intentado repetidamente que no volviese a jugar con ninguna otra selección. Desde hacía poco tenía la nacionalidad española, pero a Hungría seguía sin hacerle gracia que tomase parte en encuentros internacionales. Incluso habían manifestado su intención de no acudir al Mundial de 1954, lo que significaba dejar el torneo sin la mejor selección del mundo en aquel momento. El telegrama se supone que era un gesto hacia los húngaros aunque nunca quedó muy claro. La FIFA negó siempre haberlo enviado, lo que añade aún más misterio al suceso. Las sospechas siempre señalaron a Barassi, uno de los grandes capos del fútbol mundial. Barassi era famoso por su comportamiento durante la Segunda Guerra Mundial cuando protegió como un perro guardián la Copa Jules Rimet. Italia había ganado el Mundial de1938, el último antes de la guerra, con lo que tenía el derecho a guardar el trofeo hasta la siguiente edición. Ante el temor a que los nazis se hiciesen con él, Barassi lo sacó de la caja fuerte de Roma en la que se guardaba, lo metió en una caja de zapatos y lo escondió debajo de la cama en la que dormía. Cumplió con su objetivo y en 1950 se presentó en Brasil con la copa y ya de paso les organizó el torneo porque los dirigentes brasileños estaban algo superados.

La cuestión es que España no se atrevió a alinear a Kubala. Turquía resistió favorecida por el campo y por un arbitraje dudoso y llevó el partido a la prórroga que finalizó con empate a dos. De nuevo un problema. El reglamento tampoco contemplaba una solución para esos casos. Faltaban años para que a algún iluminado se le ocurriese resolver esto con la tanda de penaltis. En medio de un fenomenal tumulto, la FIFA decidió que se sortease el equipo que acudiría al Mundial. Se decidió meter en una bolsa dos papeles con el nombre de cada país y que alguien sacase la elegida. Por allí andaba un niño llamado Franco Gemma. Su padre, empleado del estadio, le había colado para ver el partido. Barassi tomó la decisión de que él fuese la mano inocente. El presidente de la Federación Turca escribió en el papel el nombre de su país en italiano con el deseo de que le diese suerte. Sancho Dávila puso simplemente una cruz. Algo inexplicable. Los dos equipos fueron encerrados en sus vestuarios a la espera del desenlace aunque en la caseta española existía el convencimiento de que aquello no iba a terminar bien. El pequeño de los Gemma, con un pañuelo cubriendo sus ojos, metió la mano en la bolsa y sacó el papelito de Turquía. España acababa de sufrir la eliminación mundialista más pintoresca, un episodio con el que alimentar la leyenda negra que le persiguió durante décadas. De todos modos, en Roma quedaron demasiadas dudas nunca resueltas. Turquía se llevó a Franco Gemma al Mundial de Suiza como talismán, aunque no les llevó demasiado lejos.