Esta pandemia, si me ha enseñado algo, es que no todo es blanco o negro y que ninguna de las decisiones que han sido tomadas han tenido que ser fáciles. No me querría ver yo en esa tesitura. Así que cada día me resulta más complicado ser tajante en mis opiniones. No es que quiera ser políticamente correcta. Es que me debato noche y día en un sí pero no constante. Entre las ganas imperiosas de hacer vida lo más normal posible y el miedo inevitable a esta situación terrorífica que nos está tocando vivir. Las cifras asustan. Las historias personales aún más. Todo el mundo entiende que se tienen que tomar medidas. ¿Pero de verdad arregla algo parar el deporte? ¿Es una solución que, por sí sola, sin ir acompañada de otras muchas, va a servir para frenar el avance descontrolado del virus? Si es que sí, entonces lo firmo. Ya mismo.

La vida, en muchas ocasiones, es cuestión de equilibrios. Se habló muchas veces de esos dos extremos, salvar la economía o salvar vidas. No hace falta ser tan drásticos. Pienso en si los beneficios de la práctica deportiva superan con creces a los riesgos o los inconvenientes que se derivan de ella. Y la respuesta es un rotundo sí. El deporte, está demostrado, es una herramienta fundamental para sobrellevar todo el estrés, la frustración y la angustia que esta situación genera a nivel personal, familiar y social. No solo para los adultos, que también. Sobre todo para los niños. Esos a los que abandonaron dos meses encerrados sin salir de sus casas, sin una sola nota a pie de página que les permitiera poner un pie fuera de ella. No lo parece, porque siempre se habla de su camaleónica capacidad de adaptación. Pero muchos están ya al límite y acarrearán secuelas y carencias, esperemos que no de por vida.

Y lo que no está demostrado, o por lo menos no hay datos que así lo confirmen, es que el deporte haya supuesto, hasta aquí, un problema. Muchos pedían ayer cifras, índices de contagios, brotes que hubiesen surgido de la práctica deportiva y que avalaran la toma de esta decisión. O una explicación de por qué deporte no y clases de violín, o de danza, o de inglés, sí. Lete Lasa, por su lado, salió pidiendo una “reflexión” para asumir una “inexplicable” tercera ola en la que el deporte tiene que ser “solidario”. Bien. Pues el deporte lo será. Porque es una de sus virtudes. Una de esas muchas cualidades y valores que inculca. Para escribir este artículo me cuesta mucho separar mi faceta de amante del deporte, la de madre y la de periodista. Una madre que estaba mucho más tranquilla llevando a su hijo a entrenar en un ambiente seguro y controlado, con unos protocolos a todas luces efectivos y en espacios amplios y ventilados, que llevándolo al parque, a una terraza o al centro comercial. Sin demonizar ninguna de las otras actividades. Señores, esto da miedo. Mándennos a todos de una vez para casa o déjense de medias tintas y palos de ciego. Así, volveremos cuanto antes. Nos vemos en las pistas.