Cuando el speaker de Roland Garros se dispone a presentarlo antes de cada partido hace una pausa para coger aire. Las gradas de la Philippe Chatrier guardan entonces un respetuosísimo silencio. Y en un bien estudiado y teatral crescendo, preparado con mimo de manera especial ante una nueva final, inicia el que sería un relato de ciencia ficción de no ser porque todos sabemos que es pura realidad: "Gagnant en 2005, 2006, 2007, 2008, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014 et 2017, Rafael (otro silencio)?. Nadal!". Y miles de gargantas rasgan entonces el aire y el doble de manos estallan en aplausos. El próximo año la pausa deberá ser un poco más profunda pues necesitará un poco más de aire para completar su narración. Sí, también ganó en 2018.

No es fácil de explicar la comunión de Nadal con Roland Garros. Que si la altura de París que favorece el bote de sus latigazos; que si las dimensiones extremas de la Philippe Chatrier, una pista en la que el español se siente tan cómodo como en el salón de su casa y que para sus rivales es tan inabarcable como el desierto del Gobi. Incluso habría que analizar el poder del tío Tony -que sigue siendo su mentor de hecho aunque a la sombra de Moyá- de convocar al dios de la lluvia para cambiar el sino de un partido, como ocurrió en cuartos este año ante el argentino Schwartman, o antes esta misma campaña en la final del Master de Italia frente al alemán Zverev. No vamos a intentarlo. Sólo reflejar unos datos que por muy reales que sean no dejan de parecer imposibles: catorce participaciones y 88 partidos disputados; 86 victorias (97,72%), dos derrotas (ante el sueco Soderling en los octavos de 2009 y frente al serbio Djokovic en cuartos de 2015) y una incomparecencia por lesión (en tercera ronda de 2016, ante Marcel Granollers).

Aquella derrota ante Djokovic y la retirada lesionado al año siguiente sirvieron para que algunos agoreros escribieran el epitafio de Nadal. Los mismos que hoy exprimen el diccionario buscando los adjetivos más aduladores para quien ha ganado once títulos de once finales en el santuario de la arcilla. La primera en 2005, con 19 años recién cumplidos, siendo el sexto jugador más joven en la historia del tenis en ganar un torneo del Grand Slam; la última el domingo, con 32 años y 7 días, lo que le convierten en el décimo de más edad en lograrlo. Pero el balance del balear va mucho más allá del polvo de ladrillo de París. Otros seis "grandes" dan brillo a un palmarés que contempla un total de 79 títulos individuales de la ATP y otros once de dobles; además de un doble oro olímpico y de haber tenido un papel decisivo en la conquista por España de cuatro Davis, donde suma 24 partidos consecutivos ganados entre 2005 y 2018.