Pogacar, a solo nueve segundos del amarillo

El esloveno vuelve a restar tiempo a Vingegaard con un esprint a 500 metros de la meta

Es como si fuera un ratoncito que va acumulando trozos de queso, convertidos en segundos de oro, los que va arañando en cada etapa de montaña Tadej Pogacar a Jonas Vingegaard. No ataca de lejos, sólo en la zona de vallas, resiste el danés porque es un tipo duro. Tal vez, aunque no lo diga, ya va pensando, poco a poco, que no ganará este Tour porque, a este ritmo, es imposible, salvo milagro, que aguante el jersey amarillo, que le pesa en las espaldas. Pogi había anunciado que atacaría y, aunque lo hizo a 500 metros de la línea de meta del Grand Colombier, ya está a sólo 9 segundos de la primera plaza.

Día de calor terrible, un 14 de julio, fiesta nacional que, aunque invitaba a los franceses a ir más a la playa que a las montañas del Tour, la ruta se llenó de sudor, el de los ciclistas y el de los espectadores, hasta las teclas del ordenador sudaban, esfuerzo brillante para deportistas y público con victoria en solitario del polaco Michal Kwiatwowski, el ciclista que fue campeón del mundo en Ponferrada en un lejano 2014.

Había anunciado Pogacar que quería salir de la cita con las montañas del Jura vestido de amarillo. Y la verdad lo intentó en el día de lucimiento general de su equipo, con un brillante Marc Soler, que llevó buena parte del timón del pelotón de las estrellas en la fase inicial del ascenso a la hoguera del Grand Colombier; afrontar una ascensión del Tour a velocidades superiores a los 20 kilómetros por hora, con 30 grados sobre la cabeza, es como subir al infierno.

Era el Grand Colombier una montaña para ascender más con el bidón de agua fresca en la boca que con el cuchillo, porque si se iba demasiado rápido al final el calor podía tumbar al que se creía fresco, bailarín y divertido. Ahora los equipos colocan a sus auxiliares con neveras y agua fresca a lo largo de una subida. Ya no pasa como hace unos años cuando los corredores se bebían hasta los floreros que les ofrecían los aficionados. Los auxiliares, casi siempre masajistas, van con chalecos de su equipo y los ciclistas los identifican, porque los conocen, se refrescan y el líquido da poder a las piernas para no desfallecer.

Los menos avanzados de la clase se van rezagando, porque es imposible aguantar como si fuera un vagón el ritmo bestia de un UAE convertido en locomotora. Casi lo consigue Carlos Rodríguez, que se deja medio minuto con relación a Pogacar, pero permanece todavía firme en la cuarta plaza de la general. Sufre más Pello Bilbao, porque se ha esforzado mucho en la transición entre el Puy de Dôme y el Grand Colombier, con la recompensa de una victoria de etapa. Baja de la quinta a la séptima plaza.

No tiene el Jumbo el día más brillante, sofocados por el calor, sólo el de siempre, el estadounidense Sepp Kuss, es el único que está a la altura de Vingegaard.

Quedan 500 metros y se levanta Pogacar. No es un ataque, es un esprint. Tiene que apretar por dos razones; para pillar la bonificación y para desbancar a Vingegaard. Y es que siempre cuando acelera el fenómeno esloveno el pegamento que lleva el danés para engancharse a su rueda se despega. No se hunde, pero debe levantar el pie, aunque sea levemente. En el Grand Colombier cede cuatro segundos por tiempo y otros cuatro por bonificación. Y si no sintió el sudor de Pogacar durante la ascensión, y era difícil por lo enganchados que van y el soporífero calor, ahora ya lo huele en la general, cuando hoy llega la Joux Plaine, dura de subir y peligrosa de bajar, puesto que cuando se acaba el descenso llegan las curvas que conducen a la meta de Morzine, donde alguna vez se ha caído alguno.