Estados Unidos, un país sin rey, siempre se ha pirrado por las dinastías. Cuando Jerry Buss compró los Lakers quería construir una como la que había edificado Red Auerbach en Boston, envuelta en el humo de su puro y el de la pipa del leprechaun, el duendecillo que hacía que siempre hubiera milagros en el Garden. Buss edificó la dinastía de los Lakers sobre los hombros de Magic Johnson primero y luego sobre los de Kobe Bryant, que le hicieron ganar cinco anillos cada uno. Stephen Curry se enfundó este viernes su cuarto y situó a los Warriors como la tercera franquicia con más cetros (siete), superando a los Chicago Bulls de Michael Jordan. El MVP de la final asaltó la pista de Boston (90-103) e impidió que los Celtics, empatados a 17 títulos con los Lakers, se convirtieran en los reyes en solitario de la NBA.

La suerte de Golden State cambió en verano de 2009, cuando eligieron en el draft a un prometedor base. No fue el número uno, donde los Clippers eligieron a Blake Griffin, ni tampoco el primer base de la lista —los Timberwolves prefirieron a Ricky Rubio en el número cinco— pero el número siete de la promoción volteó el destino de un equipo que hacia más de treinta años que no se sentaba en el trono (1947, 1956 y 1975).

Desde 2015, ha estado en seis de las últimas ocho finales de la NBA y se ha llevado cuatro de la mano del jugador que ha revolucionado el baloncesto. Sus triples de nueve metros han cambiado la forma de defender de los rivales. “Ni siquiera Michael Jordan provocaba ese impacto tan dramático en las defensas rivales”, llegó a decir en su día Steve Kerr, que ganó cinco anillos como jugador con la gran estrella de Chicago y cuatro como entrenador con Curry. “Estoy feliz por todos, pero lo de Steph... Es que sin él todo esto no pasaría”, dijo Kerr tras conquistar su noveno título. Tras ganar los anillos en 2015, 2017 y 2018 y ser finalista en 2016 y 2019, Curry demostró que es el jugador más diferencial de los últimos 10 años.

Además de él, los únicos supervivientes del último anillo son su inseparable Klay Thompson —que ya ha dejado atrás el tormento de dos años de lesiones— y sus guardaespaldas Draymond Green y Andre Iguodala, además del técnico Kerr. Pese a que Iguodala casi no ha jugado en esta serie, el entrenador le dio el último minuto para que los cuatro rememoraran sobre la pista la alegría de hacía cuatro años.

Curry, elegido como MVP de las Finales por primera vez en su carrera, guió a su equipo al 4-2 en la serie con 34 puntos, siete rebotes y siete asistencias, bien secundado por los 18 puntos de Andrew Wiggins y un doble doble de doce puntos y doce rebotes de Green.

La estrella californiana ejerció el liderazgo que no tuvo en Boston un errático Tatum —solo 13 puntos y una serie 6 de 18 en el tiro—. La mala noche de su faro y las pérdidas (una constante en esta serie) impidieron que los Celtics alargaran su sueño de convertirse en la dinastía con más coronas de la NBA y encaramaron a los Golden State Warriors al podio.

Y el leprechaun se tuvo que rendir ante el duende de esta liga, que salió de Boston con el cetro en la mano y un puro en la boca como aquellos que se fumaba Auerbach en la época dorada de los Celtics.